Libertad!

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jueves, 12 de febrero de 2009

Diego Bautista Urbaneja // El cristal que deforma

Chávez logró que los venezolanos de cada lado aparezcamos ante los del otro peores de lo que somos
Los venezolanos hemos dejado de vernos los unos a los otros. No nos vemos directamente a los ojos. Nos vemos a través de Chávez. Esta persona se ha constituido en una especie de cristal que deforma la visión que tenemos los unos de los otros. No nos miramos. Miramos a Chávez y es a través de él que miramos la imagen deformada que él nos hace llegar de los demás. Los que respaldan a Chávez ven a quienes lo adversan a través de la imagen que su líder les transmite de ellos. Oligarcas, traidores, fascistas, lacayos.
Quienes adversan al barinés ven la imagen de quienes lo respaldan a través de la pregunta de cómo tendría que ser alguien para apoyar a semejante personaje. La respuesta que demos a esa interrogante determina la forma en que vemos a quienes lo siguen: oportunistas, ignorantes, resentidos.
Y es de ese modo, deformados por la figura siempre atravesada del comandante, que los ciudadanos de este país tenemos acceso los unos a los otros. Se ha constituido así ese gobernante en la figura más monstruosa de nuestra historia. Nunca antes los venezolanos nos habíamos visto los unos a los otros a través de un cristal que nos desfigura sistemáticamente. Que nos hace aparecer ante nuestros compatriotas como no somos. O como no seríamos si ese vidrio no se interpusiera permanentemente entre nosotros. Se ha sostenido que en los últimos lustros del régimen puntofijista, cada vez más venezolanos empezaron a ser, por decirlo así, invisibles para muchos otros venezolanos.
Es la idea que se formula con los conceptos de la exclusión y la inclusión, de los excluidos y los incluidos. La exclusión social avanzó esos años, y para los que permanecieron incluidos, los demás, los excluidos, que además aumentaban en número, se fueron como difuminando en las penumbras de una marginalidad cada vez más aguda.
Hay allí una parte importante de verdad, aunque no es toda la verdad. Así como la hay -sin serlo tampoco toda- en la idea de que estos años fueron necesarios para que los excluidos volvieran a ser plenamente visibles. Pero nadie contaba con que los venezolanos terminaríamos viéndonos de forma sistemática envueltos en un disfraz que nos empeora ante los otros, ante los que no están del mismo lado del espectro político. Nos empeora: esta es la palabra clave. De este modo, Hugo Chávez ha logrado que todos los venezolanos de cada lado aparezcamos ante los del otro peores de lo que somos. Una mitad del país viendo a la otra peor de lo que es. No se me ocurre que nadie pueda hacerle a su país un daño más grande que ese. Un país que se ve a sí mismo peor de lo que es, está condenado al fracaso. Por ello es imprescindible que los venezolanos adquiramos la capacidad de vernos un poco más parecidos a lo que en realidad somos, sea cual sea nuestra posición política.
Que dejemos de ver primero a ese cristal opaco para ver qué imagen desfigurada del otro nos envía, y pasemos a vernos directamente. Que seamos nosotros, y no el cristal embrujado, quienes decidamos cómo es el otro; que dejemos de vernos a través de ese lente que nos cambia para peor, y logremos ver a los demás más como ellos en realidad son, en la medida que eso es posible en esta vida.
Por eso hay que apartar de ahí ese vidrio que nos empeora, y hacerlo tan pronto como las reglas del juego democrático lo permitan. Y en la medida en que apartemos esos cristales que nos convierten en lo que no somos, en algo peor de lo que somos, en esa medida nos liberaremos de la imagen opresiva que sabemos que los otros tienen de nosotros.
Porque esto es un juego de imágenes en verdad diabólico, laberíntico, sin fin: sabiendo que el otro nos ve como no somos, a causa del cristal deformante, esa figura con que sabemos que nos ven como que se mete un poco dentro de nosotros, nos oprime, y nos deforma a su vez, pero esta vez ante nosotros mismos.
Es de ese juego de deformaciones, empeoramientos, opresiones sobre el otro y sobre uno mismo que todos tenemos que liberarnos. Ese es el significado que, de acuerdo a lo dicho, veo en esa palabra que tanto se plantea como aspiración: el reencuentro. No es sólo cosa de volvernos a abrazar, de volver a convivir, de volver a tolerar, de volver a tomar cerveza juntos, "como antes", según se dice. El reencuentro es algo a la vez más simple y más profundo, de lo que todo lo demás depende: que logremos vernos, lo mejor que podamos, los unos a los otros, sin que nadie se atraviese.

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