Argelia RíosDomingo, 15 de marzo de 2009
El antecedente no es tan lejano: si devolvemos la película hacia el período 2003-2004 —en la antesala del referendo revocatorio—, encontraremos grandes similitudes entre aquéllas y éstas escenas de hoy. La comparación le ofrece al país democrático una pista inestimable para responder con acierto a la ofensiva presidencial. Las iniciativas de Chávez, tras su victoria del 15F, buscan reciclar la esperanza que las misiones produjeron antes de agosto de 2004... El “mago de las emociones” está en plena faena: su norte es conquistar la reelección, recorriendo las veredas de una lucha de clases, cuya trayectoria abonaría el terreno para la consolidación definitiva de su modelo autoritario.
Aunque el jefazo no tiene dinero para diseñar un esquema dadivoso equiparable al del preámbulo del RR, está convencido de que puede calcar ese mismo ambiente. Las decisiones que involucran al arroz —y a otros rubros básicos de los que, sin duda, se ocupará más tarde— pretenden reactivar el fervor del auditorio popular. El intento procura exponer al mundo democrático, enredándolo en el dilema de defender los intereses “de los ricos y poderosos”, so pena de lucir ante las masas pobres como un sector reaccionario, sin interés alguno por las calamidades del ciudadano de a pie.
La “gestión ruidosa”, con la que Chávez se propone ocultar sus deficiencias —estimulando que sus adversarios respondan como “reaccionarios incorregibles”—, no sólo busca recuperar los 3 millones de “votos D” que los opositores han logrado captar. Como es visible, también se trata, ¡sobretodo!, de aprovechar la ocasión para perfeccionar su oferta militarista. La clave de ese perfeccionamiento es la exacerbación de la coartada “socialista”, con la cual el presidente se vinculará, cada vez más, a través de “efectos de demostración pedagógica” (al estilo del arroz y de las “expropiaciones”), concebidos para reforzar su imagen de Robin Hood.
La trama —propia del “liberalismo salvaje”, que en Venezuela se aplica con la fuerza de las bayonetas— le exige a los demócratas una urgente reingeniería de su discurso.
La perversidad oculta en las “buenas intenciones” de Chávez es una agresión alevosa contra el pueblo llano. Este falso redentor, que hace circos ante la galería popular —mientras de espaldas a ella arremete contra los sindicatos, las contrataciones colectivas y demás derechos laborales, sociales y económicos—, debe ser desenmascarado. El esfuerzo requiere de la comprensión de algunos aliados afectados. Nadie debe abonar una lucha de clases diseñada para facilitar la instauración de un régimen militarista que se cubre con el manto de la “justicia social”. El asunto pasa por acompañar a la gente común en el infortunio de la crisis.
Ese acompañamiento significa colocarse del lado correcto ante las emboscadas, en atención minuciosa de las simbologías necesarias para ganarse la credibilidad y el derecho de ser una alternativa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario