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sábado, 16 de febrero de 2008

Juventud Cubana Ahora

Elías Pino Iturrieta // Juventud y decrepitud

En el lado de la decrepitud no sólo están Chávez y cogollo, también muchos de la oposición
Si en las entrañas de un sistema petrificado como el de Cuba se puede observar una confrontación entre las antiguallas y las novedades, el enfrentamiento es más probable en colectividades como la venezolana en las cuales ha faltado tiempo para imponer el entendimiento de la realidad desde una perspectiva única. Aprovechamos que hace poco fue Día de la Juventud para comentar lo sucedido en Cuba entre un protagonista agotado de la política y un sujeto que apenas empieza su camino, en la medida en que puede relacionarse con nuestros asuntos nacionales.
Una vicisitud seguramente excepcional en el seno de una autocracia de cincuenta años puede ofrecer lecciones a una sociedad orientada hacia la democracia y en la cual nadie ha impuesto el sonido de una sola voz en el último medio siglo, pese a las ganas que ha tenido.
El episodio de Cuba ya debe ser ampliamente conocido. En acto público, un joven de nombre Eliécer Ávila desembuchó una retahíla de objeciones que dejaron hecho un escombro al presidente de la AN, señor Alarcón, cuya lengua se volvió un trapo a la hora de enfrentarse a lo que salía libremente de la boca de quien se estrenaba en el ejercicio de la disidencia. Una prudente disidencia, por cierto, debido a que no produjo nada malsonante como para que pudiera catalogarse de contrarrevolucionario. Nacido durante el castrismo y formado por su ideología, Eliécer Ávila apenas usó el sentido común para solicitar explicaciones sobre cosas que no entendía, sobre mandamientos en torno a los cuales no encontraba explicación en un régimen supuestamente socialista y humanista como el del camarada Fidel. Habló de asuntos que no escapaban a la vista de nadie, como las unanimidades de los diputados ante el Ejecutivo, las prohibiciones de viajar en el país o hacia el extranjero, las negaciones elementales de diversión, las penurias del transporte, el control de servidores de internet y el trabajo de sol a sol sin consecuencias en el confort de los trabajadores. No estaba un partido detrás de los reclamos, mucho menos la mano tenebrosa del imperialismo, sólo la perplejidad de un muchacho que se hacía preguntas a solas y quiso hacerlas después ante la autoridad. Son reflexiones del siglo XXI en torno a situaciones que parecen del siglo XIX, insinuó Ávila para que no quedaran dudas sobre el brutal anacronismo que la escena delataba. El pugilato entre la juventud y la decrepitud fue coronado con los balbuceos del señor Alarcón, quien desembuchó los estereotipos de costumbre sin la seguridad que usualmente desarrolla ante interlocutores cautivos y obedientes. El telón cayó después de que se escuchara lo que sonó como la voz de una momia.
¿Por qué viene a cuento el episodio? Aquí el régimen "bolivariano" ha envejecido con impresionantes prisas. Bastó la insurgencia del movimiento estudiantil, sucedida hace poco más de un año, para que se convirtiera en un gigantesco ancianato. Lo que se anunció hace una década como una revolución, ha terminado en un cortejo de carcamales marchando detrás de un individuo uniformado. No es cuestión de edad cronológica, como puede ser tal vez en Cuba, sino de olor a museo de peloantología y de tufo a especímenes marchitos. Lo que el oficialismo representa y piensa no es atractivo para las generaciones emergentes, pero tampoco para quienes las antecedieron a partir de 1958. El militarismo se ve hoy como un fósil después de que viviera el país un sistema de deliberación. El personalismo se relaciona con figuras absurdas como Cipriano Castro, tenebrosas como Gómez y mediocres como Pérez Jiménez. Si su memoria produce fastidio y vergüenza, nada relacionado con el progreso puede sugerir quien pretende imitarlos. Socorro del jefe y sus acólitos, la excusa del imperialismo obedece a la indigencia en materia de pensamientos, cuando la sociedad clama por explicaciones flamantes y retadoras. Y así sucesivamente. Todo convierte en viejos a los cabecillas del chavismo, todo los vuelve caducos, pero no como corolario del almanaque personal de cada cual sino de unos achaques propios de quienes vinieron al mundo a actuar y a pensar como cierto tipo de difuntos.
Insólitos en Cuba, los debates entre un bachiller y un miembro del alto Gobierno pueden ser moneda corriente entre nosotros, si aceptan el desafío en el ancianato. Eliécer Ávila es apenas un remedo de nuestros estudiantes transformados en voceros de una profunda renovación de la vida. Junto con los actores sociales que los rodean, son el reto supremo del chavismo. Su irrupción pone en evidencia la pugna entre la juventud y la decrepitud que ahora experimenta Venezuela. Pero en el lado de la decrepitud no sólo están Chávez y su cogollo. Hay que registrar en la nómina a muchos dirigentes de la oposición, que presumen de vivir sus mejores tiempos sin hacer nada para merecerlos.
eliaspinoitu@hotmail.com

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