JESUS ALFARO GARANTÓN
Viví mi juventud en Chile, allí pasé 7 hermosos años, era
Chile un país donde imperaba una gran democracia y acogía con los brazos
abiertos a los perseguidos políticos de toda América. Yo era un muchacho y
nunca sentí el estigma de ser extranjero. Mis compañeros de estudio y amigos,
por el contrario, se aceraban a mí con el fin de aprender vivencias y
costumbres foráneas, con eso paleaban la condición de ostracismo que vivía el
chileno común, dado a las condiciones económicas y a la lejanía geográfica del
país sureño. Mi abuelo tenía un dicho, que después me resultó muy cómico,
cuando explotaba por alguna circunstancia adversa gritaba “me voy a ir para
Chile” que era más o menos irse “más allá de más nunca”. Las circunstancias le
hicieron caer en su error cuando su hijo mayor y su familia se vieron en la
necesidad de pedir “asilo contra la opresión” arropados por el rojo, azul y
blanco de la bandera chilena.
Guardo bellos recuerdos de mi “chilenidad”, cuando regresé a
Venezuela me sentía extraño yo hablaba con un fuerte acento chileno, no en vano
pasé mí adolescencia en Santiago. Mis primeros amores fueron chilenas y mis
grandes amigos también eran de allá. El tiempo me fue adaptando nuevamente a la
patria que había perdido. En mi familia persisten algunas costumbres y dichos
chilenos: tales como “al tiro, nomás” que traducido al castellano quiere decir
de inmediato. No por estas experiencias he dejado de sentirme menos venezolano
que cualquiera y hoy con la sapiencia de los años me siento en la obligación de
criticar y luchar por un mejor futuro para nuestro país.
Leí con asombro la descomunal injusticia que se quiere cometer
contra el comunicador Cesar Miguel Rondón simplemente porque es brillante y se
le quiere atacar por no interrumpir una entrevista y no emitir palabras en
defensa de la posición de maduro en ordenar el atropello a personas que viven en
la frontera colombo venezolana y Conatel
en un ataque de generosidad le otorga la nacionalidad mejicana por el hecho de
haber nacido en esas tierras. Mis sobrinas las bellas morochas nacieron en
Londres y no saben ni hablar inglés, ¿Eso las invalidaría de ser venezolanas? ,
¿Ese hecho las hace querer menos a Venezuela que las nacidas en El Guarataro?
Vivir en el exilio es muy duro y difiere mucho de las sensaciones de un viaje
de placer. No es fácil subsistir en la pobreza en tierra extraña. Cuando viví
en Chile eran tiempos de oprobio en Venezuela donde imperaba, para variar otro
régimen autoritario de corte militar. Fue la dictadura de Pérez Jiménez donde
se impuso un gobierno militar donde mandaban los generales y donde se
estableció que la cultura y el pensamiento disidente eran peligrosos. Se
llenaron las cárceles con los mejores hombres y mujeres del país, porque
representaban la inteligencia y la capacidad de enrumbar a Venezuela en la
senda de la democracia y del respeto al ser humano. Fueron miles los presos y
centenares los muertos que colmaron las prisiones. TODOS INOCENTES. No había
escapatoria o te pudrías en el calabozo o aceptabas el exilio, el que pudo se
alejó de Venezuela. Cesar Miguel y yo tenemos algo en común, él fue el hijo
nacido en la lejanía, yo fui el hijo llevado a otras tierras.
Ante la tentativa de sembrar la duda de su nacionalidad, el
comunicador responde con un editorial donde expresa ”fueron años complicados de
persistente escasez económica, de dificultades de todo tipo y como no había
familia, porque no teníamos tíos, ni tías, ni abuelos la inmensa comunidad de
adecos y comunistas exilados pasó a ser nuestra familia…” Increíblemente esa
fue mi propia experiencia, los exilados
venezolanos en Chile fueron mi propia familia, me crie con los hijos de esas
maravillosas personas que fueron deportadas de Venezuela por la simple razón de
ser honestos. Los Massiani, hijos de aquel gran señor de las letras Don Felipe
Massiani, los Pizani, hijos del “peligroso” ex rector de la UCV Rafael Pizani, de
los Mayobre, hijos del economista Eduardo Mayobre, ministro de economía, de
Dominguito el redactor del Morrocoy Azul llamado Domingo Bracho Montiel, de
Valmore Rodríguez, ex presidente del Congreso Nacional, de Braulio Jatar Dotti
futuro senador, de Francisco Olivo, uno de los fundadores de la CTV, de un
joven médico pediatra que luego fuera Presidente de Venezuela, Jaime Lusinchi y
de Héctor Mujica, periodista y líder del partido comunista, nombrarlos a todos
se haría infinito, pero el cariño en el recuerdo se hace patente. Hoy casi
todos desaparecieron pero la familiaridad con sus hijos y nietos aún continúa.
Intentar atacar a Cesar Miguel Rondón porque nació en
México, hijo de una pareja de exilados venezolanos no es más que UNA CANALLADA.
No conozco personalmente a Cesar Miguel, soy de esos amigos invisibles que
producen los medios de comunicación modernos, pero ante el abuso y la ignominia
hay que levantar la voz y gritar YA BASTA.
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