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martes, 23 de agosto de 2011

LA VERDAD UNICA DESCARTADA TAMBIÉN EN FILOSOFÍA (LOS DESCARTES DE DESCARTES)

Alberto Rodríguez Barrera

I
Las generalizaciones tienden a sugerir más de lo que significan. Así sucede con Descartes (1596-1650), el filósofo francés, cuando se le llama el fundador de la filosofía moderna, título que le hubiese encantado debido a que eso fue lo que intentó; estaba dispuesto a reclamar para su filosofía un comienzo absoluto, viendo en su logro un edificio filosófico autocentrado, autosuficiente. Pero hay que tomar su filosofía como un todo para ver hasta dónde realmente llega su grandeza.

La definición aceptada por Descartes es que la filosofía es la búsqueda de la sabiduría; y su intención era renovar todo el conocimiento humano. Descartes pertenece a la última fase del Renacimiento, cuando ya habían transcurrido 80 años del descubrimiento del verdadero sistema del universo; los matemáticos puros se habían enriquecido con el invento del álgebra simbólica y algoritmos; Tycho Brahé, Kepler, Galileo y otros habían hecho sus propios descubrimientos. Todo ello se había logrado por la nueva devoción a las matemáticas. Y Descartes creyó que el método matemático podía extenderse a la filosofía, a todo el conocimiento racional: “...en nuestra búsqueda del camino directo a la verdad no debemos ocuparnos de un objeto sobre el cual no podamos obtener una certidumbre igual a las demostraciones de aritmética y geometría”.

La meta de Descartes no era darle una interpretación matemática al universo, sino componer una filosofía en semejanza a las matemáticas, exhibir todas las variedades del conocimiento como consecuencia de una serie de principios fundamentales y una simplicidad determinante que serían universalmente aceptados como los axiomas matemáticos; y así la filosofía habría obtenido la certidumbre de las matemáticas. Así es que la primera característica del pensamiento de Descartes es su visión matemática, o casi matemática, de las condiciones del conocimiento.

Su propósito confeso, igualmente, era deshacerse de una vez por todas de Aristóteles y sus sectarios, como los llamaba; ambicionaba reemplazar a Aristóteles deshaciéndose del academicismo, aunque utilizaba para sus propios propósitos las nociones académicas, y sus puntos de vista sobre la causalidad en general, del finito y del infinito, son substancialmente las mismas. La filosofía de Descartes –que no era simplemente batallar con Aristóteles- es en mucho un intento para resumir y satisfacer lo que parecen dos aspiraciones de la mente del Renacimiento: establecer una forma de conocimiento totalmente autónoma y la asignación de este conocimiento a la tarea de ir más allá de la confrontación de su objeto hacia la posesión y uso de este objeto para el mejoramiento general de la vida humana, para llegar a ser –dice Descartes en el Método- “los amos y señores de la naturaleza”.

En el prefacio de Principios de la Filosofía, Descartes compara “el todo de la filosofía con un árbol donde la metafísica forma las raíces, y la física el tronco, mientras que las ramas que crecen del tronco constituyen todas las demás ciencias que pueden ser reducidas a tres: medicina, mecánica y ética...”

Estos comentarios preliminares sobre la filosofía de Descartes se complementan con dos puntos más. Tras la decadencia del mundo medieval y las vaguedades del Renacimiento, Descartes fue el primer filósofo en construir un sistema coherente de ideas, en abrir una nueva manera de pensar donde prevalecía la confusión; y también fue el primero en llamar la atención de los filósofos al problema de la certidumbre como tal. Por esto es que es recordado fundamentalmente; desde entonces el problema de la certidumbre ha estado en la filosofía.


II

Antes de Descartes, todo el conocimiento estaba en dudas o, cuando más, dominado por el escepticismo, siendo Montaigne el ejemplo que inspiró a Descartes para acabar con el escepticismo por vía de la certeza. Montaigne estaba horrorizado por las peleas religiosas y políticas de su época y por la interrupción de la unidad europea a consecuencia de la Reforma. Montaigne descubrió la fuente de todos estos males en el dogmatismo. Los hombres se amartelan tanto con sus propias creencias que no dudan en matar a un oponente, como si acabando con su vida pudiesen acabar con el mundo de sus opiniones. Pero la verdadera sabiduría consiste en un cuidadoso entrenamiento de la mente para suspender el juicio: esa es la lección final de los Ensayos de Montaigne. Una buena mente jamás está irrevocablemente atada a sus propias opiniones; no está asegurada por su conocimiento ni por su ignorancia. No aseverará “yo sé” ni “yo no sé”, sino que preguntará “¿qué sé yo?”. Esa es la marca de la sabiduría.

