Robert Gilles Redondo
La dictadura
venezolana no conoce límites, no en vano procuró y logró disolver al Estado
venezolano durante estos dieciséis para convertirlo en un solo órgano que
responda de manera eficiente a las directrices emanadas de Miraflores aún
cuando ello vulnere el ordenamiento legal y viole los Derechos Humanos. No les
ha sido suficiente reprimir sin contemplación a la sociedad civil ni haber
hundido al país en la peor catástrofe social, política, económica y moral.
Tampoco les ha bastado con imponer la censura a muchos medios de comunicación
de forma directa e indirecta, para ello se han valido de técnicas ya conocidas
y aplicadas en los más férreos sistemas totalitarios y fascistas que al final
siempre han naufragado, han fracasado, pese a todo el poder y a todas las
medidas que apliquen para sostener sus ideologías.
El
desprecio y la intolerancia manifiesto de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello a
cualquier manifestación contraria a sus planes e ideología y la forma de
reducirla a la mínima expresión sólo demuestra el carácter fascista del régimen
que decidieron instaurar tras la usurpación del poder consumada en 2013, una
práctica ésta digna de Goebbels y sus famosos 11 principios que siguen fervorosamente
(adoptar una idea única y un único enemigo; el método de contagio; trasponer a
los otros los propios errores; exagerar; repetir la mentiras; silenciar a los
adversarios; excitar actitudes primitivas a partir de una mitología nacional
basada en un complejo de odios y prejuicios...). El socialismo del siglo XXI es
eso, el resurgimiento del totalitarismo
del pasado siglo que Europa padeció pero logró superar afortunadamente.
La única
manera de sostener esa ideología tan barata es silenciar a los medios. Los
usurpadores saben que el mensaje
mesiánico-revolucionario fracasó. Que nunca pudo nacer el hombre nuevo. Que no
fue posible el estado comunal. Que la idea de la mayor suma de felicidad social
se ahogó en el cinismo retórico que contrasta con la realidad no del rico o de
la clase media sino también del pobre del barrio cuya vida ha sido condenada a
la absoluta miseria. Y sumado a ello el nuevo orden internacional que la
petrochequera intentó establecer comenzó su naufragio: Argentina tomará otro
camino, no regresará el kirchnerismo; Lula como Chávez falló con el sucesor: Dilma
está al filo de la destitución; Cuba después de cincuenta años debió doblar la
rodilla ante EEUU y el Caribe se alineó con Guyana para rechazar la diplomacia
venezolana respecto al Esequibo.
La lechuza de Minerva levanta el vuelo entre las
ruinas para explicar su asombro porque
el castillo socialista que el Foro de Sao Paulo creyó haber levantado
finalmente para siempre se ha venido abajo, como si fuese de arena. Así, el
Teniente golpista que dirige la Asamblea Nacional se siente contra las cuerdas
por la investigación que sigilosamente sigue tras sus pasos por las ingentes
operaciones de narcotráfico que dirige desde Caracas con el apoyo del Cartel de
los Soles. Quedó en evidencia. Ello lo obliga a actuar como el mandamás, dejando
de lado sin pudor alguno la supuesta autoridad del supuesto presidente que
tiene Venezuela y desde su programa de televisión, intentanto calcar aquel
dominical maratón del Supremo Difunto, decide a quien meter preso, insultando a
quien quiere, dejando claro cuán avanzados son los sistemas de espionaje de su
cartel, pero sobre todo dejando claras sus pretensiones futuras para salvarse
en medio de la debacle.
Pero la debacle es inevitable. El final de esta
historia tan trágica para los venezolanos se acerca. El andamiaje levantado por
Chávez, Maduro y Cabello y la pléyade de quienes dirigen los órganos de los
poderes del estado revolucionario comenzó su colapso y la comunidad
internacional lo sigue desde cerca.
Esta debacle no la origina La Patilla, El Nacional o
Tal Cual, ni sus honorables directores. Tampoco la originan los pobres de
Guarenas, de Barquisimeto ni de Táchira que se arrojan a la calle pidiendo
comida, luz, agua, internet. En la calle no están haciendo cola ningunos
burgueses, están sí quienes alguna vez creyeron en el Difunto Mesías y quienes
ahora sólo aguardan la hora redentora para salir de la pesadilla.
Hagan lo que hagan, digan lo que digan, el final
está próximo y no podrán con la fuerza de un pueblo que está decidido a pasar
por encima de quien sea con tal de ganar la libertad y el progreso. Los venezolanos
tenemos derecho a otro destino y a construir un proyecto común en democracia que,
pese a sus carencias y defectos, nos haga a todos ciudadanos más libres e
iguales.
Ravell,
Otero y Petkoff sólo han sido transmisores de este mensaje que se repite en
cada esquina de Venezuela: la dictadura caerá, no por capricho de la burguesía
parásita sino por voluntad (ya mayoritaria) de todos los venezolanos.
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