Pablo Aure
El Carabobeño 01/06/09
En algo tiene razón el Presidente: Vargas Llosa y su persona no están en el mismo nivel, por lo cual un debate entre ellos es, sin lugar a dudas, injusto y hasta humillante. En lo que Hugo se equivoca, sin embargo, es en su apreciación de quién está por encima de quién: es Hugo, y no Vargas Llosa, quien no le llega a las suelas a su contrincante.
Verán: no todo el mundo llega a alcanzar la calificación de intelectual, pero cualquier chiflado puede llegar a presidente. Uno de los defectos de la democracia -de hecho, en el pasado y en el presente lo han sufrido muchas naciones y, hoy, lo estamos sufriendo nosotros- es que permite el acceso al poder a personas que no estén capacitadas para vivir en sociedad, mucho menos preparadas para dirigirla. Cualquier encantador de serpientes, sin preparación alguna puede embobar a las masas y hacerse con el poder. Los pueblos son capaces de elegir golpistas, locos, ignaros, fanáticos religiosos y hasta violadores y asesinos, inclusive, de una manera contraria al sentido común, llegando a reelegirlos. Es claro, entonces, que un cargo de elección popular no es ninguna credencial de integridad.
Por otro lado, ser un intelectual va mucho más allá del poder que Hugo detenta. No bastan concursos de popularidad, ni todos los recursos, abusivas cadenas ni propagandas; no hay “jingles” pegajosos ni paredes llenas de afiches que sirvan para ganarse el título de “intelectual”. La razón es que la academia (aquella que tanto desprecian los dictadores) es un territorio de honor, donde el más pequeño desliz desacredita a una persona de por vida, y no hay voto popular que valga, no hay retoque, no hay nada que borre esta mácula negra. Es un mundo mucho más severo, en el cual Hugo, por supuesto, sabe que no tiene cabida. Se ha dicho: los dictadores jamás conciliarán con los intelectuales, porque representan intereses confrontados. El dictador oprime, esclaviza, somete y se impone por la fuerza bruta. El intelectual, por el contrario, cuando se impone es porque ha convencido con la fuerza de la razón o del arte. Los intelectuales enseñan sendas diversas que los pueblos pueden transitar; mientras que, los dictadores fuerzan a recorrer un solo camino, el del odio y la miseria.
El mismo lo dijo, si bien a modo de excusa: “yo soy un soldado”. Los soldados, es bien sabido, son entrenados para obedecer. La llama del pensamiento propio, de la imaginación, de la creatividad, y de la individualidad, es extinta a favor de la sumisión y de la obediencia cuartelaria. Lo peor es que la lealtad que de tal obediencia se deriva -una de las virtudes del mundo castrense-, tampoco puede predicarse del presidente Chávez, quien ha demostrado al formar parte de un golpe de Estado, no haber aprendido la lección de honor y respeto por los valores esenciales de la convivencia en democracia, lo que, por lo menos, en algo hubiera dignificado su ignominioso paso por las fuerzas armadas.
Tienes razón, Hugo: Vargas Llosa no está a tu nivel. Está muy, pero muy por encima de tu nivel. Veremos qué dirá la historia del legado de ambos: uno, golpista y aliado de Fidel Castro, que mancilló el honor de los venezolanos destruyendo su democracia; y otro, novelista eximio, que exaltó el gentilicio latinoamericano con su obra excelsa. Así será.
Aplastar las minorías
Actualmente se “discute” en la Asamblea Nacional el proyecto de Ley Orgánica de Procesos Electorales, en el cual los partidos minoritarios no tienen chance alguno de tener representación en ningún organismo de elección popular. Este proyecto, en contravención a lo que previene el artículo 63 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela no contempla el sistema de escogencia proporcional, y en tal sentido, una organización política que obtenga, por ejemplo, el 60% de los votos pudieran alcanzar el 90% de los diputados o concejales a elegir. Me explico: el 70% de los cargos serán escogidos por nombre y apellido y 30% por listas cerradas. Ya hemos tenido la mala experiencia cuando elegimos supuestamente por nombre y apellidos. Recordemos lo que ocurrió en el proceso constituyente del año 1999 que el chavismo con sus exitosos quinos, no obstante haber obtenido aproximadamente el 60% de la votación, alcanzó el 95% de los escaños constituyentes. Desde luego, aquella Asamblea Nacional Constituyente no era el reflejo de la sociedad venezolana, ya que en ella sólo estuvo presente un poco más de la mitad del sentir electoral de la nación.
En la elección de un Parlamento deben respetarse todas las ideologías y posturas políticas existentes en un país. No se trata de que la organización partidista, que aunque gane por un voto, se lleve todos los escaños. No, los Parlamentos se nutren de las diferentes corrientes ideológicas. Un Parlamento legítimo es el reflejo de la composición política de un país. Me sigo explicando: si en Venezuela el 55% es chavista, pues, en la Asamblea Nacional debería haber esa misma proporción, y el 45% restante debería estar distribuido entre las demás fuerzas políticas.
Tiro por la culata
Paradójicamente, ese proyecto de Ley de Procesos Electorales puede ser la inconstitucional herramienta que utilice la oposición para “pulverizar” a Chávez en las futuras elecciones. Ya hemos visto que la oposición, compuesta por distintas organizaciones políticas, es mayoría en los principales estados del país. Esto quiere decir que si se logra construir un bloque unitario en las venideras elecciones, la bancada oficialista en la Asamblea Nacional estaría en evidente minoría.
Para construir ese bloque debe trabajarse desde hoy. Sin disimular las aspiraciones, el que aspire ser diputado o concejal que lo manifieste desde ya, para que a los electores no se les sorprenda con nombres sacados de la nada. Pero de igual manera a ese aspirante debe exigírsele tener el coraje suficiente para retirar su nombre y apoyar a otro en caso de que corra peligro la unidad.
A los factores que juegan a la desunión tenemos que mantenerlos cercados; y si pretenden dividir, pues del mismo modo tenemos que tratarlos como agentes del oficialismo. Recordemos el trago amargo de los valencianos, que habiendo ganado la oposición, nuestro gobernador apostando a la división cerró las puertas de la alcaldía para abrírselas al oficialista. Esto no debe suceder más nunca. El trabajo comienza ahora, no un mes antes de las elecciones. No importa que no exista fecha cierta para las futuras elecciones. Lo que importa es el trabajo mancomunado. No es el momento de trabajar para las parcelas políticas individuales. De lo que estamos seguro es del objetivo principal: la unidad para ganar en cualquier escenario: electoral o de resistencia.
pabloaure@gmail.com
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