22 de junio 2016 - 12:01 am
Me he vuelto un adicto a la televisión, lo confieso. Veo series, grabo programas para verlos después. Prendo el aparato en la mañana mientras me visto para ver cómo está el tiempo y además ponerme al día con las noticias desde temprano. Regreso de trabajar en la calle y de inmediato prendo de nuevo la TV. Descanso un poco viendo algo grabado. Voy al gimnasio y allí también la veo. Y cuando estoy de nuevo en casa, no me pierdo el noticiero de la tarde mientras ceno, seguido del programa de concursos Jeopardy, mi preferido.
Como parte de esta adicción, he estado viendo en estos días una estupendísima serie sobre el caso de O. J. Simpson. Es un documental en serie de 5 episodios, que además de mostrar lo esencial del juicio contra Simpson, acusado en 1994 de asesinar a su ex mujer, ofrece como fondo la historia del maltrato policial hacia los negros en Los Ángeles, incluida la famosa abusiva paliza que le dieron al moreno Rodney King, de la cual todos los policías blancos –y uno latino– resultaron absueltos.
El juicio a Simpson fue como la culminación de una historia de abusos policiales y de injusticia hacia la población de color angelina. Paradójicamente, Simpson, un extraordinario jugador negro de fútbol americano, nada tuvo que ver ni le interesó en absoluto participar de ninguna forma en la lucha por los derechos civiles de los negros de Estados Unidos, como lo hicieron otros atletas y celebridades de color en su misma época, verbigracia Muhammad Alí. Pero lo que salvó a Simpson de pagar cárcel por el asesinato de su ex esposa, la bella rubia Nicole Brown, y del joven Ron Goldman, fue precisamente la utilización de la carta racial en el juicio penal.
Junto a los cuerpos ensangrentados de Nicole Brown y su amigo Goldman, encontraron un guante utilizado por el asesino cuyo par se consiguió el mismo día en la casa de Simpson. Había sangre tanto de las víctimas como de Simpson en los dos guantes, en la camioneta Bronco de Simpson, en el pasillo de entrada de la mansión del ex futbolista. Todas las pruebas y muchos testimonios apuntaban hacia Simpson, quien tenía antecedentes de haber golpeado salvajemente antes a su mujer, y de estar obsesionado con ella aun después de haberse separado y divorciado. El hombre tuvo motivos, oportunidad (no tenía coartada) y pruebas más que suficientes, pero salió absuelto.
El jurado que lo absolvió estuvo compuesto por diez mujeres y dos hombres, de los cuales nueve eran de raza negra, dos blancos y un hispano, todos del centro de Los Ángeles. El abogado principal de la defensa, Johnny Cochran, había sido un exitoso abogado defensor de los derechos civiles de los negros en esa ciudad. Los negros manifestaban cotidianamente en las afueras del tribunal apoyando a Simpson. Además de algunos errores tácticos de la parte acusadora, como pedir que Simpson se probara los guantes encontrados en la escena del crimen, que no le sirvieron (Simpson se puso primero unos guantes de látex y estaba sufriendo de una artritis que le hinchaba las manos, según un testigo en el documental), y otros cometidos en la recolección de las pruebas, lo que más contribuyó a la sentencia favorable al acusado fue que el detective estrella que consiguió todos los datos para incriminarlo era un blanco que en el pasado había querido renunciar a la policía porque decía que se estaba envenenando –y ello fue documentado– contra los negros de la ciudad. A Mark Furhman, el detective, también le consiguieron una grabación de una entrevista que había concedido años atrás donde repitió 41 veces la palabra “nigger”, una expresión denigrante para referirse a los negros norteamericanos.
El juicio a Simpson, pues, se desenfocó totalmente de los elementos que incriminaban al exfutbolista y actor y se desvió hacia elementos raciales que fueron ampliamente explotados por el abogado Cochran en el juzgado. Este tipo de estrategia, de desenfoque del tema principal, puede realmente funcionar en cualquier terreno en el que se dirima un conflicto y en el que la audiencia tiene un papel qué jugar.
José Luis Almagro propuso en la OEA que se discutiera el caso Venezuela, invocando la Carta Democrática Interamericana, lo cual pudiera llevar a la suspensión del país de ese organismo, más otras sanciones, si se comprueba que el Estado venezolano ha alterado gravemente el orden democrático. El secretario general presentó un informe muy claro sobre el fondo del problema. Describió con bastante detalle y documentación la situación crítica del desabastecimiento de alimentos y medicinas, sus razones y la falta de cooperación del régimen en buscarle una solución. Dibujó la realidad económico-social a la que el régimen ha llevado al país en todos sus órdenes, la violación de los derechos humanos, de los derechos políticos, habló del papel que juegan los distintos poderes del Estado y del desbalance y cooptación de los poderes Ejecutivo y Judicial en desmedro del Legislativo; habló de la encarcelación de la disidencia, de la criminalización de la protesta pública; de las altas tasas de homicidio, de la falta de luz y agua, del aumento de las enfermedades transmisibles y la falta de atención médica, de la no reparación ni reemplazo de equipos médicos en los hospitales públicos; de las causas de la inflación que el FMI proyecta que será de 700% este año; de los indicadores de corrupción; de las declaraciones públicas grabadas y documentadas de Maduro y Cabello prometiendo que la oposición no llegará al poder “ni por las buenas ni por las malas”.
