Que se haga justicia con un hombre que murió defendiendo su dignidad y sus derechos
GERARDO BLYDE | EL UNIVERSAL
viernes 3 de septiembre de 2010 12:00 AM
Alcalde, le informo que un señor de apellido Brito inició una huelga de hambre a las afueras de la sede de la OEA". En esa llamada del policía jefe supe por primera vez de él. Pregunté: "¿qué reclama?". "Reclama su derecho de propiedad sobre unas tierras en el estado Bolívar que alguien le quitó". "Préstenle atención, pasaré a hablar con él si la huelga va en serio". Y la huelga fue más que en serio.
Al acercarme a hablar con él, cuando tenía unos días ya instalado y viendo que su decisión de permanecer en huelga de hambre era real, conocí a un hombre sencillo y lúcido. Tomé una silla plástica y me senté como una hora a escuchar las razones de su protesta. Con total coherencia me fue explicando que él era un productor agropecuario que con su familia vivía en las lejanas tierras de Bolívar. Que una autoridad local se había enamorado de sus tierras y había propiciado que el INTI lo desalojara y otorgara unas cartas agrarias a nombre de unos terceros que invadieron sus tierras y acabaron sus cultivos. Él realizó ante ese ente toda su defensa legal, su argumentación y su probanza para demostrar su propiedad y que no estaban ociosas. Reclamaba que esas cartas agrarias fueran revocadas y que se le indemnizara lo justo por los daños ocasionados.
Relató que en algún momento de su lucha creyó haber recuperado la esperanza. Le ofrecieron un dinero y darle de nuevo sus tierras, además de un tractor iraní. Al recibir un cheque notó que algo no estaba bien. No logro recordar las razones exactas que me contó por las que no había finalmente aceptado aquel cheque; algo así como que correspondían a otro ente y le pedían firmar un recibo que no indicaba que aquel pago correspondía a una indemnización por daños sino a otro concepto. A Brito le pareció que eso era corrupción y decidió no aceptarlo. Por ello, sintiendo que no tenía ya soluciones institucionales por las vías normales, había decidido protestar poniendo en riesgo su propia vida.
Por la OEA pasaron Ledezma y quienes lo acompañaron por aquellos días también en huelga de hambre ante los recursos y competencias arrebatadas a la Alcaldía Metropolitana. Más tarde vino la huelga de estudiantes que tomó el frente del edificio. Allí, bajo un pequeño techo de lona y sobre una pequeña cama de campaña, permanecía día y noche, semana tras semana, Franklin Brito, tomando sólo glucosa y siendo atendido por médicos de la Cruz Roja Venezolana y por Salud Baruta. Sus condiciones físicas comenzaron a deteriorarse. En el informe médico diario se marcaba su pérdida de peso constante. Estaba lúcido. Sabía perfectamente cómo su salud se iba minando. Me comentaba incluso la cantidad de masa corporal que había perdido. Hasta sabía el momento en el cual comenzaría a poner en riesgo su vida al producirse daños irreversibles a su salud. Se había instruido muy bien sobre los índices mundialmente aceptados para sostener una huelga de hambre; qué podía ingerir y cómo su cuerpo iba a ir sufriendo esas medidas. Al terminar la huelga de estudiantes y ya con aquel escenario calmado, volví a pedirle que levantara su huelga de hambre. Le dije que ya amigos habían introducido sus peticiones en el OEA. Fue firme al responderme que no lo haría hasta tanto le regresaran sus tierras.
Un día se apareció en el sitio una comisión de diputados de la Asamblea Nacional. Le indicaron que le solucionarían su problema. Fui a verlo. Me indicó que hasta que no tuviera sus papeles en regla no levantaría la huelga. Ni él ni su esposa confiaban ya en falsas promesas. Su determinación era un templo impenetrable.
Una noche, pocos días después, recibí una llamada de nuestro personal de Salud Baruta y de funcionarios policiales. Me informaron que una comisión armada se había presentado en el sitio en nombre del gobierno nacional y que, en ejecución de una medida de amparo judicial, se estaban llevando a Brito al Hospital Militar. El resto es ya más que conocido por todos.
Al menos en dos ocasiones me dijo: "yo no soy político, mi causa no es política". Su causa era su derecho de propiedad sobre sus tierras que eran su vida. Murió sin que este gobierno indolente le devolviera lo suyo. Murió siendo tratado como un demente. Como tal lo tildaron varios voceros oficiales. Murió bajo acusaciones que lo señalaron como un ser usado por su familia. Al Brito con quien conversé no le noté rasgo alguno de locura. Razonaba e hilaba sus frases de manera clara incluso en la debilidad que lo aquejaba por la huelga de hambre. Que Dios lo acoja en su vida eterna y que aquí en la tierra se haga justicia con un hombre que murió defendiendo su dignidad y sus derechos.
gblyde@gmail.com
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