¿Por qué el descalabro y destrucción de un país tiene defensores y adeptos?
Hay gestos que expresan mucho más que las palabras, silencios que revelan más que las encuestas. Y es debajo de la mirada cabizbaja del chavista que soporta el deterioro del metro, en la resignación muda de la gente del "proceso" que sufre los apagones eléctricos y la escasez de agua, donde hoy se juega el destino político del país. Para mí siempre había sido un misterio el soporte social de la revolución bolivariana.
Tomando en cuenta los resultados reales y tangibles de una gestión de gobierno con más de diez años en el poder y miles de millones de dólares gastados, hablar de un descenso de la popularidad a cifras del 30% me luce todavía asombroso, inexplicable si creemos en la racionalidad de los actores sociales. ¿Por qué el evidente descalabro y destrucción de un país tiene defensores y adeptos? Para comprender un poco el fenómeno me propuse tener entrevistas a fondo con algunos camisas rojas de mi vecindario, en los alrededores de Chacaíto.
Lo más significativo de esas conversaciones fue haber visto que el soporte político del Gobierno es sumamente frágil.
Es una popularidad que ya no responde a la esperanza, a la dádiva, al sometimiento o al miedo, sino a la vergüenza, a la resistencia a aceptar haber estado equivocado. Ya no es posible defender el proceso sin negar la realidad. Hay demasiados asesinatos y violencia, demasiado sufrimiento, demasiado deterioro físico e incapacidad. Ya pasó el tiempo de la espera, de la entrada al paraíso prometido, de la famosa inclusión.
La incorporación a los beneficios de la renta petrolera debería haber tenido lugar de manera más concreta. No basta el simple acto de ser nombrado. Reconocer el fracaso de la revolución es, sin embargo, doloroso para quienes creyeron en ella. Ocurre, por lo tanto, una suerte de disociación temporal por la que los hechos se desconectan de sus causas. Hay también una evitación de la sensación de desamparo. El débil se siente desprotegido cuando descubre que el líder en el que confió lo traicionó. Aceptarlo implica un duelo. acaprile@ucab.edu.ve
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