Se refirió a la expropiación de empresas agroindustriales que eran productivas cuando se las quitaron a sus dueños y ahora están por el suelo; pintó un cuadro de la crisis venezolana con datos proporcionados por el propio gobierno, con datos aportados por organismos internacionales, con datos denunciados por organizaciones no gubernamentales, con información de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con los registros de las sentencias emitidas por el Tribunal Supremo de Justicia.
Almagro montó un buen caso, pero aun con la proliferación de pruebas y buena documentación, el enfoque se ha ido hacia otro lado. Por una parte, se han levantado viejas banderas de intervencionismo del imperialismo norteamericano que quiere seguirse inmiscuyendo en los asuntos soberanos de los pueblos latinos, en este caso, Venezuela. Se ha querido colocar como fondo parte de una historia del organismo en la época de la Guerra Fría, en vez de abordar la necesidad de actuar frente a la crisis venezolana. En la reciente Asamblea General de la OEA en República Dominicana, la ministra del exterior del régimen, Delcy Rodríguez, aludió a la invasión norteamericana a ese país de hace 51 años con soldados que llevaban los cascos de la OEA. La ministra, al igual que Maduro, señala como causa de la crisis un sabotaje económico promovido por los gringos aliados con la derecha venezolana y una conchupancia de medios internacionales. La atención hay que desviarla del cerco impuesto por el mismo Chávez al sector privado, de las expropiaciones injustificadas, de las regulaciones excesivas de precios, del férreo control de la distribución de los productos, de la ineficacia de los entes económicos gubernamentales, de la errada política monetaria y de la guinda de la corrupción desmedida e impune.
El detective Furhman del caso Simpson lo recuerda en la OEA su secretario general. Almagro, el hombre que ha recabado y expuesto ante el mundo las pruebas de las carencias democráticas del régimen, cayó en la provocación de contestarle a Maduro sus inverosímiles acusaciones de agente de la CIA. Lo tuteó, lo llamó dictadorzuelo y se bajó a su terreno, lo cual facilitó que una mayoría de países miembros aprobara hace unos días abrir un proceso en su contra por supuestamente haber sobrepasado los límites de su autoridad en el manejo de la situación venezolana. Algunos países miembros que pudieran estar ganados con la idea de hacer algo por aliviar la crisis nacional ven con cautela la agresividad del Sr. Almagro porque piensan que en un momento dado también se puede voltear contra ellos. Hasta Estados Unidos pedaleó en República Dominicana, cuando John Kerry dijo respaldar los esfuerzos de Almagro por la muy necesaria discusión acerca de Venezuela, pero agregó que suspender a este país de la OEA podía ser contraproducente.
La oposición democrática venezolana también ha tenido escollos en su papel acusador. Maduro picó adelante con la propuesta de diálogo y enfiló baterías poniendo a Unasur y a sus amigos ex presidentes a promoverlo. ¿Con que objeto? El único cerrado al diálogo es el gobierno, que no abre el juego dejándose ayudar por la Asamblea Nacional. El régimen pide diálogo y al mismo tiempo les cae a cabillazos a los diputados de la oposición y reprime a balazos a los manifestantes que claman por comida. El régimen pide diálogo como si fuera la víctima, y trata de reforzar esta idea en la OEA vendiéndose como un país al que el imperialismo quiere meterle mano a través de sus lacayos internos.
La MUD como un todo debió haber agarrado ese trompo en la uña desde el principio y decir que sí al diálogo. ¿Para qué? Para hablar de cómo se acaba con la escasez de alimentos y medicinas. Para ver cómo nos ponemos de acuerdo para mejorar los servicios públicos de salud, de agua, de luz. Para ver si le podemos entrar juntos al problema de la seguridad. La MUD debió hacer de esto su bandera. Diálogo sin parar el revocatorio ni las elecciones de gobernadores. Desenmascarar al régimen, insistir en las pruebas, develar su estrategia.
Simpson fue absuelto en 1995, pero al poco tiempo sus amigotes blancos empezaron a darle la espalda. En el año 2007, lo acusaron de robar y secuestrar en Las Vegas a unos vendedores de sus recuerdos. En 2008 le metieron 33 años de cárcel, 9 de ellos sin oportunidad de pedir la libertad condicional bajo palabra. En realidad está preso por la muerte de Nicole.
Los responsables de los miles de millones de dólares depositados en Andorra, los cómplices del aumento del narcotráfico en Venezuela, los que dejaron podrir la comida en los puertos, los que prefieren que la gente se muera de hambre y por falta de medicamentos, los que se están dando vida mientras los demás están parados horas en una cola, esos van a pagar. Han cometido crímenes que no fenecen.
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