"Si no se engranan con el sentimiento de la calle, podría ocurrir el desgano de transeúntes"
Opositrones
Entre las partículas elementales de la física política posmoderna deben contarse los opositrones, que al chocar unos contra otros, a velocidades inimaginables, producen la antipolítica o, si la cosa se pone muy mal, generan "quarks" chavistas. La materia política venezolana tiene su principal elemento de interés y de padecimiento, en estos diminutos ingredientes que, en competencia mortal, sólo triunfan al aniquilar a los demás, como si fueran espermatozoides de la materia inerte, en fiera carrera para fecundar al CNE, árido planeta, distante y embustero.
Los opositrones se disputan hoy un espacio que suponen que les pertenece. Actúan a nombre de un pueblo que sólo asiste como espectador, y cuyo destino depende, en buena medida, de los arreglos que aquéllos logren. La unidad es la consigna y la guerra es la práctica; el acuerdo es el principio y la zancadilla es el método; la voluntad popular es la inspiración y el cogollo es la espiración. La democracia es la consigna y los que deciden son los dueños de las encuestadoras.
Encuestas
Los business están de pláceme. La dirección opositora ha encontrado el camino para resolver sus diferencias. Ya que los cogollos de los partidos son insoportables, porque diez personas deciden en cada uno de ellos, se ha resuelto entregar el destino de partidos, democracia y sociedad, a las encuestadoras, en las cuales deciden dos personas por empresa. Ni en la época de Alfaro Ucero ha habido cogollo más depurado que aquél al que se ha confiado el destino opositor: unos cinco o seis negocios de estudios de opinión.
Saltará alguna dignidad ofendida porque se esté poniendo en duda la cristalina condición de sus métodos. No se trata de tal; claro que hay encuestadoras muy serias. Sin embargo, aunque cada una jure, por este puño de cruces, que no le hace concesiones a su cliente, lo cierto es que -salvo en diferencias muy grandes- el tipo de pregunta, el orden de las palabras, el lápiz o bolígrafo que se emplea, el talante del encuestador, el tiempo que se dedica, influyen en las respuestas. Aun siendo impoluto el proceso, dos encuestadoras pueden diferir, como difiere el tono del poeta si canta a su amada impregnado del rosicler de la mañana o si lo hace en medio de una borrachera nocturna, abrazapocetas, sostenido por dos amigos que también lloran sus respectivos abandonos.
La oposición venezolana ha resuelto entregar su destino a estas empresas. Lo hace en medio de un ambiente autoritario en el cual simplemente constatar el poder del Gobierno desde instancias supuestamente neutras, lo fortalece; sobre todo si luego aparecen los dueños del negocio opinático, como si fueran analistas imparciales, a ponderar como intelectuales los descubrimientos de la fuente de sus réditos financieros, los cuales han hecho como avezados negociantes.
Las encuestas para decidir candidaturas son una renuncia a la decisión que de todas maneras les va a llegar a los dirigentes: si la diferencia es muy grande, las encuestas no son necesarias; si la diferencia es muy pequeña, las encuestas se tornan inaceptables. Sí; hay quienes han renunciado a sus aspiraciones en beneficio de otros; lo cual habla bien de algunos de ellos, pero no de todos. Hay quienes han renunciado no por altruismo, sino porque sus financistas los dejaron sin oxígeno y los hicieron renunciar.
Conoce este narrador de episodios en los cuales se ha argumentado al precandidato que debe ser flexible y ceder, no porque haya perdido, no porque no tenga puntos en las encuestas, sino porque hay que "compensar" a un partido que puede terminar sin chamba. Un acuerdo como el mencionado pudiera ser justificable; sin embargo, a los embaucados habría que explicarles, y a la sociedad que se creyó el cuento de las encuestas, argumentarle por qué, en ese caso, las reglas debían ser violadas con descaro, en plena vía pública.
Los desencuentros forman parte de la democracia; las carencias del liderazgo político son las inevitables circunstancias de este tiempo. Hay quienes aseguran que los dirigentes, los partidos y los factores que intervienen en las decisiones en la época actual, como los medios de comunicación y los financistas, son lo que se tiene, los bueyes con los que hay que arar, porque no hay otros. Ésta es una tesis peculiar que habría obligado en cada momento histórico a no procurar cambios, porque éstos comportan riesgos, y si lo que hay es lo que hay, para qué arriesgarse. Sin embargo, si se ignora este conformismo reaccionario, y se asume que lo que hay es lo que hay (lo cual no deja de ser insulto a los que están), la pregunta que habría que hacer es si estos "peor-es-nada" (de acuerdo con la tesis prevaleciente) podrían hacerlo mejor.
