Alejandro Tarre Quien lleve una lista de los muchos incidentes tragicómicos de la era de Chávez en Venezuela, debería incluir el regaño que lanzó hace poco el presidente al partido Comunista por haber convocado una marcha de protesta a la visita al país del presidente de Colombia. En un mitin en Maracay, Chávez dijo que él mismo había invitado a Uribe y recordó que los comunistas, por haberse aliado con el ex presidente Rafael Caldera, no habían protestado contra la visita a Venezuela que hizo Bill Clinton en los noventa.
Dijo también que su gobierno está obligado a “entenderse con el gobierno de Colombia” y que él es un jefe de Estado y “como tal debe actuar.”
La comicidad del incidente reside, claro, en el hecho de que, después de la retahíla de insultos de “jefe de Estado” que Chávez ha dirigido a Uribe desde que se peleó con él en noviembre – “genocida,” “paramilitar,” “líder de una mafia,” “mentiroso,” “criminal” son sólo algunos de ellos–, resulta gracioso escuchar al presidente regañando al partido Comunista por planificar una modesta protesta contra la visita de Uribe.
Si algo se puede decir del plan de los comunistas, es que era consecuente con sus creencias, en total sintonía con el discurso oficial. Después de todo, si uno se toma en serio las palabras de Chávez, y suscribe lo que han dicho diputados, ministros y medios oficiales sobre Uribe en los últimos meses, ¿no es una manifestación contra la visita de este “líder mafioso” lo mínimo que uno puede hacer para resguardar la dignidad de la patria?
La guinda del cóctel fue la reacción de los comunistas al regaño de Chávez. En vez de resaltar la incoherencia de su posición, y preguntarle por qué invita al país a un “genocida” y “asesino” con quien ya había jurado “jamás” volver a reunirse, los comunistas le respondieron que ellos sí habían protestado contra la visita de Clinton y que para aquella época ellos ya habían roto con el presidente Caldera por sus políticas neoliberales.
Es decir, para los comunistas el principal error de Chávez no es la incoherencia de su discurso sino su mala memoria. Una defensa sumisa y cobarde, quizá, pero también, no cabe duda, inteligente y hábil calibrando la necesidad de no caer en desgracia con Chávez y al mismo tiempo responderle algo para no ser vistos como lo que son: meros peones.
Sin embargo, independientemente de la reacción de los comunistas, este episodio, al igual que el reciente y amistoso encuentro de Chávez con el rey Juan Carlos, es una muestra de cuán ligeras pueden ser las palabras del presidente o de cuán flexibles pueden ser sus posiciones. El lenguaje oral, es verdad, tiene un carácter menos serio y definitivo que el lenguaje escrito. Pero Chávez lleva esto a un extremo risible.
Bajo su propia admisión los insultos a Uribe son como los que se lanzan las parejas cuando pelean. Es decir, no tienen el peso del significado o de la convicción. Sus ideas no son ideas sino apetitos con palabras. Sus insultos no son insultos sino estados de humor, vehículos para ventilar frustraciones y desagravios personales. La emoción, pues, se impone sobre el intelecto.
Visto desde otro punto de vista este episodio también es una prueba de un aspecto de la personalidad de Chávez que considero mucho más alarmante: su hermetismo intelectual o la casi total impermeabilidad de su pensamiento.
Chávez es incapaz de medirse con sus críticos con la razón como árbitro. En su filosofía de vida el debate verdadero, es decir, ese en el que las ideas chocan y se penetran unas a otras por su fuerza interna argumental, no es parte del juego político.
Para Chávez lo importante es el volumen de las ideas y el poder que se tiene para imponerlas sobre otras. Los discursos no se enfrentan racionalmente unos a otros, sino se imponen, por la fuerza, unos sobre otros. Y en esta guerra de imposición uno se puede valer de cualquier cosa, desde el ventajismo a la discriminación, desde la mentira a la manipulación.
