La verdad retumba por los cuatro costados: es Chávez, y nadie más el origen de la debacle
Si alguna vez un médico pretendió describir la anatomía completa de un organismo muy posiblemente no lo hubiese logrado tan bien como el doctor Li Zhisui, quien por más de veinte años fuera médico personal del déspota chino Mao Zedong, el gobernante más absoluto que tuviera el siglo XX.
Li no sólo llegó a conocer profundamente a su personaje, sino que fue un agudo observador de la Corte del tirano. Logra además que, una vez abierto, el libro sea difícil cerrarlo hasta haberlo agotado.
En los distintos -y traumáticos- episodios de la vida de China durante los casi treinta años que padecieron a Mao, hay facetas reveladoras que Li destaca con maestría singular. Un solo escorzo: la actuación de Mao en los estertores de la década de 1950, resulta de fascinante actualidad para los venezolanos de hoy. Fue la época del "Gran Salto Adelante", una campaña singular que, lanzada con el propósito de superar ampliamente los logros del proceso de industrialización inglés, y con toda la intención de ganarle al proceso soviético logrado por Stalin, Mao decidió que toda China -literalmente cada fogón y cada rincón posible del país entero- debería embarcarse en la producción masiva de acero, y que ello debería hacerlo en un brinco. De allí el nombre de la Campaña: el "Gran Salto Adelante".
Fue la primera gran catástrofe del agotador experimento comunista chino y como tal resultó pletórico de lecciones, algunas de las cuales reverberan hoy en las costas venezolanas, como irán ustedes comprendiendo. Aquella demencial obsesión hizo que cada chino se entregara exclusivamente a producir acero. Un hormiguero de aficionados intentando burlar lo que la ciencia y la tecnología contemporáneas pautan. Ni fábricas ni altos hornos, nada de eso.
Sólo la frenética voluntad de un pueblo espoleada por un Partido, que se percibía a sí mismo como el instrumento obediente de una revolución radical, valga la redundancia. A los pocos meses los efectos eran ya aterradores: cosechas abandonadas, campos sin sembrar, escuelas y hospitales cerrados. Una catástrofe, en fin. ¿Y Mao? ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía? Y lo más importante, ¿cómo se veía en la tragedia que ante sus ojos se desplegaba y para cuyo origen él fue el factor decisivo, el único generador absoluto? Es en este momento en el que el análisis del Dr. Li adquiere la categoría de magistral. Y lo hace porque conecta al hombre con el modo de ser de un líder, modo de ser y actuar que es el que, en definitiva, impone que las cosas se desarrollen del modo en el que lo hacen.
Ante la pregunta: ¿es que Mao no sabía nada? Li asevera: él era, desde su punto de vista, el Emperador chino de estos tiempos y como tal "creía en su propia infalibilidad", por lo tanto "si se tomaban decisiones erróneas sobre determinadas políticas, la falla no estaba en él, sino en las informaciones que se le proveían".
Ello garantizaba que "el Emperador no podía errar, pero sí ser engañado". Mao, prosigue Li, "sí quería se le dijese la verdad", pero ésta tenía que llegarle "en sus propios términos"; por eso "no podía aceptarla cuando incluyese críticas a él" y para que fuesen legítimas, "tendrían que ser emitidas por políticos plenos de inocencia".
El problema residía en que la gente inocente se hallaba impedida de decirle la verdad objetiva, ya que él, convencido de ser blanco de conspiraciones a granel, jamás les oiría. Y como si eso no bastara, al ser él el único que podría distinguir entre los bien intencionados mensajeros y los de aviesa intención, ¿quién correría el riesgo de verse confundido a sus ojos?
De una cosa sí parecía convencido en medio de la tormenta, como lo repetía sin cesar al médico: "Cuando hay mucha presión desde arriba, abundarán mentiras desde abajo". Consciente de eso, sintió que no podía admitir que fuese él el de las presiones, sino sus lugartenientes, cuando todos sabían que la única presión real tenía un origen: Mao. Por eso se enredó en su propia lógica y su ceguera y sordera no hicieron otra cosa que acelerar y profundizar la tragedia. ¿Les suena familiar la historia?
Ahora que lo que queda de la economía venezolana se hunde en la inacción y la parálisis, la verdad retumba por los cuatro costados: es Chávez, y nadie más, el origen de la debacle. Él la fuente de lo que se hace mal y de lo que se impide hacer. Él y nadie más. Los demás son brazos sin cerebro alguno. Y de nuevo la constatación inexorable: el poder absoluto es la ruina y debe ser recortado. antave38@yahoo.com
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