Descartes leyó con cuidado los Ensayos; en el Discurso del Método hay ecos de Montaigne. Pero lo que era una conclusión para Montaigne fue sólo el punto de partida de Descartes, un escéptico con la esperanza de algo mejor que escepticismo. El Discurso del Método (1637) no es el tratado que sugiere el título, pero sí es un punto importante en la historia del pensamiento europeo. La intención primera de Descartes era llamarlo “Una historia de mi mente”, y aún se puede leer como tal, una especie de memoria que revisa el pasado a la luz del presente; fue escrito a los 40 años, 17 años después de los hechos narrados, ya como filósofo.

Para Descartes el problema central era la certidumbre, y el objetivo general del Descartes del Método era mostrar cómo él mismo enfrentó el problema. ¿Cómo podemos estar seguros de cualquier cosa? Montaigne no tenía respuesta para esta pregunta; la verdadera sabiduría consistía en echar cómodamente la cabeza en la “suave almohada” del escepticismo. Insatisfecho, Descartes pensaba en tres grados de sabiduría, y el más alto consiste en el descubrimiento de las “primeras causas y los verdaderos principios de los cuales todo lo que somos capaces de hacer puede ser deducido”. Y fue en las Meditaciones donde Descartes comenzó a construir su nueva filosofía; en la cuarta parte del Discurso sólo se da un perfil. Las Meditaciones son de hecho un “pequeño tratado de la divinidad”, sobre la existencia de Dios y del alma. Pero el punto a enfatizar es que en la nueva filosofía de Descartes –a diferencia de la vieja filosofía de Aristóteles- el movimiento del pensamiento es de las ideas a las cosas, y no de las cosas a las ideas.

Para Descartes, las ideas más importantes son ideas innatas, que encuentra en su mente, “aquellas”, dice, “que nacen conmigo”, que él percibe “claramente y precisamente”, y que son como imágenes o retratos de la realidad que representa. De ahí el principio cartesiano y de todo el idealismo moderno: todo lo que puede ser conocido clara y precisamente como constituyendo la idea de una cosa puede decirse de la cosa misma. Tal concepción del conocimiento que subraya la filosofía de Descartes indica que deberíamos estar capacitados para construir el mundo desde nuestras claras y precisas ideas, con la certeza de que estas ideas constituirán un verdadero cuadro de la realidad, y entonces el problema es encontrar el orden correcto para exponer las ideas que encontramos en nuestra mente, y de hacer más de nuestro punto de partida para que pueda haber prueba contra toda la crítica de los escépticos.

En otras palabras y en respuesta a la pregunta sobre cómo podemos estar seguros de cualquier cosa, Descartes tenía que encontrar una proposición simple e infalible que aguantara hasta las más extravagantes objeciones de los escépticos; y la encontró en el célebre cogito ergo sum, “pienso, luego existo”. (Segunda de las Meditaciones:”Pero no hay nada de que yo existo en ser engañado, y entonces, dejen que él me engañe todo lo que quiera, jamás podrá transformarme en nada mientras yo piense que soy algo.”)

Independientemente de lo que podamos pensar de pensamiento sin pensador, Descartes creyó probar que cogito ergo sum es la afirmación no de uno mismo y del pensamiento tomado separadamente como sujeto y verbo, sino de un yo pensante tomado como un todo, de una existencia cuya “toda naturaleza o esencia consiste en pensar”. Así sé que existo, percibo el hecho de mi mismo clara y precisamente, en lo que Descartes llama “una cosa pensante”, y puedo disipar cualquier duda, hasta aquella inspirada por la hipótesis de una Demonio maligno, ya que ser engañado es una forma de pensar aunque piense erróneamente; y a la vez puedo entender lo que hace a algo verdadero. De ello prosigue que estoy justificado al aseverar que lo que pueda ser concebido clara y precisamente en la mente es por lo tanto verdadero, y la verdad del cogito se vuelve el ejemplo de todas las otras verdades, además del seguro punto de partida de la filosofía de Descartes, quien pensaba que esto era certidumbre matemática.

