Nada impedirá que el país estrene una nueva correlación de fuerzas. Aunque será su composición lo que definirá la utilidad real de ese mapa, basta con que la oposición sume unas pocas gobernaciones o alcaldías a las que ya posee, para que la política nacional se vea transformada. En un sistema clientelar como el venezolano, una victoria regional o local representa, para cualquier cuerpo político, la oportunidad de renovar los afectos populares. Bien se sabe que los ganadores se alzan, de inmediato, con la atención y las simpatías de la muchedumbre. El asunto ocurre con mucha más fuerza en las economías depauperadas de las regiones venezolanas, donde la gente -a causa de la necesidad- gravita alrededor de las casas de gobierno.
El 23N es una posibilidad real de estimular el desplazamiento de los afectos hacia el eje opositor. La fecha es, al mismo tiempo, un grave riesgo para la revolución bolivariana, cuyo capataz -consciente de la dinámica del clientelismo-utilitario que él mismo ha exacerbado- tiene decidida la creación de estructuras paralelas, destinadas a intentar detener la hemorragia de seguidores, prestos a saltar la talanquera en cuanto el CNE ofrezca su primer boletín. La iniciativa de Chávez exigirá un compromiso gigante de los opositores que resultarán electos en noviembre. Esas instancias paralelas significan un desconocimiento anticipado del voto que emitirán los ciudadanos en noviembre próximo.
Ningún gobernador o alcalde de la disidencia -ni siquiera los más proclives a las tratativas con el gobierno central- podrá sacarle el cuerpo a esta obligada batalla. Sobretodo porque lo que está en juego es la revalorización del voto como sagrado instrumento de cambio: justo lo que Chávez procura esterilizar con esta amputación de las atribuciones de gobernadores y alcaldes y, en general, con sus leyes contrabandeadas. Lo que el país está presenciando es una feroz ofensiva revolucionaria contra el voto popular y su poder transformador. La certeza de que los respaldos no duran para siempre es el telón de fondo de esa embestida subrepticia, que le impone a la oposición un esfuerzo supremo para conseguir una correlación de fuerzas en verdad útil al objetivo de esa lucha.
La calidad del triunfo definirá el potencial con que la disidencia asistirá a ese combate. Unas muy pocas gobernaciones ayudarán, pero nunca serían suficientes para el tamaño del desafío. Los triunfos deben y pueden ser suficientes: todo depende de que la oposición resuelva ya, sin más retrasos, los problemas de la unidad. El tiempo está atentando contra la correlación de fuerzas que se necesita. El drama hay que advertirlo con crudeza, aunque se molesten los ingenuos y los aplaudidores del silencio cómplice... Los responsables de un resultado pobre e ineficiente tienen nombre, apellido y muy enanas motivaciones. Son muchos los ojos y testigos de esta antesala de suspenso.
Lo que el país está presenciando es una feroz ofensiva revolucionaria contra el voto
Argelia.rios@gmail.com
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