No hay agua, no hay luz eléctrica, faltan los insumos indispensables...
La lucha entre la conciencia y el mundo, entre la razón y la animalidad, no cesa a propósito de las relaciones entre los hombres, fundamentalmente las que tienen como centro de acción la conquista del poder o su conservación en medio de los errores. De modo que, mal puede sorprender que los vínculos entre los Estados -animales impersonales y suertes de Leviatán como los predica Hobbes- siempre llegan teñidos con los claros oscuros del cinismo y a manos de la locura de sus detentadores, los gobernantes, sobre todo los mesiánicos que de tanto en tanto nos regala la historia.
Y es que tras la máscara del Estado, quienes usan de ella le dan rienda suelta a lo más primitivo de sus existencias. Sus bajas pasiones desbordan como río sin madre y creen no comprometer su propia personalidad. Se trata de la razón de otro, en el caso la célebre razón de Estado, que tapa sin pudor y desde el más lejano amanecer los más graves crímenes que se hayan cometido contra la Humanidad.
El Estado oculta y hace posible, a la vez, la dualidad moralidad-amoralidad que hace presa de ciertos individuos, en su devenir y hasta cuando la muerte se los lleva a empujones. La máscara, lo explica el antiguo teatro griego, es la que mejor revela a la persona del actor. Ella le permite, dada su forma, que su voz adquiera mayor potencia y se prolongue hasta la audiencia. Y como en una fiesta de carnaval, el Estado, con su máscara, proyecta en su real dimensión los desvaríos y la maldad absoluta de sus detentadores de ocasión. Pues bien, esta perorata tiene un primer motivo concreto.
Recién se han celebrado elecciones en Afganistán, en una jornada electoral caracterizada por un fraude escandaloso que no ocultan siquiera los observadores de Europa occidental y en la que se hace reelegir como presidente Hamid Karzai.
Y a la sazón, Bernard Kouchner, ministro francés de relaciones exteriores y cabeza, por lo mismo, de la diplomacia de una nación forjadora de la libertad, madre de la Revolución que en 1789 nos lega al Occidente la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, opta por declarar, sin rasgarse las vestiduras, que "Karsai es corrupto", pero "es nuestro hombre". Francia, por consiguiente, arguye su raison de État a costo de enviar al basurero de la historia los valores éticos de la democracia: "Debemos legitimarlo" afirma el Canciller, antes de anunciar que acompañará al gobernante reelecto en su toma de posesión. El otro motivo hace relación directa con nuestro entorno.
Se trata del llamado que Hugo Chávez le hace a los venezolanos a objeto de que nos preparemos para la guerra contra Colombia, como si fuese nuestra, de Venezuela, y no la obra de él y de su perturbada mente.
Es verdad que su amenaza la busca justificar en la relación militar de Colombia con la Casa Blanca, que señala de peligrosa para nuestra soberanía. Mas lo veraz es que Chávez Frías se encuentra en el medio de una encrucijada. No hay agua, no hay luz eléctrica, faltan los insumos indispensables, y el país llega al pórtico de una vida racionada, plena de carencias y nutrida con las frustraciones, como la que experimentan los cubanos -nuestros colonizadores- durante los últimos 50 años.
En sus desvaríos, el inquilino de Miraflores no advierte que todo ello es el producto terminal de su indolencia, como de los latrocinios de sus colaboradores y amigos de ocasión. Pero en todo caso la realidad lo golpea en las narices y su respuesta no tiene otro alcance que el raizal, el inherente a su condición de soldado. La guerra -así lo cree en su momento el General Leopoldo Galtieri, al embarcar a la Argentina en la Guerra de las Malvinas- provoca amnesia y puede salvarlo de su calvario y predecible caída.
Lo trágico es que en lo inmediato no faltarán voces como la del Canciller galo. "Chávez es nuestro hombre, así sea un criminal de guerra", dirán a buen seguro Lula da Silva, la Kirchner y hasta José Miguel Insulza. El asunto, pues, no es para juegos. Ha de concitar la inmediata y muy firme reacción de los sectores más sensatos de Colombia y de Venezuela, como de la comunidad interamericana. Ya en noviembre de 2004, no lo olvidemos, el mismo Chávez -sin mediar las circunstancias de ahora- se fija como norte la guerra con Colombia.
La aprecia como la mejor vía para derrotar al Imperio y así lo deja escrito en La Nueva Etapa, El Nuevo Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana. Quiera Dios, pues, no nos ocurra lo que a los franceses en 1709, quienes derrotados en la guerra de Malaquet se contentan con la muerte de su enemigo inglés, el Duque de Malborough. Y sobre las muertes muchas le dan vida a la burlesca canción ¡Mambrú se fue a la guerra, que dolor, que dolor, que pena! correoaustral@gmaio.com
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