Robert Gilles Redondo*
Arrostrando con su admirable insolencia e impunidad la agonía indudable que
padece el régimen de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, la perversión moral en
la que se ha sumido nuestro país, con el fallido Estado venezolano a la cabeza,
muestra toda su ignominia: las inhabilitaciones. Atribuyo tan maligna pirueta a
lo evidente, el régimen se sabe perdido electoralmente pese a los ingentes
recursos propagandísticos y la exagerada censura impuesta a los medios de
comunicación que tienen por objeto demostrar que todo está bien cuando en
realidad ya hemos pasado de la crisis al caos, a la anarquía.
Pero debo confesar que sigo sin entender la rocosa autoprohibición de
algunos dirigentes opositores de reaccionar frente al régimen como nuestra misma
historia y el actual caos lo apremia. Es tan perturbadora la pasividad que se deja
entrever acaso un inconfesado desespero por una cuota de poder en el Estado
fallido y forajido lo cual no es sino una maligna complicidad que no se podrá
justificar mañana. La respuesta, paradójica, es en cambio insistir que los
inhabilitados seguirán siendo candidatos por cuanto no existen sentencias
firmes que lo impidan. Pero el problema no son las inhabilitaciones, el
problema es y seguirá siendo el proceso electoral y lo que debe derivar del 6-D
que no es otra cosa sino un gran movimiento de resistencia que eche a estos
delincuentes del poder y podamos reconstruir al país.
De ahí que no atino a adivinar cuál es o será el plan B si muchos meses
antes de las tan aclamadas elecciones el régimen muestra el músculo del
gangrenado Estado que está al servicio exclusivo e incondicional del Ejecutivo
y la mayoría de sectores opositores se niegan a asumir posturas sin medias
tintas. ¿Será esto parte del descalabro moral que padece la sociedad
venezolana? Porque debemos asumir que el código moral construido por nuestra
sociedad desde la primera escaramuza mantuana en el siglo XIX ha sido
desplazado por un aberrante conformismo cotidiano en el que todo, absolutamente
todo, pasa sin que se produzca una enjundiosa reacción lo que es algo
alarmante. ¿Qué hace falta para que el país entero plante cara y caiga en
cuenta de la destrucción que en todos los órdenes de nuestra vida ha provocado
este régimen totalitario?
Debemos marcar desde ya y con nitidez la frontera de lo que se va a
permitir y lo que no respecto al antes, durante y después del 6-D, de lo
contrario seguiremos condenados a un tiempo que solo para Dios tiene carácter
perfecto porque el nuestro venezolano solo se ha concretado en una vida
degradante.
Visto lo visto, es fácil predecir y conservar la esperanza apocalíptica de
que Venezuela al fin será libre gracias a un despertar colectivo y así será,
para ello hay que trabajar con posiciones firmes para que la consecuencia del
6-D sea una desinhibida respuesta que ponga fin a este caos.
No faltará quien relativice mi perplejidad respecto a la MUD y a algunos
sectores opositores, reconociéndole un alcance meramente radical, alarmista y
acaso divisionista. Yo no creo que sea así. Hay que desterrar de la oposición
la infalibilidad política de algunos. Venezuela necesita ser motivada por
ideales superiores al logro de una Asamblea Nacional opositora. Necesitamos un
movimiento de calle y de conciencia que reactive los valores nacionales que
hemos perdido por culpa de la perversión moral que ha sembrado el régimen, esto
nos conducirá a una regeneración democrática. Hay que fortalecer sin duda a la
Unidad Opositora a través de una auténtica alianza nacional que nos conduzca a
una verdadera salida, tengamos por principios los viejos aforismos del arte de
la guerra: La “Acción de Conjunto” (concurrencia de esfuerzos), y la “Voluntad
de vencer”, unida a la “Fe en la Victoria”.
Recuérdese la máxima del Contrato Social: «no se está obligado a obedecer sino a los poderes
legítimos». En Venezuela ningún poder es legítimo.
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