Libertad!

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lunes, 12 de octubre de 2015

RAVELL, OTERO Y PETKOFF

Robert Gilles Redondo

La dictadura venezolana no conoce límites, no en vano procuró y logró disolver al Estado venezolano durante estos dieciséis para convertirlo en un solo órgano que responda de manera eficiente a las directrices emanadas de Miraflores aún cuando ello vulnere el ordenamiento legal y viole los Derechos Humanos. No les ha sido suficiente reprimir sin contemplación a la sociedad civil ni haber hundido al país en la peor catástrofe social, política, económica y moral. Tampoco les ha bastado con imponer la censura a muchos medios de comunicación de forma directa e indirecta, para ello se han valido de técnicas ya conocidas y aplicadas en los más férreos sistemas totalitarios y fascistas que al final siempre han naufragado, han fracasado, pese a todo el poder y a todas las medidas que apliquen para sostener sus ideologías.

El desprecio y la intolerancia manifiesto de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello a cualquier manifestación contraria a sus planes e ideología y la forma de reducirla a la mínima expresión sólo demuestra el carácter fascista del régimen que decidieron instaurar tras la usurpación del poder consumada en 2013, una práctica ésta digna de Goebbels y sus famosos 11 principios que siguen fervorosamente (adoptar una idea única y un único enemigo; el método de contagio; trasponer a los otros los propios errores; exagerar; repetir la mentiras; silenciar a los adversarios; excitar actitudes primitivas a partir de una mitología nacional basada en un complejo de odios y prejuicios...). El socialismo del siglo XXI es eso, el resurgimiento  del totalitarismo del pasado siglo que Europa padeció pero logró superar afortunadamente.

La única manera de sostener esa ideología tan barata es silenciar a los medios. Los usurpadores saben que el mensaje mesiánico-revolucionario fracasó. Que nunca pudo nacer el hombre nuevo. Que no fue posible el estado comunal. Que la idea de la mayor suma de felicidad social se ahogó en el cinismo retórico que contrasta con la realidad no del rico o de la clase media sino también del pobre del barrio cuya vida ha sido condenada a la absoluta miseria. Y sumado a ello el nuevo orden internacional que la petrochequera intentó establecer comenzó su naufragio: Argentina tomará otro camino, no regresará el kirchnerismo; Lula como Chávez falló con el sucesor: Dilma está al filo de la destitución; Cuba después de cincuenta años debió doblar la rodilla ante EEUU y el Caribe se alineó con Guyana para rechazar la diplomacia venezolana respecto al Esequibo.

La lechuza de Minerva levanta el vuelo entre las ruinas para explicar su asombro  porque el castillo socialista que el Foro de Sao Paulo creyó haber levantado finalmente para siempre se ha venido abajo, como si fuese de arena. Así, el Teniente golpista que dirige la Asamblea Nacional se siente contra las cuerdas por la investigación que sigilosamente sigue tras sus pasos por las ingentes operaciones de narcotráfico que dirige desde Caracas con el apoyo del Cartel de los Soles. Quedó en evidencia. Ello lo obliga a actuar como el mandamás, dejando de lado sin pudor alguno la supuesta autoridad del supuesto presidente que tiene Venezuela y desde su programa de televisión, intentanto calcar aquel dominical maratón del Supremo Difunto, decide a quien meter preso, insultando a quien quiere, dejando claro cuán avanzados son los sistemas de espionaje de su cartel, pero sobre todo dejando claras sus pretensiones futuras para salvarse en medio de la debacle.

Pero la debacle es inevitable. El final de esta historia tan trágica para los venezolanos se acerca. El andamiaje levantado por Chávez, Maduro y Cabello y la pléyade de quienes dirigen los órganos de los poderes del estado revolucionario comenzó su colapso y la comunidad internacional lo sigue desde cerca.

Esta debacle no la origina La Patilla, El Nacional o Tal Cual, ni sus honorables directores. Tampoco la originan los pobres de Guarenas, de Barquisimeto ni de Táchira que se arrojan a la calle pidiendo comida, luz, agua, internet. En la calle no están haciendo cola ningunos burgueses, están sí quienes alguna vez creyeron en el Difunto Mesías y quienes ahora sólo aguardan la hora redentora para salir de la pesadilla.
Hagan lo que hagan, digan lo que digan, el final está próximo y no podrán con la fuerza de un pueblo que está decidido a pasar por encima de quien sea con tal de ganar la libertad y el progreso. Los venezolanos tenemos derecho a otro destino y a construir un proyecto común en democracia que, pese a sus carencias y defectos, nos haga a todos ciudadanos más libres e iguales.

Ravell, Otero y Petkoff sólo han sido transmisores de este mensaje que se repite en cada esquina de Venezuela: la dictadura caerá, no por capricho de la burguesía parásita sino por voluntad (ya mayoritaria) de todos los venezolanos.

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