Salvo Didalco Bolívar y un grupo de candidatos en Aragua, así como otros en Valencia, los partidos le tienen terror a las primarias; dicen que dividen, que no hay tiempo y que no hay plata. Dese por buena esa argumentación. Por el contrario -aseguran-, las encuestas unen, hay tiempo y son más baratas. Lo cierto es que no ha ocurrido así, al menos hasta la fecha cuando se escribe este trabajo; los partidos, en la mayor parte de los casos, sólo han funcionado como coartadas para algunos de sus dirigentes, imbuidos de un acentuado personalismo, pequeños chavecitos que en su ambiente regional repiten el esquema napoleónico del barinés.
Sin duda que en la oposición hay liderazgos reales, pero en su mayor parte están recortados sobre el personalismo. El nepotismo que existe o se insinúa como solución revela la idea de que sólo yo o alguien de mi cepa es capaz de llevar el peso de la historia que me agobia.
Habrá acuerdos y ellos son útiles para darle salida al deseo de cambio que la sociedad tiene. Sin embargo, ha de notarse que, a diferencia de lo que ocurría hasta hace algún tiempo, el asunto se ha confinado a los cogollos, sin casi ninguna participación ciudadana. Al final, los inhabilitados han tenido que salir a defenderse casi solos, al menos hasta hace poco; como los expulsados de Pdvsa, los de la lista Tascón y los de la lista Maisanta, así como los militares y los presos políticos. Sí, claro, habrá manifestaciones, pero la consigna seguirá siendo que los muertos entierren a sus muertos.
¡Cuidado!
Un alerta no está de más. El peor de los escenarios es que de tanta confrontación, los dirigentes pueden -sin quererlo- trabajar inesperadamente por aquello que les horroriza: la abstención. Si no se engranan con el sentimiento de la calle, podría ocurrir -sin proponérselo- que el desgano se apodere de las almas de los transeúntes. La unidad es el único factor de entusiasmo al cual apelar; habría que cuidarla un poco más; no estrujarla y fatigarla tanto, porque candidato único no es equivalente a candidato de unidad. Un candidato único, logrado a trompadas, puede ser sinónimo de división.
carlos.blanco@comcast.net
Opositrones
Entre las partículas elementales de la física política posmoderna deben contarse los opositrones, que al chocar unos contra otros, a velocidades inimaginables, producen la antipolítica o, si la cosa se pone muy mal, generan "quarks" chavistas. La materia política venezolana tiene su principal elemento de interés y de padecimiento, en estos diminutos ingredientes que, en competencia mortal, sólo triunfan al aniquilar a los demás, como si fueran espermatozoides de la materia inerte, en fiera carrera para fecundar al CNE, árido planeta, distante y embustero.
Los opositrones se disputan hoy un espacio que suponen que les pertenece. Actúan a nombre de un pueblo que sólo asiste como espectador, y cuyo destino depende, en buena medida, de los arreglos que aquéllos logren. La unidad es la consigna y la guerra es la práctica; el acuerdo es el principio y la zancadilla es el método; la voluntad popular es la inspiración y el cogollo es la espiración. La democracia es la consigna y los que deciden son los dueños de las encuestadoras.
Encuestas
Los business están de pláceme. La dirección opositora ha encontrado el camino para resolver sus diferencias. Ya que los cogollos de los partidos son insoportables, porque diez personas deciden en cada uno de ellos, se ha resuelto entregar el destino de partidos, democracia y sociedad, a las encuestadoras, en las cuales deciden dos personas por empresa. Ni en la época de Alfaro Ucero ha habido cogollo más depurado que aquél al que se ha confiado el destino opositor: unos cinco o seis negocios de estudios de opinión.
Saltará alguna dignidad ofendida porque se esté poniendo en duda la cristalina condición de sus métodos. No se trata de tal; claro que hay encuestadoras muy serias. Sin embargo, aunque cada una jure, por este puño de cruces, que no le hace concesiones a su cliente, lo cierto es que -salvo en diferencias muy grandes- el tipo de pregunta, el orden de las palabras, el lápiz o bolígrafo que se emplea, el talante del encuestador, el tiempo que se dedica, influyen en las respuestas. Aun siendo impoluto el proceso, dos encuestadoras pueden diferir, como difiere el tono del poeta si canta a su amada impregnado del rosicler de la mañana o si lo hace en medio de una borrachera nocturna, abrazapocetas, sostenido por dos amigos que también lloran sus respectivos abandonos.
