Pablo Doberti *
Cada día estoy más interesado en
este asunto. Estamos saturados de malas conferencias y, sobre todo, de
falsas conferencias; así como de malas y falsas películas, novelas,
clases de historia y de matemáticas, biografías y demás. Me interesa más
analizar lo que tienen de falsas que lo que tienen de malas, porque la
falta de talento es menos nociva que una intencionalidad tóxica.
“Un
acontecimiento capital de la historia de las naciones occidentales es
el descubrimiento del Oriente”. Esta es la primera frase de una
conferencia dada por Borges en Buenos Aires el 1° de junio de 1977; era
sobre Las mil y una noches y podría haber sido también sobre
Oriente. Nadie que no se haya preguntado mil y una veces qué es una
conferencia podría haber sido capaz de abrir más o menos de ese modo la
suya; nadie que no haya sido además Jorge Luis Borges podría haberla
abierto estrictamente con esa oración. Podría haberla abierto con esa
frase y de inmediato haberla dado por terminada, en realidad; esa frase
es una conferencia.
Lo es por su
inquietante carácter paradojal, sofístico, retórico, intrigante, parcial
y literario; lo es porque nos implica. Definir Occidente en
contraposición a Oriente podría haber sido razonable y hasta previsible,
y viceversa también, pero definir Occidente a partir de Oriente es un
movimiento extremo y nuevo de valor. Que nos digan nomás empezar –en un
auditorio occidental, reunido para reforzarse– que nos constituye
nuestro anatema es por lo menos desestabilizador. Y hace sentido, porque
no se puede entrar en Las mil y una noches sin que Oriente
entre con carisma; sin un Oriente fundacional, carismático y mítico no
hay mil y una noches… Con esas 15 palabras Borges hace una construcción
total, y de un solo golpe establece su conferencia, se erige él mismo
como conferencista esa noche y bautiza y constituye –con un desafío– a
su público en aquel teatro y a sus lectores subsecuentes, por millones y
cientos de lenguas.
“En uno de sus
cuadernos de notas Chéjov registró una anécdota: un hombre va al casino,
gana un millón, vuelve a su casa, se suicida. La forma clásica del
cuento está condensada en el núcleo de ese relato. Contra lo previsible y
convencional, la intriga se plantea como una paradoja. Primera tesis:
un cuento siempre cuenta dos historias”. Así reflexiona Ricardo
Piglia sobre el cuento. No es verdad que entonces Piglia –o Chéjov–
serán por esta reflexión eximios cuentistas, pero sí es verdad que sin
una reflexión de estas características es imposible ser un gran
cuentista.
La gran mayoría de las
muchas falsas conferencias surgen de la ausencia de una postura
inteligente sobre qué es una conferencia. Algo de público –obligado o
voluntario–, alguna escenografía (micrófono, tarima, mesa, banqueta,
etc.) que construya la asimetría y un conferencista que se pone a
hablar; y a eso llamamos “una conferencia”. Habla por hablar; y supone
que nos está siendo relevante. Y cuando el conferencista acaba, por lo
general nos ofrece la palabra –nos la presta– por medio de una semiótica
clara que define el carácter marginal de ese tramo de la performance.
Cuando
Borges abre su conferencia construye esa misma paradoja de la que
hablaba Chéjov. Presenta las cosas de una manera tal que nos
desestabiliza. Nos está diciendo –antes que nada y por sobre todo– que
el asunto del que nos va a hablar es complejo, abierto, irreductible,
incierto, polisémico, hondo, insondable y poético. Y nos lo dice como
nos lo escribía Chéjov, metiéndonos en la experiencia misma de esa
insondabilidad. No nos avisan que el tema será así y asá; construyen el
tema de esa manera en nosotros y con nosotros. Es una intervención, no
una exposición; nos lo hacen vivir; nos están constituyendo. Y esa
postura también es una conferencia.
Luego,
todo el curso de su plática es honesto con esa estructura. No hay una
sola información en la conferencia de Borges que pretenda justificarse
por sí misma y como tal; cuando las hay, están solo porque abonan a la
construcción poética de lo complejo. En aquella noche en el teatro
Coliseo nadie se enteró de nada; se produjo un hechizo formativo,
constitutivo, a partir de la palabra del poeta –no del erudito, aunque
lo sea–; a partir de la estructura de la palabra del poeta. Cuando unos
días después le tocó hablar de La Ceguera, entonces fue por aquí: “La
gente imagina al ciego encerrado en un mundo negro. Uno de los colores
que los ciegos extrañamos es el negro; otro, el rojo. A mí, que tenía la
costumbre de dormir en plena oscuridad, me molestó durante mucho tiempo
tener que dormir en este mundo de neblina, de neblina verdosa o azulada
y vagamente luminosa que es el mundo de los ciegos”. Otra vez la misma
maniobra constitutiva; otra vez el desplazamiento, el desencaje, las dos
historias, lo incomprensible, lo nuevo; otra vez el público imbricado y
la palabra como herramienta de captura y sentido. Lo contrario de
hablar por hablar.
Nuestros
habituales conferencistas suponen que están ahí para documentarnos (cada
vez más mediante un histrionismo profesionalizado, para no hacer de ese
tedio algo tedioso); creen que nos falta alguna información que ellos
tienen y morimos de ganas de que nos la transfieran. Por eso hablan. Y
hablan con la estructura del discurso informativo: certero, plano,
unívoco, soso, etc. Ese discurso es la contracara exacta del borgiano. Y
no se dan cuenta. Creen que dado que estamos ahí porque nos han
obligado (si somos adolescentes y tenemos que asistir a clase), o porque
hemos asumido ese imperativo social de que estar informado es sinónimo
de valor e inteligencia, entonces lo que él hace vale la pena. Esas son
las falsas conferencias.
¿No han
percibido la velocidad con la que todo lo olvidamos? No es porque sea
demasiada información; es porque carece de sentido. Aunque anotemos,
grabemos, filmemos o todo a la vez, nada que no encaje con nosotros, que
somos esencialmente deseo y ansiedad de sentido, quedará nunca. Que ya
dejen entonces de hablar y hablarnos de esa manera…
Cuentan
(con más folklore que otra cosa, creo) que Lacan llegó a dar una
conferencia que consistió apenas en el ceremonial de subir, saludar y
bajar. Me gusta más imaginar que la conferencia de Borges podría haber
acabado 30 segundos después de haber comenzado, pero para el caso es
igual: el que ejerce la palabra usa el lenguaje para poner al otro –al
público– de cara con su deseo, no con su falsa y superficial máscara de
certidumbre. Si el objetivo es ese, entonces valen y suman los mil y un
estilos; si el objetivo es otro (menor, falso, toxico y equivocado), ni
que nos canten canciones.
Me duele
cuando acabo un libro y no consigo percibir para qué fue escrito; y me
pasa con frecuencia. Sufro cuando voy a las escuelas y veo la estructura
de las clases que dan una y otra vez los maestros; y me pasa también
con muchísima frecuencia. Por eso decía que estaba interesado en este
asunto. Ojalá ahora tú, lector, no juzgues esta nota como un aporte más
al basurero mundial de la palabra hueca.
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