La restricción a la elección indefinida de gobernantes en un sociedad moderna, está fundamentada en la imperfección humana, tanto individual como colectiva. Esto no puede ser explicitado en las constituciones, ni en los códigos, pero Simón Bolívar lo entendió y explicó en su celebre Discurso de Angostura (1819); cuando afirma que la prolongación del ejercicio de un gobernante conduce a que este se acostumbre a mandar y que la gente se acostumbre a obedecer. El Libertador se apoya en Montesquieu, quien argumenta que el espíritu de la ley debe recoger "la costumbre", es decir usos y maneras del acontecer en comunidad. La realidad muestra que la prolongación del mandato de un líder, habitualmente distorsiona los propósitos iniciales de un servicio al bien común y termina generando dañinos abusos de poder.
En la actualidad, la comprensión psicoanalítica del funcionamiento humano, aporta elementos adicionales para explicarnos como se produce esta degradación del liderazgo humano. La razón de esta distorsión se encuentra en el núcleo narcisista, que es una estructura central de nuestra personalidad, en donde opera el amor propio y el sentido de la autoconservación.
Esta condición se desarrolla en la temprana infancia y en sus inicios está caracterizada por una visión grandiosa del si mismo, una formulación desmesurada de los deseos, una sobrevaloración de las facultades personales, que hace imaginar la posesión de superpoderes (pensamiento mágico) o que el entorno es o debe ser a la medida de sus sentimientos o apetencias (pensamiento animista), para lo cual se espera y se necesita de grandes provisiones de atención y elogio.
Con el desarrollo personal, este núcleo se va ajustando a otras funciones del yo, esencialmente un mejor juicio de la realidad, que supone una comprensión de los límites personales y el reconocimiento de las capacidades y sentimientos de los semejantes.
El núcleo narcisista no desaparece y cumple una función al servicio de la autoestima y opera de manera más sobria y ajustada a la realidad. Se podría hablar de un núcleo narcisista adulto, o propio del adulto.
Diversas circunstancias pueden llevar a un adulto hacia una suerte de regresión o activación del núcleo narcisista infantil. Por un lado están las carencias o fallas en la satisfacción y ajuste de las necesidades infantiles, que pueden propiciar reintentos de alcanzar los ideales narcisistas infantiles. Por otro lado esta la excesiva disponibilidad de poder (dinero, fama, etc), donde el poder político parece ofrecer una de las posibilidades mas tóxicas y embriagantes.
Quizás, por una intuitiva comprensión de estos problemas, los fundadores de La República, con aspiraciones a que fuera democrática, concibieron la limitación del poder político, estableciendo el contrapeso y regulación de la división de poderes, el ejercicio del voto popular y la limitación en el tiempo del ejercicio de los gobernantes.
El alegato de permitir la reelección indefinida, puede lucir democrático en tanto da libertad a gobernantes y gobernados a expresar sus preferencias y decidir sobre ellas en una legítima y justa consulta popular. En la letra, luce razonable. La sabiduría colectiva se encargaría de regular y limitar a un gobernante ineficiente o abusivo. Suena bien; una suerte de selección natural.
En los hechos de la realidad venezolana y de otras muchas latitudes no funciona así. Por el contrario, el caso de Venezuela es el clarísimo y elocuente ejemplo de que el enorme poder que puede ofrecer el Estado, brinda a su gobernante unas desmesuradas palancas de manipulación y sometimiento sobre la ciudadanía.
La despilfarradora sobrepresencia del Presidente Chávez en todos los medios, instituciones y actividades públicas, es una rotunda evidencia de ventajismo desbordado. La tenaz descalificación, persecución y sabotaje a cualquier gestión opositora, confirma el canibalismo político del gobernante. El desconocimiento y la asfixia al sector privado, termina por anular el justo principio de la libre concurrencia democrática. Por lo demás, la impúdica identificación con gobernantes cronificados como Fidel Castro, Mugabe, Lukashenko, Ortega y Putin, confirman la voracidad de poder de nuestro mandatario, quien además, ha anulado la división de los poderes, ataca los logros de la descentralización y sabotea descaradamente el ejercicio en las instancias conquistadas por la oposición.
Este Presidente, quien se inició despreciando la Constitución "moribunda" de 1961 y promovió una nueva, de espíritu participativo en la letra, se conduce ajeno y a espaldas de toda constitución y se explaya en el ejercicio caprichoso de su personalísima voluntad de poder, "bypaseando" (como confesó A. Isturiz en el libro de Krauze, El Delirio del Poder), todo ordenamiento legal, como ocurre con esta nueva consulta sobre materia ya rechazada el 2D.
Seria una conjetura afirmar que el Presidente padece una regresión al núcleo narcisista infantil de la personalidad. Además, el Ministerio de Salud ha penalizado hacerlo, en un burdo ejercicio de censura a la libertad de expresión. Pero lo que si podemos decir es que quien se comporta con tal desbordamiento de poder y megalomanía, parece estar dominado por esa condición.
La sabiduría de la visión de Bolivar no se detuvo solo en la distorsión del probable gobernante perpetuado en el poder. También se ocupó de la masa gobernada:"se acostumbra a obedecer". Estoy convencido de que el líder carismático del populismo, es un último acto del proceso. En una masa angustiada y cargada de calamidades, puede prefigurarse el perfil de una figura redentora, que termina por aparecer y ser ungida con la bendición popular. Ocurre entonces una correspondencia con la imagen de un líder ruidoso, a quien se percibe como poderoso y sobredotado, el cual es reconocido como el único capaz de mejorar sus precarias condiciones. Lamentablemente, en este modo de solución social, actúan mecanismos primitivos que centran la supervivencia en el ejercicio del padre arcaico, del caudillo heroico a quien se permite licencias de tirano.
Tengo la impresión de que en el fanatismo colectivo, no se pierde del todo la capacidad de discriminar errores y abusos del líder. Pero se hacen concesiones: se le consienten prácticas tramposas, injustas, o muy torpes, mientras se cree que prevalece una gestión que garantizará la satisfacción de urgentes necesidades, que no ven accesible, sino por la gestión de ese líder. La lamentable y perversa fórmula de que el fin justifica los medios, cuando el respeto a los medios, es decir, las buenas maneras de convivencia, son esenciales y fines en si mismas.
También para la colectividad es útil un mecanismo de contención que la prevenga del riesgo de sobrevalorar equívocamente, el poder de una persona y no reconocer que lo que verdaderamente mejora a una sociedad, son políticas e instituciones eficientes y equipos humanos comprometidos y capacitados, y que la idealización de una persona como garante del bienestar, termina por ser la negación y castración del desarrollo y bienestar de esa sociedad.
Carlos Rasquin.
Psicoanalista
Febrero 2009
carlosrasquin@gmail.com
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