No puede pedir que se le respete quien no se respeta a sí mismo
Como loritos amaestrados, sin atreverse siquiera a corregirlo o adaptarlo, algunos voceros oficialistas han venido repitiendo una fórmula excretada desde "¡Aló Presidente!": decir que "Venezuela se respeta". La frase en sí no es un disparate, sino el significado que se le atribuye. Lo que se quiere decir es que "a Venezuela se le respeta". Pero corregir de esta forma al Primer Ego de la República y acaso del continente, no se le ocurriría a quienes dependen de él hasta para el aire que respiran.
En todo caso, es la fórmula berreada por la delegación oficialista en Montevideo para evitar que Leopoldo López plantease su caso en una instancia de ese Mercosur para entrar en el cual tanto dinero ha dilapidado el locatario de Miraflores. Repetir a troche y moche
Hay cosas que por repetirlas a troche y moche, se suele lograr un resultado diametralmente opuesto al que se busca. Cuando una mujer anda gritando por los techos que ella es una señora decente, nada de raro tiene que la gente comience a pensar que no lo sea, si le es tan necesario reforzar con palabras lo que no se obtiene con ellas sino con actitudes: la respetabilidad, la buena reputación.
En el caso que nos ocupa, no puede pretender que se le respete quien no tiene el menor respeto de sí mismo y mucho menos de su investidura. Nuestro amigo Paco Vera Izquierdo suele decir que a Gómez se le temía y se le respetaba, a Pérez Jiménez se le temía pero no se le respetaba. En el caso actual, estamos en presencia de alguien a quien no se le teme ni se le respeta, porque, primero y principal, el nuestro es un pueblo que perdió el miedo desde el 14 de febrero de 1936; y segundo, porque no se respeta a quien, como solían decir con mucho tino nuestras abuelas, "no se da a respetar". Su tiempo y nuestro dinero
¿Puede acaso ser objeto de respeto quien malgasta su tiempo y el dinero de los venezolanos para contarnos las malandanzas de su aparato digestivo? ¿Ha habido un solo ejemplo, en toda la historia de Venezuela, de semejante exposición de mal gusto salida de la boca de un gobernante? ¿Podrán en adelante los venezolanos imaginarlo de otra manera que no sea en semejante trance, rogando a Dios encontrarse en un sitio fuera del alcance de los paparazzi o cuando menos teniendo a mano quien pudiese auxiliarlo con un antidiarreico, con un jugo de limón o tan siquiera con un corcho?
Es bien conocida la historia de alguien que, habiendo hecho el ridículo en su aldea con un apuro semejante, se fue de allí para siempre, se hizo un nombre y cierta reputación profesional, pero cuando intentó visitar después de medio siglo el lar natal, nadie aludía a sus méritos, todo el mundo hablaba del regreso de "Fulanito el tripafloja". No es imposible que nuestro personaje pase a la historia con un nombre así, como sucede con Hermógenes López, también Presidente de la República, que en su tiempo se solía llamar "la marrana de Naguanagua". Pitencantropus reptabundus
Ese mismo personaje que tan poco se respeta a sí mismo, igual lo hace con su país y con su pueblo, al cual habla siempre con el lenguaje de los porteros de burdel que sus pitecantropus reptabundus de ministros o parlamentarios juran y perjuran que sea la manera de hablar "que le gusta al pueblo", confundiendo en su desprecio al pueblo con el hampa.
Pero ese hombre que se irrespeta a sí mismo y al mismo tiempo irrespeta a su país y a su pueblo (que, no se debe olvidar, es el mismo de Francisco de Miranda y de Andrés Bello, de Teresa Carreño y de Jesús Soto) fue electo por mayoría en las últimas elecciones limpias que se celebraron en Venezuela, en 1998. Y durante casi diez años aquella mayoría estuvo apoyándolo con sus votos (ayudado, cierto es por unas instituciones electorales y judiciales que alguien asimiló alguna vez con un burdel, comparación donde el insultado era este negocio de carnes blancas). Y aquí viene la gran pregunta: ese electorado, ese pueblo, ese país que así estaba mostrando el poco respeto que tenía de sí mismo ¿merecía acaso que los demás lo respetasen? Patria y razón
No estamos planteando nada insoportable por antipatriótico. Sencillamente, por encima de cualquier solidaridad nacional automática, ponemos la razón, al contrario de aquella arrogancia de la marina británica que postulaba que "con mi país, con razón o sin ella". Preferimos la actitud del gran sociólogo francés Alain Touraine quien, en una entrevista para la televisión española, confesó que, en unas elecciones francesas, no se hubiera atrevido a salir a la calle sin cubrirse con un gran sombrero, gafas negras y una bufanda con los colores de Brasil: era tal su vergüenza de ser francés, esto es, de un país capaz de dar a un energúmeno como Le Pen, la cantidad de votos suficientes como para hacerlo competir por la Presidencia de la República.
Con todo, sí creemos que, desde hace también una década, una parte cada vez mayor de la población venezolana ha arriesgado todo: el empleo, la libertad y hasta la vida, para demostrar que este es un país que se da a respetar. Que es capaz de afirmar y reafirmar, con nombre, cédula y huella digital, que siente vergüenza de ser gobernada (o mejor, mandada) como lo es hoy.
Esto merecería un desarrollo más largo, pero se me acaba la cuartilla. Aunque tal vez me quede espacio para recordarle, a estos "socialistas" tripafloja que tanto nos avergüenzan, lo que en alguna parte llegó a escribir Karl Marx: que la vergüenza es un sentimiento revolucionario.
hemeze@cantv.net
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