Tapan con basura las figuras y tradiciones inconvenientes y las convierten en sinónimos del mal
CARLOS RAÚL HERNÁNDEZLa definición de la Historia que tiene aprobación y jerarquía, la concibe como una interrelación entre los pueblos y sus líderes, pequeños y grandes, los últimos considerados así porque tienen la capacidad de cambiar la marcha de las cosas humanas. Si Hitler hubiera muerto en la Primera Guerra Mundial, o si simplemente hubiera conseguido cupo en la escuela de pintura a la que quiso ingresar en Viena, seguramente el mundo hubiera sido otro, igual que si Churchill o Mandela no hubieran nacido. Pero no hay que llevarse a engaños con eso de "los grandes hombres" -a los que se denomina así por las dimensiones de las empresas que acometen y realizan-, pues los hay liberadores y opresores. Una cosa son Mao, Stalin y Castro, históricos por el tamaño del sufrimiento que trajeron para la humanidad, y otra muy distinta Gandhi, Roosevelt o Betancourt.
Una de las características del totalitarismo es su intento, al final siempre fallido, de enterrar boca abajo la memoria de los hechos que descalifican o no "preanuncian" el advenimiento de los megalómanos que lo liderizan. Efecto tapar
Primero tapan con basura ("perros muertos" decía Deutscher que cubrían la memoria de Trotski) las figuras, instituciones y tradiciones inconvenientes, y las convierten en sinónimos del mal (puntofijismo, partidos, reformistas, socialdemócratas, neoliberales) mientras desaparecen otras, actúan y hablan como si no hubieran existido. El tan trajinado Orwell contaba que en el edificio gubernamental de su Australasia había un piso con cientos de personas dedicadas a reescribir los periódicos del pasado para dar las versiones "verdaderas" que cambiaban a diario de acuerdo con las decisiones del dictador.
Alguien dijo que "... todo aventurero político se cree héroe y presenta sus fechorías como la prueba de ello". Y se vale para ello de los plomeros, pequeños súcubos e íncubos dispuestos a cualquier fechoría o indignidad, a los que habría que pedirles que tengan piedad de sí mismos, siempre viendo hacia arriba esperando el esputo benigno del jefe. De allí vienen el cucurriculum en la educación venezolana, la Ley de Inteligencia y Contrainteligencia, los imputados de Isaías Rodríguez y el Código 8 de los "inhabilitados de Russian". Obra de almas aplastadas y dedos viscosos por el mal ejercicio.
Las dos primeras buscaban sembrar la "hugolatría" en los muchachos desde la educación básica, un reflejo de la sicología narcisista, adolescente y patológica de quienes las proponían. El Código 8 y los "imputados de Rodríguez" pasarán a la memoria del país como ejemplo de abyección legendaria y hay que encargarse de que nadie la olvide. Son síntomas de lo inaudito en que se torna un grupo en autoritario.
carlosraulhernandez@gmail.com
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