Chávez recuerda la descripción que hacía Ortega y Gasset del hombre-masa. Es un hombre que se encuentra con “ideas” dentro de sí, pero es incapaz de oxigenar estas “ideas” enfrentándolas al mundo exterior. Un hombre que pareciera afirmarse y reafirmarse a sí mismo tal como es, y aceptar su superioridad moral como si se tratase de algo natural.
Este contentamiento consigo mismo lo lleva a cerrarse, a no escuchar, a no cuestionar sus opiniones y no contar con los demás. Por eso actúa como si sólo él existiera en el mundo. Por eso mecanismos y procedimientos que impliquen el acatamiento de normas objetivas –como el parlamento, las cortes independientes, la democracia– le son tan incómodos.
Desdichadamente, todo esto significa que la oposición no puede penetrar la mente del presidente a través de la razón. Estas son armas que se pueden esgrimir para erosionar su popularidad o el control que ejerce sobre las instituciones, pero no para hacerlo modificar sus posiciones. Porque cuando Chávez rectifica no es porque advierte una inconsistencia en su argumento. Si rectifica es porque se siente acorralado o siente su poder amenazado. En Chávez la rectificación en un instinto animal de supervivencia.
¿Significa esto que ya todo está perdido en Venezuela? Considerando que Chávez tiene todas las características del dictador tradicional, uno podría concluir que la situación actual del país no tiene una salida pacífica.
Pero un aspecto importante que separa a Venezuela de otros países autoritarios es que Chávez no ha llevado a su fin natural sus fuertes tendencias antiliberales. Su hermetismo intelectual, su alergia al debate racional, su extrema intolerancia, y su poca capacidad y voluntad de convivencia, no se han traducido, por ahora, en la prohibición de la libertad de prensa y reunión, en el encarcelamiento sistemático de la disidencia o en un total desmantelamiento del andamiaje democrático.
Y estos residuos liberales –que van desde la realización periódica de elecciones a la relativa libertad de prensa y la elección directa de alcaldes y gobernadores– constituyen un verdadero obstáculo para el gobierno. ¿Por qué? Porque estos espacios de acción política son tan riesgosos para su supervivencia como lo es tratar de eliminarlos. Este es uno de los fuertes dilemas que confronta Chávez, un dilema que se hizo claro con el cierre de RCTV, que consolidó el control del gobierno sobre la información televisiva, pero fortaleció, movilizó y unió a las fuerzas democráticas del país.
Hace unos meses circuló por Internet una entrevista que le hizo Jaime Bayly a Chávez, poco antes de las elecciones que lo llevaron al poder. Vale la pena verla. Y no lo digo porque en ella alaba las políticas de Clinton (“que han dado buenos resultados”) y confiesa haberle escrito una carta pidiéndole una reunión durante esa misma visita que, según dice ahora, el partido Comunista aceptó sin quejas. Tampoco porque dice que Cuba debería marchar por un rumbo distinto y “más democrático.”
La entrevista es interesante porque devela el cambio profundo que ha experimentado la personalidad de Chávez en apenas una década.
El Chávez del video es un hombre más abierto y racional, que habla con un tono humilde y puntea sus frases con un “¿no?” que devela cierto grado de inseguridad. Los histrionismos que definen ahora su discurso –como los movimientos de manos, las pausas largas entre frases, la expresión “sincera” de concentración o la repetición de frases para efecto dramático– todavía no están presentes.
La necesidad compulsiva de proyectarse como una persona encantadora sí es la misma. Pero hasta ese deseo de gustar tiene matices distintos: en el video esa necesidad es más transparente. El poder todavía no la ha envalentonado.
Otra detalle interesante que revela el video es que el Chávez de esa época era mucho más persona, mucho más humano. Alrededor de su discurso y su pensamiento todavía no había construido esa coraza de hierro que lo aísla completamente del pensamiento del “otro.” Viéndolo conversar con Bayly uno se da cuenta que en los últimos años Chávez se ha convertido en una caricatura de sí mismo, que Chávez es un caso de progresiva simplificación de un ser humano complejo a un discurso elemental, violento y primitivo. El video es una muestra de cómo el poder ilimitado puede reducir al hombre a sus instintos más básicos. De cómo descerebra y deshumaniza.
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