Libertad!

Libertad!

miércoles, 25 de junio de 2008

Antonio Cova Maduro // El líder como anticuerpo

El líder está por doquier, y de todo da opinión. Promete, grita, regaña...
Quizás no tenga mucho sentido -ni genere mucho provecho- preguntarse por qué el difunto Noberto Ceresole proponía su tríada "Caudillo-Ejército-Pueblo", aunque siempre he creído que la respuesta fácil, como siempre, está bastante lejos de la verdad. En efecto, creer que como es algo usual en el pensamiento fascista esa creencia en la "omnipotencia" del líder basta con etiquetarlo así, deja sin contestar algunos asuntos clave.
Por ello puede ser muy útil explorar otra vía: la propuesta de Ceresole más bien podría expresar más un cansancio con los partidos y toda otra institución de carácter mediador. Si los partidos se corrompen, y si las instituciones dificultan, cuando no bloquean, el cambio social que la sociedad pide a gritos, entonces "hay que pensar en un líder que, sólo con la ayuda del ejército cada vez que haga falta, lleve adelante la utopía" tantas veces diferida.
Esta idea, a la que dio expresión y coherencia un oscuro intelectual argentino, le vino de perlas a quien se pensó siempre -ahora lo vemos- caudillo militar. Pero no sólo se vio de ese modo a sí mismo, sino que pensó a su sociedad bajo esa luz. Un caudillo, en efecto, requería una sociedad que se hubiese congelado en el tiempo, un anacronismo pues. Por eso los intentos continuos de retrotraernos al siglo XIX, el único escenario en el que, y con el que Chávez se siente a sus anchas.
La historia, la real, la que está ahí, siempre pone unos límites, un marco dentro del cual hay que jugar cualquier juego, si es que lo quieres ganar o al que quieras sobrevivir. Y esa historia impuso que el ejército con el que tendría que contar ni era una creación ex nihilo, ni lo sería nunca. No sería, pues, como el "Ejército de Liberación del Pueblo chino", ni como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba. Este ejército estaba allí y allí piensa seguir, excepción hecha de algunos aprovechadores de ocasión.
Conocido -y por fuerza, aceptado- ese obstáculo, el caudillo creyó que debía proceder a crear otra estructura organizacional, otro Estado que le garantizase el control (una especie del perindeac cadáver de los antiguos jesuitas) para poder llevar a cabo el Proyecto que sostiene y que cree le sostiene.
En el artículo que escribiéramos hace dos semanas ("Los aceleradores") advertíamos de cómo, la "ausencia" de hecho de una autoridad presidencial que ha destruido toda instancia de coordinación y control, deja a su cuenta -y a sus anchas- a las distintas burocracias gubernamentales. Las mismas que en todo gobierno de la variante comunista sufren de una extraña frondosidad, acompañada de una letal fragmentación.
Toda fragmentación -eso corroboran las experiencias históricas- parece tener como función convertir al caudillo en el "único árbitro" -lo que los europeos del siglo XIX bautizaron el bonapartismo. Y eso se hace posible porque la misma fragmentación genera -y amamanta- feroces luchas intestinas. La fragmentación, entonces, resulta ser miel, pero también hiel, del sistema político que el caudillismo inaugura. Y esas luchas rápido desbordan los ámbitos políticos para invadir, como un cáncer, los marcos administrativos. La necesaria "institucionalización" del régimen padece, entonces, retardos mortales.
Esto, que ya ha sido estudiado en regímenes autoritarios, adquiere en Venezuela una coloración especial por el hecho de que se dispone de una riqueza que, por poco controlada, es despilfarrable con facilidad. Y es justamente ese despilfarro de riqueza el que rápido produce una corrupción chocante en todos los niveles; y un flujo constante de visitantes que vienen "por lo suyo". La revolución que quiere el caudillo, entonces, se propaga entre vecinos cercanos y lejanos, descalabrándolo todo.
Allí, en tierras sedientas, el "proyecto" que se vende como revolucionario se agria, como el vino que con descuido se manipula. Bolivia y Nicaragua podrían certificarlo. El caudillo, entonces, ya no es sólo un problema nacional, ni tampoco lo que los norteamericanos llaman una "curiosity". No, se convierte en un problema internacional, que a veces da risa, pero al que hay que aislar e inutilizar.
A estas alturas, el líder está por doquier, y de todo da opinión. Promete, grita, regaña y al prodigarse en todo, para todo y para todos, su eficacia merma con rapidez. Se aleja de los problemas reales, no sin antes complicarlos todos y entonces su presencia misma se va tornando innecesaria.
Es el tiempo de los Manuitt, de los Giménez, de los Acosta Carlez y, quién lo diría, ¡de los Tascón!
antave38@yahoo.com

No hay comentarios: