Soledad Morillo Belloso
En medio de la turbulencia que se iba gestando en Francia durante el reinado de Luis XVI, en las calles de París y de Versailles las gentes escuchaban canciones populares que en tono de mofa criticaban al rey. Una en particular trataba sobre los gastos que realizaba el rey en zapatos mientras el pueblo moría de hambre y enfrentaba toda suerte de penalidades. Esa pieza cantaba así: “el pueblo se muere de hambre, el rey estrena zapatos y más zapatos…no hay pan, no hay pan, no hay pan… pero hay lazos, lazos, lazos de oro en los zapatos del rey”.
Bien sabemos cómo terminó el reinado de Luis XVI.
En medio de este rifirrafe, de este desmadre de proporciones bíblicas en el que transita día tras día nuestra vida, mientras enfrentamos la catarata de abusos y persecuciones de este ejército de ocupación disfrazado de gobierno que padecemos, muchas barbaridades pasan por debajo de la mesa, sin que pareciera que tengamos el espacio intelectual y emocional para metabolizarlas. Entre esos portentosos dislates está lo relativo al presupuesto nacional.
En ese instrumento de planificación financiera, preparado por el Ejecutivo y diligentemente aprobado por las focas del Parlamento nacional (con el perdón de las focas, que son preciosos animalitos que merecen todo mi respeto y admiración), consta que el presidente cuenta en 2009 con la módica cantidad de $28,000 (que al cambio estipulado en el presupuesto vienen a ser un
número en los derredores de los 60.000 bolívares de los fuertes) para gastos en ¡zapatos!
Para que tengamos claro el asuntillo, hablamos de 60 millones de bolívares de los viejos. Yo no sé qué clase de calzado utiliza el señor Presidente, pero una simple operación aritmética permite concluir que el monto da para 60 pares de zapatos de a 1 milloncito el par. Eso, no importa que excusa pretendan darnos, es una inmoralidad, un pecado, y no de los veniales, pues pecado capital es.
Yo me pregunto – y como todos los venezolanos, tengo legítimo derecho a hacerlo, pues el Presidente de la República es un funcionario público y el presupuesto de la Nación es un documento al que todos los ciudadanos tenemos derecho y la obligación de fiscalizar – cuál es el argumento para sustentar semejante dispendio y “neoburgués rastacuerismo”. Sí, lo digo así, a bocajarro, auque me cueste toda suerte de insultos, aunque a mi correo lluevan amenazas de todo género y color a las que, por cierto, ya me acostumbré y ya ni me mojan ni me empapan. Es una barbaridad típica del nuevo riquismo troglodita que caracteriza a Hugo I, un mandatario que se ha convertido en el epítome de la nueva boligarquía.
Usted me disculpa, señor Presidente, pero usted no puede gastarse el dinero del pueblo en zapatos de un millón de bolívares. Eso es una vagabundería, un robo a mano armada al erario público y un acto de patética indignidad.
Y si el Presidente es culpable de semejante indecencia, no menos culpables son quienes han autorizado tal barbarie. Vale decir, los diputados y diputados que sin pudor alguno aprobaron el malbarato. Horrorizada y asqueada como me siento, no cabe sin embargo en mi cabeza que alguien pueda ser capaz de semejante desatino y no sentir ni el más pequeño sentido de la sindéresis. El presidente de un país que pasa tantos dolores no puede gastar 60 millones de bolívares al año en zapatos.
Me niego a acostumbrarme al desastre. Me niego a sentir que esto es tan sólo una más del señor Chávez. Hay que indignarse. De lo contrario, como apunta el Padre Ugalde, nos convertimos en Pilatos, en cómplices de la vagabundería. Indígnese, amigo lector, que el silencio y el aceptar todo lo que ocurre es tóxico para salud del cuerpo y del alma.
Concejal El Hatillo – UNT
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