Tiempo de palabra
El descoyuntamientoVenezuela es un país descoyuntado, en el cual los lazos entre sus diferentes elementos están fracturados. El gobierno es enemigo de una amplia porción de los ciudadanos a quienes se supone gobierna y ha procurado el camino para quebrar todo nexo que no sea el de la subordinación a la autoridad presidencial.
El que obedece y proclama su obediencia, tiene derechos; el que no, se convierte en paria. Es la nueva guerra a muerte: disidentes, contad con la muerte aun siendo indiferentes; camaradas, contad con la vida aun siendo culpables; sobre todo si son culpables porque los tendremos agarrados por allá abajo.
El gobierno ha logrado un cierto efecto: el de la ruptura y el aislamiento de muchos de los que considera forajidos. No los lanza a los socavones porque no es de buen ver en la época de la globalización (aunque lo hace con algunos a quienes acusa de inexistentes delitos); sino que los aísla, les corta las conexiones capilares que hacen la vida social.
No pueden negociar con el Estado, tampoco hacer las diligencias propias de cualquier ciudadano a una velocidad decente, no tienen mucho campo en el sector empresarial privado -a su vez presionado para portarse bien-. Si poseen alto perfil político, empresarial, sindical o gremial son cadáveres cívicos, sujetos a la decisión arbitraria de sapos, diputados, ministros, fiscales, policías y militares.
La consecuencia sobre las instituciones es devastadora porque no pueden ser neutrales, iguales para todos. Hay unos ciudadanos de primera que pertenecen a la Casa Real, otros de segunda que giran en torno a la nobleza roja y a las viudas negras, un tercer nivel que son los apoyadores, simpatizantes, amigos y coleados, para finalizar con los que carecen de derechos porque se oponen, disienten, confrontan y se quejan. En ese contexto, no hay funcionamiento institucional posible.
Hay un tipo de policía para los jerarcas, otro para los que gravitan en torno al poder pero no están tan cerca, y uno más para los que se oponen. Hay una Fiscalía que en los casos políticos tiene dos códigos contrapuestos: el de ustedes y el de nosotros. Hay jueces que, si repican muy duro, son capaces de inventar una jurisprudencia per cápita. Existe una Pdvsa que da palo y otra que recibe palo. Una Fuerza Armada bulliciosa: la de ellos.
Otra Fuerza Armada silenciosa, humillada, que murmura y revienta, la del resto. Sin recato se viola la voluntad popular que escogió a gobernadores y alcaldes salvo que se acojan a la ley del silencio: barra las calles y cállese la boca; si balbucea o protesta se encontrará con la fiscalía, los tribunales y eventualmente la cárcel o el exilio.
Como de todas maneras la vida sigue porque los seres humanos se levantan temprano, van a sus labores, toman sus vehículos, buses o metro, tienen hijos y padres, tienen sus pequeñas felicidades y sus grandes dolores, deben hacer trámites, entonces lo que suple a las instituciones son las mafias. Son estructuras paridas como pequeños engendros que salen de los huevos envenenados que ha puesto el matrimonio entre la destrucción y el odio.
Un jefe allá, un potentado acá, un empresario súbitamente enrojecido, un director allí, un general -sobre todo un general- afortunado, son los ejes alrededor de los cuales se estructura el poder de verdad, el que resuelve problemas, genera o destruye riquezas, el que cierra el puño y con su pulgar hacia arriba o hacia abajo decreta el sino de los simples.
La operación de personajes que se adueñan de la banca, prestándose a sí mismos de cada uno de los bancos que compran para comprar otros bancos, no tiene nada que ver con las finanzas sino con los bajos fondos, con Joe Dillinger o Petróleo Crudo según las estirpes. Variados dirigentes del PSUV creen que controlan algo y no saben que los huevitos que les pidieron que empollaran produjeron espantajos que se alimentan de la sangre bolivariana, la contaminan y enferman, y han logrado convertir a los revolucionarios en presas de las redecillas pegostosas que propiciaron.
Esos dirigentes políticos que se creyeron el cuento del poder rojo han terminado por ser propietarios apenas de un sueldo, unos viajes con viáticos, unos secretos horrendos, una palabra temerosa sólo permitida para el halago del caudillo y para el insulto al otro, y, si está bien colocado, para el desfalco de las arcas públicas.
Que no haya confusión: el orden rojo que se ha instituido tiene mucho poder en las brigadas antimotines y en las arcas fiscales; sin embargo, ahora no es un poder monopolizado por Chávez sino compartido con las mafias que han llegado a ponerle límites que no se atreve a franquear. Tal vez tenga que volver a los viejos amigos, si le quedan... www.tiempodepalabra.com
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