No puede cambiar el presente y entonces trata el imposible de cambiar el pasado
Generaciones de latinoamericanos crecimos celebrando el Día de la Raza y nunca supe cuál, si la primigenia americana, la española europea, la africana o todas ellas juntas, además de las incorporaciones posteriores, que vendrían a ser nuestro melting pot particular o colectivo, según como se mire, desde el sur del río Bravo hasta la Patagonia.
Se trataba de un día de fiesta continental, pues todos los países de la América (incluso EEUU) suscribieron el decreto del presidente argentino Hipólito Irigoyen, quien lo instituyó en octubre de 1917, aduciendo argumentos como que se trata del descubrimiento de América, el "acontecimiento más trascendental que haya realizado la humanidad a través de los tiempos" y cantando loas a "la España descubridora (que) volcó sobre el continente enigmático el magnífico valor de sus guerreros, el ardor de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, la labor de sus menestrales y derramó sus virtudes sobre la inmensa heredad que integra la nación americana".
A noventa y dos años de su institucionalización, aquella leyenda dorada no sólo produce asombro sino que termina siendo el mejor argumento para quienes manejan la tesis contrapuesta y hablan de rebelión indígena, genocidio y vil sometimiento. A estas alturas ya sabemos en qué consistía "el valor" de los guerreros españoles, quienes ciertamente diezmaron la población indígena, no tanto para fundar un imperio sino atraídos por el afán de conseguir El Dorado. Ni hablar del "ardor de sus exploradores" que, al fin y al cabo, resultó el prólogo salaz de "la raza cósmica" de Vasconcelos. Y ya sabemos que, con dignas excepciones, como la lucha de Bartolomé de Las Casas contra la explotación de los indígenas y las reducciones jesuitas en Paraguay, la Iglesia fue actor clave en la expansión del imperio español. Le leyenda negra, sin embargo, no luce menos irreal porque, si bien son innegables sus reclamos, estamos ante un hecho histórico irreversible.
Quinientos y tantos años después, a pesar de las negaciones, inequidades y crímenes, somos cristianos y occidentales. Con todos los condimentos, los atavismos, los sincretismos y las contradicciones de nuestro origen múltiple, hablamos español y, más concretamente, castellano, nuestras formas de organizarnos en sociedad, incluso las más radicales, se inscriben en las corrientes filosóficas europeas y nadie puede pensar en una re-vuelta al pasado precolombino. La negación de las culturas previas a la llegada de Colón es un desatino porque también están presentes en nuestra vida.
No hay conquistas buenas o malas porque estamos ante hechos históricos consumados. Renegar de lo que vino después para volver a un pasado imposible implicaría que Hugo Chávez Frías (tres vocablos españoles) adopte un nombre indígena y se instaure el Pemón como lengua oficial en Venezuela. rgiusti@eluniversal.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario