Libertad!

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miércoles, 30 de julio de 2008

Antonio Cova Maduro // Éste… y el otro

A lo mejor las dos revoluciones, la cubana y la bolivariana, concluyan al mismo tiempo
Justo en la ocasión en la que Bolívar -para su suerte- se quedó solo en este nuevo cumpleaños, pues su máximo celebrante y principal beneficiario andaba "recogiendo los vidrios" por Europa, el nuevo Presidente cubano, en este 55º aniversario de la Toma del Cuartel Moncada, se dirigía, una vez más, a los cubanos desde Santiago de Cuba.
Cuando rememoraba el tiempo transcurrido para Cuba con los dos hermanos al timón, Raúl reconoció que "si algo hemos aprendido bien es que el tiempo pasa velozmente. Desperdiciarlo por inercia o vacilación es una negligencia imperdonable.

Hay que aprovechar cada minuto, aprender rápido de las experiencias, incluso los errores cometidos, que siempre dejan alguna enseñanza, si son analizados con profundidad"; para terminar reconociendo más adelante, que, de ese modo "buscaremos las mejores soluciones, sin preocuparnos por quienes en el exterior intentan sacar partido de estos debates. Tarde o temprano la verdad se impone".
Leer desapasionada y calmadamente estas palabras resulta de utilidad para quien ve estos años que Venezuela lleva contemplando múltiples "errores cometidos", sin que se crea que "dejan enseñanza alguna, si fueren analizados con profundidad", en áreas, pongamos por caso, donde la cultura pasa de las manos de un resentido a un veterinario, precisamente para que ahonde los errores, de los que no se piensa hacer enmienda alguna.
Ese discurso -de nuevo, corto, para que honrosamente lo distinga de los "otros"- repite un tono y un estilo que ya conforman un patrón: Raúl Castro luce el clásico gobernante que lle- ga, en emergencia, a ocuparse de un país al que su anterior -y largo- gobierno dejó en un estado deplorable. Es como el arquitecto al que un joven matrimonio desesperado llama para que les reconstruya el apartamento que piensan ocupar.
En esto se diferencia claramente de quien está acabando con el de sus vecinos. El otro Castro se asume como quien, ladrillo a ladrillo, está ocupado en reconstruir; por fuerza tiene que diferenciarse de alguien que emplea toda su energía en ver cuánto destruye y con qué velocidad lo puede hacer.

Al primero, esos años, "que pasaron velozmente", le han enseñado a desconfiar de todos esos sueños tornados pesadillas; el segundo cree que la pesadilla que preside es el único sueño posible. El uno viene de regreso de la catástrofe, el otro, forrado en plata, corre veloz a esa misma catástrofe.
Hay, evidentemente, un problema que tiene que ver con años por cumplir. Raúl Castro -apenas menor que quien quedó para referencia- sabe que tiene poco tiempo para "salvar" lo que pueda de una revolución que se pudrió.

Sus pesadillas, imaginamos repiten los inexorables destinos de Rusia y China; y las rutas que ambas "revoluciones" han transitado marcan una pauta inevitable: la economía de guerra que el socialismo necesitó para imponerse dará paso a una economía de bienestar que necesariamente los está librando de un socialismo intragable, como pierde el pellejo la culebra cuando le llega la hora.
El otro piensa que tiene todo el tiempo del mundo y más insólito aún: que gozará en ese tiempo del inagotable aguante de sus paisanos, transformados por él en conejillos de indias. Pero, ¿lo tiene de verdad? No pareciera.
Los errores que los cubanos y la historia del mundo le concedieron a los hermanos Castro, ya no parece serían tolerados. En aquellos tiempos, en efecto, la revolución era la historia y como tal fue cantada por algunas de las mentes más famosas de entonces.

Hoy es la prehistoria.
Los hermanos Castro, además, se hicieron militares acabando con un ejército que representaba lo peor de Cuba. No salieron de él, contaminados por una forma de ser y hasta por una estética. Y aquel momento estelar les regaló un enemigo que ahora necesitan con urgencia convertir, si no en amigo, por lo menos en socio.
Ese no es el caso de nuestro novel personaje. Está inexorablemente condenado a vivir de su Enemigo. Nada de lo que hace, de lo que con dispendio regala, sería siquiera imaginable sin ese Enemigo.

Pero además, su verbo incontrolable, su ira súbita y sin rienda alguna, ha hecho el milagro de multiplicar sus pequeños enemigos, los que no por serlo resultarán menos letales.
Ese otro mundo en el que ahora vivimos, con otro modo de entender la historia y moverse en ella, a lo mejor termina haciendo un milagro: que las dos revoluciones, la cubana que se agotó hace rato y la bolivariana, que no llegó a ser ni siquiera un proyecto viable, concluyan al mismo tiempo.

Amén.
antave38@yahoo.com

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