El proceso tiene sus momentos de receso, que son instantes para reponer fuerzas exhaustas
El Gobierno ha decidido tomar una ruta que lo conduce inevitablemente a la reducción del soporte democrático que haya podido tener. Hablamos del camino de la radicalización y la "profundización", como la llama la retórica oficialista, de lo que ella misma llama "la revolución". Tal opción, que parece irreversible, somete al Gobierno a una lógica muy férrea que lo condena a ver cómo se agravan todos los problemas que aquejan al país, sin que pueda él tener otra alternativa que la de radicalizar y "profundizar" cada vez más, configurando el todo una espiral poco menos que infernal. El asunto es que, mientras más se adentra por ese callejón, es mayor el dogmatismo de los planteamientos, mayor la incondicionalidad exigida, menor el número de quienes cumplen con los requisitos de dogmatismo y de lealtad total requeridos y menor la capacidad de acierto de quienes todavía entran en esos estrechos círculos. Eso lo podemos ver todos los días: cada vez son menos, más fanáticos y más incompetentes. Pareciera incluso que la dinámica tiene efectos internos en unos cuantos. No sólo es que son los más fanáticos los que quedan, sino que algunos de los que van quedando se convierten ellos mismos en cada vez más fanáticos, con lo cual todo se hace más rígido.
Las causas de ese disparate seguramente son variadas: sarampión tardío, megalomanía, necesidad de huir hacia delante, las leyes que desde siempre han regido a los gobiernos de camarillas, compromisos internacionales... En la medida en que esa espiral descendente tiene lugar, las políticas gubernamentales entran a su vez en zonas donde la improvisación, el corrimiento de las numerosas arrugas, suplen todo lo que pueda llamarse "una política". Con las mismas, las medidas que se toman o se anuncian giran cada vez más en el vacío, aunque puedan tener un efecto inmediato de espec- tacularidad, de amedrentamiento, de fuente de angustias.
Es legítimo sospechar que más allá de la delgada capa de los capitostes que vociferan y lanzan rayos y centellas revolucionarios, decrece el número de los funcionarios con alguna capacidad, sustituidos por gente de franela roja, y todo aquello se diluye en un marasmo, en una estopa de incompetencia, de guiños de ojo, de se acata pero no se cumple, de ineficaces rojos rojitos. Mientras eso ocurre, Júpiter truena clamando por una eficiencia que él mismo se ha encargado de hacer imposible.
En resumen: el tigre es cada vez más de papel. Pero como parece que ruge y hace rubieras, y nadie cree que es de papel, provoca reacciones de defensa, protesta y resistencia de todo tipo ante su ineficacia, su arbitrariedad, su radicalismo, a las cuales el Gobierno responde "profundizando".
De manera que la dinámica cuya lógica hemos tratado de describir no se detiene ni un solo instante, espoleada por sus efectos negativos sobre la vida de la gente. Y el Gobierno es en verdad su prisionero, dominado por la terrible sensación de que si se detiene, se cae. Es casi cómico: es esencial para el tigre que no se crea que es de papel, y al mismo tiempo es necesario que, en efecto, nadie crea que lo es para que la espiral no se pare, para que el tigre, el Gobierno, se agote en su misma radicalización. Me luce que esa es la trama que subyace al acontecer. El proceso tiene, cómo no, sus momentos de receso, de estabilización, que terminan no siendo sino instantes para reponer fuerzas exhaustas. Hay otros factores en juego, como las habilidades comunicativas de Chávez y cosas de ese tipo, que pueden por momentos contrabalancear las tendencias y lógicas que hemos delineado. La tendencia dominante que resulta de lo dicho es de todos modos clara.
En una sociedad con un mínimo de elementos democráticos, el Gobierno se dirige a una disminución de su respaldo. Si estas cosas funcionaran automáticamente, habría lugar para un descuidado optimismo. Pero sabemos que en política no existe tal automatismo.
Para que ese descontento se convierta en respaldo a una salida democrática, tiene que encontrar, en la forma de una alternativa democrática bien montada, un imán que la atraiga, que la amarre, que no la deje realenga. Es por haberlo dejado de su cuenta, que el descontento popular frente al Gobierno, que ya se ha producido varias veces, ha podido ser neutralizado por Chávez en sucesivas campañas electorales, gracias a lo cual ha obtenido triunfos que invariablemente han dado paso al poco tiempo a una nueva ola de desencanto popular. Es simplemente cosa de no permitir que eso se repita esta vez. dburbaneja@gmail.com
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