Trino Márquez
Se ha convertido en un lugar común decir que la oposición no tiene ningún proyecto que ofrecerle al país, y que por esa razón la gente, a pesar de estar desencantada del Teniente Coronel y del nefasto gobierno que preside, sigue atada a él igual que un náufrago se aferra a su tabla de salvación.
Desde mi perspectiva, ese punto de vista exagera la nota. No es cierto que la gente siga apoyando a Chávez porque la oposición carezca de un plan coherente para reconstruir la nación y avanzar hacia la prosperidad. Muchos ciudadanos lo continúan respaldando porque el caudillo reparte dinero a manos llenas, crea la ilusión de que le importan los pobres y de que con él los más necesitados son protagonistas de la historia.
Por otra parte, los planes para reconstruir el país existen y han existido en el pasado. Lo que ocurre es que carecen de eficacia debido a que los partidos políticos, únicos sujetos con capacidad para divulgarlos, promoverlos y ejecutarlos, se encuentran en un lento y tortuoso proceso de recuperación que tomará tiempo para que concluya.
Sin embargo, no es ocioso plantearse cuáles son los atributos que debe tener la democracia una vez concluya el régimen chavista. Creo que no hay que dárselas de originales inventando extravagancias como suelen hacer quienes hoy controlan el poder. Al contrario, conviene nutrirse de la experiencia de las naciones que han alcanzado los grados más altos de libertad y desarrollo institucional, los cuales, por cierto, han ido acompañados de bienestar y equidad social.
Luego de lo ocurrido durante los últimos 10 años en los cuales la relación entre el Estado y la sociedad se ha desequilibrado totalmente a favor del Estado, para rescatar plenamente la democracia resulta fundamental restituir el balance entre las organizaciones de la sociedad civil y las instituciones estatales, así como recuperar el carácter secular del Estado.
La hipertrofia del Estado se expresa en un poder casi total del Ejecutivo Nacional, particularmente Chávez, sobre el resto de los poderes y en un control creciente del Gobierno sobre las organizaciones sociales. Además, se observa el uso del aparato público para promover e, incluso, imponer una suerte de religión estatal, el bolivarianismo, subterfugio que además sirve para practicar el culto a la personalidad del primer mandatario.
Todas las instituciones del Estado obedecen la línea que traza Miraflores.
El Poder Moral es un cómplice de los abusos e inmoralidades cometidas por el Gobierno. El Poder Judicial, especialmente el TSJ, se transformó en una sucursal del Presidente de la República. El CNE ha ido desformando el sentido del voto popular y de la representación popular.
Exceptuando los partidos políticos de oposición, las demás agrupaciones han sido intervenidas y penetradas por el régimen: los sindicatos, gremios profesionales y empresariales, e importantes capas del movimiento estudiantil, han sido carcomidas y debilitadas por el oficialismo.
El ideal de este esquema hegemónico consiste en formar organizaciones estabularias, tal como las que existían en la Unión Soviética, en la Alemania nazi y en los países comunistas de Europa oriental. En esas latitudes todas esas agrupaciones eran financiadas por el Estado para crear la imagen de una cierta “democracia popular”, e, incluso, proyectar la ficción de que existía una República.
La democracia que sustituya el proyecto hegemónico con tendencias totalitarias de Hugo Chávez, está comprometida a restituir plenamente la independencia y el equilibrio entre los poderes públicos. El sistema del check and balance que funciona en las democracias avanzadas hay que aplicarlo en Venezuela.
De acuerdo con la división del trabajo institucional, establecida por Montesquieu hace más de dos siglos, cada uno de los poderes públicos deberá cumplir con sus obligaciones. Además, tenemos que avanzar hacía reformas constitucionales que impidan la aparición de caudillos mesiánicos que utilizan los instrumentos de la democracia para intentar acabar con ella.
En este sentido es importante tomar en cuenta la experiencia alemana luego de la hecatombe que significó Hitler. Los teutones han aplicado fórmulas que impiden el surgimiento y desarrollo de líderes carismáticos que construyen su propia legalidad para someter a sus pueblos.
La democracia del siglo XXI está obligada a rescatar la vigencia del voto en dos sentidos.
En primer lugar, como instrumento para elegir los gobiernos alternativos. Una característica esencial que diferencia la democracia de todos los regímenes autoritarios es que en ella el acto de votar y elegir se respeta con absoluto rigor. Los gobiernos tienen límites severos para manipular los resultados, cometer fraudes o presionar los organismos electorales para que se parcialicen a favor del Gobierno.
El otro componente básico es que el voto tiene que ser recuperado como el mecanismo fundamental para delegar el poder y asentar la democracia representativa sobre bases incuestionables. La legitimidad de los sistemas delegativos y representativos se funda sobre patrones electorales transparentes y confiables para todos las fuerzas que participan en las elecciones. Además, las democracias son siempre representativas, aunque incluyan la participación como rasgo significativo.
Otro componente clave de la democracia post chavista es la vigencia plena del Estado de Derecho y de la libertad en todos los ámbitos. Este es un aspecto crucial del equilibrio entre el Estado y la sociedad, así como del Estado secular que debe rescatarse antes de que el comandante, a la usanza de los iraníes, termine de convertirlo en una ideocracia similar a la descrita por Octavio Paz en el Ogro Filántrópico.
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