A los gringos les importa un adarme que por aquí gobierne Castro, Pinochet, Chávez...
El pájaro se ciega, y el pequeño retazo de mundo que tenía ante sus ojos hasta ese preciso momento -algunos árboles, un par de tejados, el camino, el azul del cielo- se le nubla bruscamente" dice Bernardo Axtaga.
El régimen soviético enseñó su rostro al mundo y la inteligentzia hipnotizada se convirtió a ese culto de sangre. Escritores, intelectuales, artistas, se hicieron monaguillos de la misa negra, para acompañar el azoro cómplice del progresismo. Cientos, miles de luminarias en el mundo, de una forma u otra, actuaron como apóstoles de tal Iglesia, inquisidores en su nombre y los políticos democráticos callaron y se inmovilizaron ante la mirada sin párpados del reptil, en una especie de síndrome de Estocolmo. Lo mismo ocurrió con el nacionalsocialismo ¿Era posible confundirse con las intenciones de aquella bestia apocalíptica que rugía ante los micrófonos e inyectó veneno y muerte en la sangre de la humanidad (aunque valga decir que Hitler fue un alma generosa comparado con Stalin).
El progresismo, representado por Chamberlain, quiso apaciguar la víbora con pollos bebé y exhibió emocionado ante la historia de la estupidez humana el papelito con el "tratado de paz". Más reciente tenemos a Castro y la llamada revolución sandinista de Ortega en los ochenta.
Frente al primero, sería difícil conseguir mayores manifestaciones de obsecuencia, complicidad e inconsciencia de la intelectualidad y el progresismo, aunque su plan hemisférico tuvo la fatalidad de encontrarse a Rómulo Betancourt. En el camino del segundo se atravesaron Reagan, Esquipulas y Carlos Andrés Pérez. Los progre repitieron la triste historia y llenaron los periódicos de elogios a los crímenes perpetrados por Castro.
Ahora es Zelaya, por fortuna una especie de profesor Girafales al servicio del amo que representa una terrible amenaza para la vida civilizada de América Latina, al igual que Morales y Correa. Mientras se le corre el tinte del bigote, en Honduras se cuece la suerte de la democracia y la expansión del proyecto totalitario, con el apoyo del espíritu obsequioso latinoamericano (y también del Norte).
Para los gringos somos poca cosa: pobres, un fastidio que se agolpa en las entradas del metro de NY y atropella su idioma, como demuestra el embajador gringo en Honduras. Les importa un adarme que por aquí gobierne Castro, Pinochet, Chávez, o Nabucodonosor. Para ellos el padre de nuestra patria es Cantinflas que hace y dice estupideces que a ellos no los afectan.
¿Pero por qué Calderón, derrotado en las elecciones de hace un mes, juega esa carta, con una carencia de responsabilidad que llega al escándalo? Más papista que San Pedro, invita a Zelaya a la tierra de su alter ego, Girafales, como no hace (¿) la gente decente, Bachelet, Lula, Alan García...carlos raulhernadez@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario