En último término la responsabilidad de conformarse o erguirse es personalísima
El deterioro nacional nos abofetea la cara con sus últimas manifestaciones. En realidad no son sino la prolongación del tipo de cosas que hemos venido viendo acumularse a lo largo de años. Pero por esa misma acumulación, los nuevos hechos como que están cada vez más cerca del nervio. Veamos tres. Unos delincuentes con prontuario asesinan a un mayor de la Guardia Nacional, a cargo de la zona oeste de la operación Caracas Segura.
El Gobierno anuncia racionamiento de agua y de electricidad para la ciudadanía. Un paciente del hospital de Coche tiene siete semanas esperando a ser operado de unos clavos en la cadera. Ese solo trío hace innecesario cualquier comentario. Sobran paneles de especialistas, entrevistas con expertos, análisis de cualquier tipo que, por lo demás, ya se han hecho hasta la saciedad.
Nada puede ser más elocuente que el escueto enunciado de esas informaciones, como muestra del fracaso de toda una gestión y de la concepción política que está detrás de ella. Esto nos pone a todos en una encrucijada. Por un lado, la colectividad puede reaccionar con resignación y conformismo.
"Después de todo", pueden decirse quienes se pongan en tal disposición, "la cosa no es tan grave. Lo del agua es un solo día a la semana, o unas pocas horas unos pocos días.
Ni que nos fuéramos a morir de sed. En cuanto al mayor asesinado, es uno más de tantos. Total, hemos pasado de cuatro mil muertos hace diez años a trece mil este año casi sin darnos cuenta, y el grado militar y el cargo de esta nueva víctima no pasa de ser algo anecdótico".
El peligro es el deslizamiento hacia formas cada vez más rudimentarias y peligrosas de vida colectiva, hacia modalidades inferiores de sociedad, pero de manera tal que uno mismo, para no tener que reaccionar, decide que el descenso es tan gradual e imperceptible que no vale la pena mostrar mayor indignación ni resistencia. Inadmisible La otra opción es negarse a aceptar más rebajamiento de nuestras vidas. Decidir que es inadmisible seguir avanzando hacia el retroceso y la mala calidad de todo. Decir a los otros y decirse a sí mismo un "ya basta".
Puede uno decírselo con énfasis, con signos de admiración de lado y lado, o al contrario serenamente, sin mayor aspaviento. Lo importante es que se lo diga con firmeza. Obsérvese que la decisión primaria está en nuestras manos. La decisión de que el empeoramiento es soportable o la de que no lo es, no es automática. Nada, ni lo terrible de las informaciones que recibimos, la determina. Uno puede decidir adaptarse a los hechos más indignantes, o indignarse ante hechos que a otros parecerían nimios.
Conoce uno sociedades a las que les parece que situaciones con las que convivimos por aquí como si nada son el colmo de lo inaceptable. Pero en este país estamos lejos de esos niveles. Si nos erguimos, seguro que no habrá sido por hechos nimios, sino por hechos de la entidad de los del trío con el que comenzamos el artículo.
Nos está llegando la hora de definir nuestro propio grado de derretimiento interior, hasta qué punto nos hemos vuelto por dentro una melcocha sin consistencia, que se traga lo que sea, que se dobla o se tuerce lo que haga falta. La hora de determinar hasta qué punto somos capaces de proferir un "no lo acepto más". NO último Por mi parte creo que esa toma de conciencia avanza. Pienso que la capacidad de decir un NO último está allí. Siento que ese nervio que se siente cada vez tocado más de cerca está vivo. Eso es lo fundamental. Si eso está presente, ya vendrán las consecuencias políticas que tengan que venir y que se pueden llevar su tiempo.
Estas reflexiones se refieren con especial a una parte de la sociedad. Sabemos que un grueso sector del país nunca ha aceptado este proceso de declive nacional. Pero hay una porción de la población, que será decisiva para los próximos tiempos de la política, que está en esa encrucijada que hemos querido describir, y que puede tomar para un lado o para el otro. Esa decisión está en sus manos.
Las posibilidades de los dirigentes políticos y sociales para conducirlos hacia la opción correcta son limitadas. En último término la responsabilidad de conformarse o erguirse es personalísima. Nadie puede delegarla en otro, o valerse de la excusa, para dejarse ir por la pendiente, de que no ha habido quien haya sido capaz de convencerlo de lo contrario. Ya no debe ser necesario que nadie convenza a nadie de nada: los hechos por sí solos están hablándonos, abofeteándonos, demasiado fuerte. dburbaneja@gmail.com
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