Hay cierta miopía política en algunos venezolanos que no terminan de entender la importancia que tiene el prepararse desde ya para las elecciones que tendrán lugar en agosto y diciembre del año que viene, y se les oye desdeñar o acusar de extemporáneos los esfuerzos que se están haciendo para afrontar esos eventos con eficacia política y electoral.
Los que así se comportan se dedican exclusiva y morbosamente a cuestionar la ley electoral o poner en duda que aquellas elecciones vayan a realizarse, como si ellos fueran los únicos mortales que consideraran esos aspectos importantes de la realidad y los demás no los viéramos. “De aquí allá pueden ocurrir muchas cosas”, dicen como si esperaran algún acontecimiento milagroso relancino que resolvería nuestro principal mal de la noche a la mañana.
Para qué pensar en que hay la necesidad de acuerdos políticos, de establecimiento de reglas de elección de candidatos unitarios, o de organizarse en los circuitos más importantes para ganar la mayoría de la asamblea, si cuando menos lo esperemos vendrá una suerte de Chapulín Colorao que nos rescatará.
Mientras estos miopes pierden su tiempo malamente, el déspota miraflorino arranca su campaña electoral haciendo uso de su arsenal inconmensurable de mentiras y colocando todos los recursos de que dispone, que no son pocos, en función de su ambición de poder vitalicio.
Afortunadamente, las fuerzas democráticas organizadas del país, partidos y ONGs, están agarrando el toro por los cachos. Con dificultades, diferencias, precariedades y desencuentros, pero lo están haciendo.
No obstante, son varias y decisivas las cosas que siguen pendientes y que deben ser afrontadas sin dilación, con un espíritu indeclinablemente unitario. Pero, eso sí, con franqueza, realismo y responsablemente, porque lo que nos estamos jugando es -no exageramos- la libertad y el bienestar y la paz futura de la familia venezolana.
Ya no podemos más darnos el lujo de las mismas equivocaciones y torpezas. Comprendemos la competencia entre las distintas opciones democráticas y reconocemos su derecho a existir y a presentarse con sus propias especificidades en los eventos electorales. Pero también, dadas las circunstancias políticas excepcionales que vivimos, no debemos dejar de lado la exigencia de unidad amplia de todas las fuerzas que buscan impedir la entronización de un gobierno totalitario en nuestra patria.
Estas dos necesidades legítimas del momento no se excluyen.
Así las cosas, en lo electoral, lo decisivo es arribar a candidaturas únicas, que expresen la verdadera fuerza de los partidos y de la sociedad democrática. Este es el asunto principal.
¿Cual es el método ideal para tal escogencia? Obviamente, que el criterio principal tienen que ser el liderazgo político real que, en principio, señalen los datos electorales de que disponemos. ¿Quien negaría que la escogencia principal en los estados Zulia o Miranda corresponde a los partidos Un Nuevo Tiempo y PJ respectivamente? ¿Puede desconocerse el peso de AD en Cojedes o de COPEI en Táchira? ¿Para estos casos haría falta primarias?
En estas circunscripciones y otras más, sería suicida, costosa en dinero y esfuerzos, y eventualmente traumática, la instrumentación de primarias. Pero puede que en otros casos funcione. En Táchira funcionó la vez pasada, pero en Aragua se evidenció la irrealidad de ciertas postulaciones, demostrando que eran innecesarias. Serían la primarias, a mi juicio, un mecanismo excepcional, pero que, digan lo que digan, tiene válidas y contundentes objeciones que deben ser sopesadas.
De modo que el método que aparece como el más aconsejable y eficaz sea el del acuerdo político, fundamentado en los datos disponibles, no queda otra. Es verdad, hay algunos que serían muy buenos candidatos pero que no tienen partido y sí una audiencia no desdeñable. ¿Cómo hacemos con estos casos que sabemos ayudarían con seguridad a consolidar la unidad y a aumentar la eficacia político-electoral buscada?
Es un tema complejo, sin duda, que requiere una energía adicional de esfuerzo y desprendimiento unitario. Aunque difícil, observamos que los partidos no estarían cerrados a la posibilidad de apoyar a candidaturas que vengan del mundo independiente o de la sociedad democrática, así como ocurre en el sentido inverso. Es asunto de discutirlo, siempre que exista la disposición sincera de las partes interesadas. Valdría la pena establecer unos criterios al respecto que sean consensuados a la brevedad.
Otro asunto que se maneja por allí que es motivo de desencuentro es el de la tarjeta única, a pesar de que si se acuerdan candidaturas únicas (unidades perfectas) no haría falta tampoco.
Se argumenta en apoyo de esta propuesta, con cierta razón, que hay sectores de la población a los que no les gustaría votar por partidos o por alguno de la oposición, y con esta tarjeta se sentirían cómodos. Aunque habría que analizar la dimensión real de este fenómeno, esta divergencia no es insuperable o de difícil solución, y en cualquier caso no puede convertirse en un obstáculo para la unidad.
Lo que sí queda claro es que estos asuntos no deben constituirse en centro exclusivo del debate. Nuestro objetivo, no podemos olvidarlo, es la preservación de las libertades y la democracia, y en ese camino, debemos derrotar al gobierno en los venideros procesos electorales, logrando la acumulación de fuerzas necesarias para avanzar. No podemos desviar nuestro foco de ese objetivo, convirtiendo lo procedimental en medular o en arma para la maquinación política barata.
Por otro lado, no podemos estimular falsas e inconvenientes rivalidades o dicotomías (partidos vs sectores sociales), ni aceptar tampoco imposiciones de los poderes fácticos, que cuando se salen de su oficio la embarran.
Las amenazas que se ciernen sobre nuestro país son muy ciertas, y estamos conscientes de la gravedad de la situación. Nuestras armas son las pocas que todavía de manera precaria nos ofrece un sistema político y constitucional que cada día que pasa se va configurando más como una tiranía militar colectivista, cuyos rasgos más sobresalientes son la corrupción, la incompetencia y la perversidad; de allí que lo crucial sea mantener la unidad estratégica y táctica de la Venezuela democrática. Ésta debe ser nuestra plataforma. Nada, repito, nada justifica que ella sea puesta de lado en esta hora difícil que nos obliga a apretar el paso.
EMILIO NOUEL V.
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