Aristóteles y sus seguidores explicaron el mundo en términos de materia y forma, y atribuyeron al cuerpo humano un alma o forma animada, que ejerce varias operaciones en y a través del cuerpo, como nutrición, movimiento, sensación y demás. Pero en Descartes lo que llamamos alma es esencialmente pensamiento; y por lo tanto debe ser excluido, si queremos que sea una idea clara. De ahí sigue que la idea de alma o mente no contiene nada que pertenezca al cuerpo, sobre el principio de que las ideas precisas no son representativas de existencias precisas. Por lo tanto, el dualismo cartesiano de mente y materia, cuerpo y alma, es llamado “bifurcación de la naturaleza”.


III

Descartes no distinguió entre la metafísica (“las raíces”) y la física (“el tronco”) como lo hacemos hoy. Al hacer que su física dependiera de su metafísica, Descartes revirtió el procedimiento tradicional mediante el cual la física constituyó una especie de prolegómeno a la metafísica, como vemos en la filosofía de Aristóteles y Aquinas. Aquinas muestra una más clara anticipación de la visión moderna que distingue entre ciencia y filosofía cuando observa que la teoría ptolomeica de epiciclos puede “salvar las apariencias”, pero que no es prueba suficiente para que la teoría sea verdad, ya que “las apariencias quizás también puedan ser salvadas en otras hipótesis”.

La boga de la filosofía cartesiana se extendió por una generación. En cuanto Newton publicó sus Principios Matemáticos de la Filosofía Natural (1687), el sistema del universo físico de Descartes fue cosa del pasado. Hoy no hay cartesianos en física, aunque sigue con nosotros el problema de relacionar una nueva manera de entender el mundo físico. ¿Cómo sabemos que tenemos cuerpos desde los principios planteados por Descartes? Lo que imaginamos no lleva al juicio de que lo que imaginemos exista de hecho (al igual que lo que imagina el chavismo no se transforma en realidad). Hay ideas, pero a diferencia de otras ideas claras y precisas son confusas y oscuras, no confiables, la mente forma al ser afectada por alguna sustancia extraña unida íntimamente con ella, y esta sustancia es el cuerpo. Cada mente, así consciente de la unión con un cuerpo, también se hace consciente de la acción externa sobre un cuerpo; y consecuentemente debe admitir la existencia de otros cuerpos, descartando toda duda sobre la existencia del mundo exterior... El problema del dualismo es un problema real, es imposible no aceptar el dualismo de mente y cuerpo, pese a las sutilezas para disfrazarlo. El retrato del mundo de Descartes estaba muy equivocado en casi cada detalle, aunque el espíritu cartesiano que lo inspiró aún sobreviva.

Descartes era generoso y modesto, ajeno a los halagos mundanos; deseaba que su filosofía fuese de beneficio práctico para la humanidad; e insistió que era sólo por su infalible método que se hizo filósofo. Pero no era tolerante en el sentido moderno; al otorgarle a otros el derecho a sostener como verdad lo que él juzgaba falso, él mismo no podía pensar o decir que lo que sabía como verdad “por la luz natural de su mente”, podía ser falso. No había lugar en su mente para la mera opinión. Había asumido la producción de demostraciones verdaderamente matemáticas para todas las proposiciones que planteó, y estaba convencido de que todo el conocimiento era uno, al igual de que había sólo un método infalible, de tal manera que si una ciencia era correcta, todas debían ser correcta, y donde una ciencia estaba equivocada, todas estaban equivocadas. Pero la filosofía de un filósofo es el rehén que le da a la fortuna; y la fortuna ha decretado que Descartes no ha de ser, como esperaba, el Aristóteles del mundo moderno. Pero el título que no se le puede arrebatar –según su adversario moderno, Jacques Maritain- es el de “Gran Innovador”.

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