El desbordamiento por el NO el sábado 7 muestra que seguimos dispuestos a permanecer de pie
Hace ya un montón de años, el estado norteamericano de Louisiana (en lo más profundo del Sur de ese país), confrontó una extraña situación.
Para las elecciones de gobernador, que se acercaban a pasos agigantados, se había presentado un candidato de quien la prensa -fundamentalmente la prensa del Norte- tenía pruebas de que había sido miembro activo del Ku Klux Klan, militante organización racista del Sur, a la que adornaba, por decir lo menos, una tenebrosa y criminal historia de desafueros, violencia y desmanes. La cosa se complicaba porque la candidatura alternativa había recaído en un político cuyo historial no lo hacía nada recomendable.
Por eso mismo, las encuestas favorecían claramente al hombre del Klan. Sin pensarlo dos veces, las organizaciones de los derechos civiles, de defensa de los negros y en general, todo lo que los norteamericanos llaman liberal, entraron en pánico. Era vital, obvia conclusión, torcer la posibilidad de un triunfo electoral del Klan. Con la velocidad del rayo, estructuraron una campaña de saturación total que iba, desde cuñas, volantes y anuncios, hasta visitas casa por casa.
Louisiana se vio inundada de activistas de todo Estados Unidos, quienes acudían a unirse al gran esfuerzo para impedir un triunfo electoral tan vergonzoso como peligroso. El día de las elecciones, los resultados les recompensaron ampliamente. En algo parecido estamos en estos días. Una vez más, los venezolanos son convocados para emitir su juicio sobre la pesadilla que padecemos.
Y una vez más somos requeridos a imitar a los norteamericanos de aquel momento estelar.
Razones tenemos -y sobradas- para una alarma parecida.
Razones abundan para nuestra rabia, que cuesta contener: el requerir, una vez más, nuestra definitoria opinión cuando eso ya fue zanjado; el descarado abuso de poder de la que hace gala el régimen -con la más desvergonzada complicidad de los Poderes Públicos, cuya misión es, justamente, impedirlo- y la sistemática humillación a la que se somete a cada empleado público, a cada beneficiario, de quienes no sólo se requiere el voto afirmativo, sino peor: que muestre públicamente su anuencia y asuma el papel de predicador incesante de algo sobre lo que nadie le pidió parecer.
Pocas veces se ha visto un dispendio mayor de los fondos públicos para darle al autócrata lo que sin vergüenza alguna impuso. Y pocas veces se ha inundado cada resquicio de la vida ciudadana con una campaña electoral atosigante y abusiva. Oficina pública donde usted vaya, y hasta los sistemas de transporte público, inundados de modo obsceno de propaganda gobiernera.
Sus medios de comunicación, a quienes los venezolanos brindan escasa atención, no hablan de otra cosa mañana, tarde y noche. Parecen -quizás porque lo son- los medios de una secta obsesionada con procurarnos la salvación como sea. Si no fuera más que por esto, los venezolanos deberíamos propinarle un No rotundo a lo que nos solicitan.
Pero las razones para semejante respuesta desbordan, ampliamente, el alud de zalamerías que el régimen prodiga por estos días. Ya fue votada la petición. Es lo suficientemente oscura como para que despierte nuestras sospechas y lo más grave de todo: la campaña misma nos anuncia lo que vendría de ser aprobada la torcida enmienda.
Si atropellan nuestro aguante, si derrochan nuestros recursos en vísperas de una gran sequía de ingresos, si quieren imponernos anuencia con gritos y empujones, si muestran una prisa sospechosa, si han doblegado el poquito buen gusto que le quedaba al CNE, ¿podemos siquiera vislumbrar un comportamiento idóneo cuando nos enfrentemos a N reelecciones? Nadie lo respondió mejor, ni con más contundentes argumentos, que un destacado dirigente chavista de Marigüitar, (Estado Sucre) por las páginas impolutas de aporrea.org.
Para él, esa enmienda en manos de gobernadores, alcaldes y diputados es un salvoconducto para todo tipo de abusos de poder. Y su consecuencia más perversa, la eternización de cuanto cacique alborea en cada rincón de Venezuela.
Lástima que no llegó a la conclusión inevitable: eso vale también para Chávez, ¡y con más razón! El desbordamiento del grito por el No este sábado 7 muestra que seguimos dispuestos a permanecer de pié. Contamos con la simpatía del mundo y la callada anuencia de los humillados, pero sería suicida olvidar que las elecciones se ganan ¡el día de las votaciones! Por eso todos a votar, de frente y con entusiasmo; y los humillados, ¡a pasar factura en silencio! Que ya es hora. antave38@yahoo.com
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