Por
Carlos Alarico Gómez*
A
las cinco de la mañana del 13 de julio de 1989 el general de división Arnaldo
Ochoa, héroe de la Revolución Cubana, fue despertado del sueño profundo en que
se hallaba en su calabozo de la prisión de Guanajuay. No se alteró en lo más
mínimo. Se vistió con calma y se preparó para morir. Desde que fue descubierto
en su negocio de tráfico de estupefacientes sabía bien cuál era el destino que
le esperaba. Mientras avanzaba hacia el
paredón de fusilamiento pensó en los hechos más resaltantes de su vida.
Una línea ascendente
La
existencia del general Ochoa se modificó radicalmente desde que se incorporó a las guerrillas comunistas que luchaban al
lado de Fidel Castro en la Sierra Maestra durante la década de los cincuenta.
En ese momento nunca se imaginó que llegaría a ser uno de los militares de
mayor prestigio que luchaban bajo las órdenes del legendario Camilo Cienfuegos.
Solo tenía la ilusión juvenil de acabar con la dictadura del general Fulgencio
Batista, que desde 1952 se había entronizado en el poder en Cuba, estableciendo
una férrea dictadura que violaba continuamente los derechos humanos. Sus
actuaciones le permitieron destacarse, especialmente cuando procedía a fusilar
a los detenidos, conducta que era particularmente admirada por el comandante
Fidel.
En Europa
Al
producirse el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959, Castro lo envió a
entrenarse en estrategia militar en la desaparecida Checoeslovaquia y más tarde
a Moscú donde se especializó en esa área. Volvió a Cuba justo a tiempo para participar
en Bahía de Cochinos en abril de 1961 donde se enfrentó a los grupos de
exiliados cubanos que invadieron la isla con ayuda de la CIA. Un año después se
destacó de manera notable en la crisis de los misiles que estuvo a punto de
conducir al mundo hacia una guerra nuclear de resultados imaginables. Su
actitud cruel llamó la atención de Fidel, quien lo envió a Venezuela a respaldar
el derrocamiento del Gobierno de Rómulo
Betancourt, apoyando a las guerrillas
que actuaban en la región de Coro bajo las órdenes del venezolano
Lubén Petkoff. Allí se encontraba cuando comenzó el Gobierno de Raúl Leoni,
pero muy pronto fue enviado a la zona del Yaracuy donde participó en los hechos
ocurridos en el Cerro Atascadero el 16 de septiembre de 1966. Allí dio muerte de
manera sanguinaria a un oficial, a un suboficial y a varios soldados. Luego se
movilizó hacia Lara donde combatió en varias refriegas, siendo célebre la emboscada
que efectuó en El Mortero, sitio adyacente a Sanare, donde el 25 de febrero de
1967 dio muerte a tres efectivos del Ejército venezolano.
De regreso a Cuba
No
obstante su labor en el fortalecimiento de las guerrillas en Venezuela, el
presidente Raúl Leoni tuvo éxito en su política de pacificación, debilitando y haciendo
casi desaparecer el movimiento guerrillero. Ese nuevo escenario hizo que Fidel
Castro lo hiciera regresar a La Habana para designarlo sub comandante del Estado Mayor
General, al mando de la jefatura del Ejército Occidental de Cuba, con la responsabilidad
específica de ampliar el plan de edificaciones militares en su país.
África
En
esa misión de encontraba cuando fue sorprendido por Fidel Castro quien lo llamó
a su Despacho para informarle que debía encargarse de un batallón que lucharía
en varios frentes de África, precisándole que actuaría en calidad de jefe de una operación multinacional
contra el avance somalí que se produjo en 1977 durante la llamada Guerra del
Ogadén en la región de Eritrea. En ese hecho dirigió al mismo tiempo a soldados
cubanos, soviéticos, etíopes y yemeníes, contra las fuerzas somalíes a las que derrotó
radicalmente. En 1980 fue enviado a Angola como jefe de la Misión Militar
Cubana, actuación que le valió ser nombrado Héroe de la Revolución Cubana,
recibiendo varias condecoraciones por sus acciones y designado miembro del
Comité Central del Partido Comunista Cubano.
De fusilador a fusilado
Su
fama fue creciendo y el régimen castro-comunista lo asignó a varias misiones de
contraespionaje en Ciudad de México, pero dada su conducta extraña comenzó a
ser vigilado cuidadosamente por agentes del G2 Cubano, quienes actuaban por órdenes
directas de Fidel Castro debido a que tenía fundadas sospechas de que algo raro
estaba ocurriendo en la vida del general de divisíón Arnaldo Ochoa, especialmente
cuando se supo que tenía una cuenta corriente en México con más de tres millones
de dólares, cantidad que le permitía disfrutar de una vida de gran lujo. Al
comenzar el año 1989 el G-2 ya tenía en su contra amplias evidencias que
demostraban su participación en una red de narcotráfico que actuaba desde esa
ciudad. Esa fue la razón por la que procedió a arrestarlo bajo la acusación de
estar asociado a funcionarios del Ministerio del Interior cubano para efectuar operaciones
de narcotráfico, las cuales realizaba por instrucciones del “capo” colombiano
Pablo Escobar, jefe del Cártel de Medellín. Ochoa y sus cómplices transportaron
seis toneladas de cocaína desde Cuba, recibiendo en compensación un total
comprobado de tres millones y medio de dólares.
Juicio y muerte de un
narcotraficante
Al
general de división Arnaldo Ochoa y a trece implicados más se les inició juicio
el 12 de junio de 1989 bajo la acusación de traficar ilícitamente con cocaína,
diamantes y marfil, para lo cual utilizó el espacio aéreo, el suelo y las aguas
cubanas, actos que fueron calificados de alta traición por el Fiscal acusador. Durante
el juicio -que fue televisado- el militar admitió su culpabilidad y pidió para
él la pena de muerte, por considerar que la juventud debía saber que sus
actos fueron un crimen contra la
Revolución.
Al
llegar al sitio señalado para su ejecución al general Arnaldo Ochoa se le
concedió el derecho a decir sus últimas
palabras y expresó:
-Pido
perdón por lo que hice. Debe ser fusilado todo aquél que se valga de su
condición de revolucionario para traficar con sustancias que condenan a la
muerte moral y física a miles de jóvenes.
Seguidamente
fue pasado por las armas, de acuerdo a la decisión del Tribunal Militar que
lo encontró culpable. Murió al lado del coronel Antonio de La Guardia, del capitán
Jorge Martínez y del civil Amado Padrón. Era el 13 de julio de 1989.
*El autor es periodista, historiador y profesor
universitario.
Puede ser contactado por el email:
carlos.alarico.gomez@gmail.com
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