La oposición venezolana ha resuelto entregar su destino a estas empresas. Lo hace en medio de un ambiente autoritario en el cual simplemente constatar el poder del Gobierno desde instancias supuestamente neutras, lo fortalece; sobre todo si luego aparecen los dueños del negocio opinático, como si fueran analistas imparciales, a ponderar como intelectuales los descubrimientos de la fuente de sus réditos financieros, los cuales han hecho como avezados negociantes.
Las encuestas para decidir candidaturas son una renuncia a la decisión que de todas maneras les va a llegar a los dirigentes: si la diferencia es muy grande, las encuestas no son necesarias; si la diferencia es muy pequeña, las encuestas se tornan inaceptables. Sí; hay quienes han renunciado a sus aspiraciones en beneficio de otros; lo cual habla bien de algunos de ellos, pero no de todos. Hay quienes han renunciado no por altruismo, sino porque sus financistas los dejaron sin oxígeno y los hicieron renunciar.
Conoce este narrador de episodios en los cuales se ha argumentado al precandidato que debe ser flexible y ceder, no porque haya perdido, no porque no tenga puntos en las encuestas, sino porque hay que "compensar" a un partido que puede terminar sin chamba. Un acuerdo como el mencionado pudiera ser justificable; sin embargo, a los embaucados habría que explicarles, y a la sociedad que se creyó el cuento de las encuestas, argumentarle por qué, en ese caso, las reglas debían ser violadas con descaro, en plena vía pública.
Los desencuentros forman parte de la democracia; las carencias del liderazgo político son las inevitables circunstancias de este tiempo. Hay quienes aseguran que los dirigentes, los partidos y los factores que intervienen en las decisiones en la época actual, como los medios de comunicación y los financistas, son lo que se tiene, los bueyes con los que hay que arar, porque no hay otros. Ésta es una tesis peculiar que habría obligado en cada momento histórico a no procurar cambios, porque éstos comportan riesgos, y si lo que hay es lo que hay, para qué arriesgarse. Sin embargo, si se ignora este conformismo reaccionario, y se asume que lo que hay es lo que hay (lo cual no deja de ser insulto a los que están), la pregunta que habría que hacer es si estos "peor-es-nada" (de acuerdo con la tesis prevaleciente) podrían hacerlo mejor.
Salvo Didalco Bolívar y un grupo de candidatos en Aragua, así como otros en Valencia, los partidos le tienen terror a las primarias; dicen que dividen, que no hay tiempo y que no hay plata. Dese por buena esa argumentación. Por el contrario -aseguran-, las encuestas unen, hay tiempo y son más baratas. Lo cierto es que no ha ocurrido así, al menos hasta la fecha cuando se escribe este trabajo; los partidos, en la mayor parte de los casos, sólo han funcionado como coartadas para algunos de sus dirigentes, imbuidos de un acentuado personalismo, pequeños chavecitos que en su ambiente regional repiten el esquema napoleónico del barinés.
Sin duda que en la oposición hay liderazgos reales, pero en su mayor parte están recortados sobre el personalismo. El nepotismo que existe o se insinúa como solución revela la idea de que sólo yo o alguien de mi cepa es capaz de llevar el peso de la historia que me agobia.
Habrá acuerdos y ellos son útiles para darle salida al deseo de cambio que la sociedad tiene. Sin embargo, ha de notarse que, a diferencia de lo que ocurría hasta hace algún tiempo, el asunto se ha confinado a los cogollos, sin casi ninguna participación ciudadana. Al final, los inhabilitados han tenido que salir a defenderse casi solos, al menos hasta hace poco; como los expulsados de Pdvsa, los de la lista Tascón y los de la lista Maisanta, así como los militares y los presos políticos. Sí, claro, habrá manifestaciones, pero la consigna seguirá siendo que los muertos entierren a sus muertos.
¡Cuidado!
Un alerta no está de más. El peor de los escenarios es que de tanta confrontación, los dirigentes pueden -sin quererlo- trabajar inesperadamente por aquello que les horroriza: la abstención. Si no se engranan con el sentimiento de la calle, podría ocurrir -sin proponérselo- que el desgano se apodere de las almas de los transeúntes. La unidad es el único factor de entusiasmo al cual apelar; habría que cuidarla un poco más; no estrujarla y fatigarla tanto, porque candidato único no es equivalente a candidato de unidad. Un candidato único, logrado a trompadas, puede ser sinónimo de división.
carlos.blanco@comcast.net
CARACAS.- Partidos de oposición y el movimiento estudiantil venezolano protestaron ante el Tribunal Supremo de Justicia por las inhabilitaciones políticas impuestas por la Contraloría General a 272 personas, que los impide presentar sus candidaturas ante las elecciones regionales de noviembre, a causa de supuestos casos de corrupción.
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