Hoy en la historia judía
El documento comienza afirmando la raíz común del cristianismo y el
judaísmo ("el pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido
con la raza de Abraham") y a continuación pone fin al antijudaísmo
cristiano cuando afirma que la elección de Israel por Dios no ha
caducado ("los judíos son todavía muy amados por Dios a causa de sus
padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación"),
por lo que rechaza que los judíos sean señalados "como réprobos y
malditos".
A su vez refuta la acusación de deicidio contra los judíos, base
fundamental del antijudaísmo cristiano, al afirmar que la muerte de
Jesús "no puede ser imputada ni indistintamente a todos los judíos que
entonces vivían, ni a los judíos de hoy [... dado que] Cristo, como
siempre lo ha profesado y profesa la Iglesia, abrazó voluntariamente y
movido por inmensa caridad, su pasión y muerte".6
Consecuentemente, la Declaración Nostra Aetate involucra ya a
partir de 1965 una actitud completamente innovadora por parte de la
Iglesia: “Como es tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos
y judíos, este Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo
conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue sobre todo por medio
de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno.”
Desde su promulgación por Pablo VI, Nostra Aetate ha servido de
guía a las relaciones de la Iglesia católica con las religiones no
cristianas, y sobre todo para el acercamiento entre el cristianismo y el
judaísmo. El papa Juan Pablo II profundizó aún más en la relación de la
Iglesia para con el judaísmo a través de su visita al campo de
exterminio de Auschwitz en 1979, al que calificó de "nuevo Gólgota del
mundo contemporáneo"; asistió además a la sinagoga de Roma en 1986; se
establecieron relaciones diplomáticas con Israel y se emitió una
petición pública de perdón por la intolerancia sostenida en nombre de
Cristo.
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