Carlos Blanco // Tiempo de Palabra
"El socialismo de Chávez ha muerto asfixiado. No hay revolución socialista; ni la hay ni la hubo"
La semana pasada se dijo en estas líneas que la conducta política de Chávez es bipolar: si no va hacia delante como el elefante, va hacia atrás como una liebre veloz. No tiene finura para los esguinces y por eso se le ven las costuras a la legua. Desde el 2-D anda desorientado; no termina de salir de un disparate cuando otro lo espera en la bajadita. Va como los magos de pueblo que se les acaban los trucos, las cartas están roídas, el bombín descosido y el conejo tuberculoso. Las razones de los retrocesos son diversas, pero lo que revelan es que si de subsistir se trata, el socialismo, la revolución y el compromiso hasta la muerte, no sobreviven a las necesidades más perentorias de continuar en el cargo sin tanto jamaqueo.
Primero, el Gran Retroceso. Tal pareciera que Chávez está, otra vez, aislado y políticamente débil. La derrota del 2-D fue el inicio de esta etapa en la que el país le vuelve a dar la espalda. Luego vino el develamiento de sus conexiones con las FARC, por medio de las computadoras imprudentes; caso en el cual conviene recordar que él solito, sin que nadie lo empujara, se puso a defender a una organización reconocida internacionalmente como terrorista. Más adelante se irguió, como tromba, la amenaza de una huelga nacional de transporte que pareciera seguir a tiro de piedra. A los lados, la comunidad educativa del país trituró la propuesta de reforma curricular. Como si fuera poco, la Ley Sapo murió aplastada en la carretera dejando un reguero de vísceras en la forma de ministros, parlamentarios y demás deudos haciendo el ridículo planetario. Las desgracias no paran, porque le medio abren la carpeta con datos de la economía y la inflación le amarga las madrugadas insomnes. No bien despunta el día cuando le informan que los más rocheleros del PSUV andan alzados y que gente que le ha sido fiel, como Juan Barreto, le manda un mensaje de desafío en reciente artículo que alguien debe tener la compasión de explicarle al Presidente. Como si no hubiera razones para cortarse las venas, los militares institucionales no se la calan; lo cual no se expresa en alzamientos (que se sepa) sino en algo así como la operación morrocoy, pero del alma.
Cómo estará el asunto que, discretamente, los hermanos bolivarianos del planeta se están haciendo los desentendidos. Lo tratan como a un pariente muy querido, pero en cuarentena, no vaya a ser que contamine a unos camaradas que piensan aproximadamente igual, pero sin plata como para financiar desplantes.
En este pavoroso marco, Chávez retrocede. Lo hace sin modo. A lo loco. Acoquinado. Eso permite que el contraste en lo que dice en la mañana y lo que contradice en la tarde, sea muy evidente y sonoro. No es un proceso de adaptación progresiva a nuevas situaciones, en donde se aprecia un proceso reflexivo y la aceptación de críticas de los propios y los ajenos. No es la madura introspección de un estadista, sino la espantada alocada de un desprevenido que se puso a jurungar un avispero.
Con los empresarios. Esta reunión fue patética en varios sentidos. Convocó a los empresarios para que lo oyeran, sin posibilidad alguna de decir su palabra. Los reunió como hace con sus ministros y altos funcionarios para que lo escuchen, le sonrían, le aprueben. En la pantalla se veía a aquellos loquitos embriagados de real que saltaban cada vez que el Presidente hacía alguna contorsión política o ideológica. Pero hubo otro aspecto: el de la humillación. Humilló a Lorenzo Mendoza y a Juan Carlos Escotet. Lo hizo de esa manera zángana en la que suele hacerlo, tuteándolos, obligándolos a reír o sonreír, ante señalamientos ofensivos o sugerencias aún peores. A ambos les dijo no demasiado sutilmente: ustedes tienen una bola de plata que han sacado de aquí, de mi país (el de Chávez, no el de los demás) y te digo que traigas esa plata, porque te conviene; si no lo haces, te va a ir mal; y tú sabes que yo sé que tienes ese buche lleno de dólares, no me obligues a apretarte por allá abajo para que saques los verdines de la hucha.
A pesar del maltrato, Chávez anunció medidas que tienen dos sentidos claros: por una parte, remachan el papel de dominio total del Estado; y, luego, manda a la mismísima porra el socialismo, si es que alguno creía en su posibilidad.
El Retroceso es lo menos malo. La "R" de retroceso no tiene atenuantes; pero, ha de decirse, puede salirle bien si la disidencia no se avispa. Es un reconocimiento de que no podía seguir por donde iba y busca ganar tiempo. Intenta un segundo aire aun al costo de dejar en ridículo a Calixto Ortega y a Rodríguez Chacín, ardorosos defensores de la Ley Sapo que Chávez desintegró. No dejó bien parado a su hermano Adán, con ese currículo encogido. Colocó como idiotas a los ministros que firmaron la congelación de las tarifas de transporte. Pone en la estacada a los bolivarianos que se creyeron el cuento de la revolución socialista, que ahora miran a los lados y se encuentran a su jefe rodeado de monstruosos capitalistas. A los "hambreadores del pueblo", por cierto, se les pide ayuda para combatir la inflación; es decir, para domesticar el hambre del pueblo que, según Chávez, ellos han generado.
Lo de las FARC es otra cosa. Es posible que su distanciamiento de la guerrilla narcotraficante colombiana sea un parapeto convenido, destinado a abrirle una salida a un grupo política y militarmente agonizante. Las FARC, escuchando la voz patriótica y desinteresada del Comandante, podrían decir que aceptan su llamado. Aunque sea una patraña, deja a esos grupos de asesinos revestidos de marxismo, en una desagradable posición, como colgados de la brocha.
Muerte por asfixia. El socialismo de Chávez ha muerto asfixiado desde hace mucho rato. No hay revolución socialista; ni la hay, ni la hubo. No es el paso adelante y los dos pasos atrás de Lenin; no es retroceder para coger impulso en materia de revolución. Simplemente es que no era ninguna revolución, sino una operación de poder para, una vez conquistado éste, conservarlo a como dé lugar.
Ese gigantesco cambio no existe, sólo ha sido una coartada para desplazar a adecos y copeyanos, no por los de abajo, no por los desamparados, sino por mafias que han capturado el control del Estado y que tienen en el Comandante a su protector. Toda esa izquierda que creyó en que de verdad venía el cambio por el cual había soñado, ahora se encuentra desnuda, a la intemperie en la plaza Caracas, viendo el desguace que lleva a cabo un autócrata recubierto de socialismo.
Ahora esa izquierda antigua comienza a voltear hacia el techo para no cruzar mirada con el reclamo que su propia conciencia le hace, al verse convertida en soporte de una movida autoritaria y militarista que sólo ha prostituido el concepto de revolución.
Chávez volverá a las andadas si logra engañar con el supuesto diálogo, coartada para respirar y recuperar fuerzas. ¿Quién se come el cuento?
carlos.blanco@comcast.net
1 comentario:
bueno pues eso que dijiste es razonable, yo no soy de ningun partido y soy muy critico con respecto a cada presidente que gobierna pero a mi en realidad me parecio que el plan socialista que tiene chavez en mente es bueno, lo malo es que hay mucha corrupcion interna y aparte de eso, la mayoria de la poblacion venezolana es ignorante con respecto a que es el socialismo original..... saludos gracias por el blogg
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