Venezuela, abismo y engaño
La demagogia de la filosofía chavista está conduciendo al país al vértice mismo de la confrontación social y política
Nicolás Madruro, presidente de Venezuela FRANCE PRESS / ATLAS
Sólo les quedaba un último recurso, al amenaza y la apelación al estado de excepción como cortafuegos violento ante la contestación, cada vez mayor, de una sociedad tan fácilmente manipulable por promesas efímeras y hoy vacías como cansada y lastrada por años donde la venda se ha caída forzosamente de unas anteojeras donde muchos no querían ni quisieron ver nada.
Campan a sus anchas la violencia, el narcotráfico y la corrupción
La violencia -Caracas es una de las ciudades más violentas del mundo, poco o nada se sabe de otras ciudades del país caribeño donde el hermetismo y el silencio u omertà es proporcional al miedo y a la impunidad de gobernantes, poderosos oligarcas, funcionarios y algunos militares-, el tráfico de drogas y la corrupción, el cáncer espoleado y agitado a enésima potencia durante estos quince años, y agravándose a lo que ya era genético en la política venezolana y de tantos otros lares no solo latinoamericanos, han campado a sus anchas.
No hay espacio para la anécdota y sí para la tragedia, el drama de un país rico en sus recursos y esquilmado por ávidos sin escrúpulo. La manipulación mediática, el miedo y la amenaza gansteril cuando no caciquil para cerrar cualquier medio crítico, la persecución de la oposición, la farsa judicial en el juicio sin garantías procesales ni constitucionales de ningún tipo a dirigentes y alcaldes de la oposición encarcelados ominosamente, asesinatos de políticos y dirigentes de la oposición, la polarización de quintas columnas chavistas y perfectamente adiestradas y armadas, la erosión de la educación por el adoctrinamiento de confrontación, el hundimiento y colapso de la economía, la hiperinflación, el control de precios hasta el absurdo que no cubre ni siquiera los costes marginales de producción, el mercado negro, la restricción de agua y de energía, luz, el cierre de la semana laboral a dos días para funcionarios, la imposibilidad de proveerse de alimentos y medicinas por la población tras horas y horas de colas interminables, son el pan de cada día, azuzado por la inseguridad, la arbitrariedad del poder y el fantasma del miedo.
El país rico que ha regalado y subvencionado petróleo a muchos países, que ha encendido esa mecha bolivariana que es un epítome de falsedad y mentira como todos los populismos y que hoy se ve, miseria, confrontación y dictadura, colapsa. Y con ella un país que no se merece esta deriva, este permanente engaño. Llegan horas convulsas para un país que necesita libertad, democracia y justicia. Hoy no la tienen. Y el precio será alto. Demasiado alto.
Abel Veiga Copo es profesor de Derecho Mercantil en ICADE
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