Queridos lectores, permítanme en el día de
hoy contarles una pequeña historia. Corría el año de 1951, Venezuela estaba
bajo una férrea y cruel dictadura militar. En la Penitenciaría Nacional de
Venezuela, en San Juan de Los Morros, estaba preso César Rondón Lovera. Era
evidentemente un preso político. Militante de Acción Democrática era un
activista contra la dictadura.
En la ciudad de Caracas, otra joven activista
política contra la dictadura había superado ya el arresto domiciliario. Ella,
Roselena Tejeda, vivía en una pequeña y modesta casa en las veredas de
Propatria. Un tercero logró, gracias a sus buenos oficios, que la dictadura los
sacase del país, expulsados, exiliados. Pero los jóvenes rebeldes estaban
enamorados y era perentorio casarse antes que nada. Así, acompañada por un par
de vecinos, la jovencita Roselena fue hasta San Juan de Los Morros y allí, en
la cárcel, se casó con el preso político César Rondón Lovera. No hubo noche de
bodas, no hubo luna de miel. Ella regresó a Caracas, a Propatria, con sus, y,
como si fuese Scarlett O’Hara, Roselena, siempre tan ingeniosa ella, se armó de
una cortina, la pantalla de una lámpara e improvisó un traje de novia. Entonces
en su bicicleta salió a recorrer las veredas de Propatria. De inmediato la
acompañaron todos los vecinos, y el guardia nacional que la vigilaba también se
montó en su bicicleta para seguirla y quizá también para celebrar. Así fue la
boda de Roselena.
Dos semanas después, volvieron a encontrarse
los novios recién casados en el aeropuerto de Maiquetía dos vecinos. Pero una
boda siempre es algo importante, siempre es algo para celebrar así el novio no
esté presente. Los vecinos le prestaron un traje blanco. Los guardias
nacionales le quitaron las esposas a César Rondón Lovera, y a la parejita la
montaron en el primer avión que saliera sin importar el destino. Luego de unos
cuantos días en La Habana, terminaron llegando a México. En la inmigración le
preguntan a César Rondón Lovera, en su condición de exiliado político, si ya
tiene trabajo. Y él dice sí, yo voy a ser el chofer del poeta Andrés Eloy
Blanco. Eso era lo que habían acordado. El detalle, Andrés Eloy no tenía carro.
Para agradecerle tanta gentileza y solidaridad, los recién casados decidieron
que su primogénito sería ahijado del gran poeta cumanés.
Comenzó así una vida en el exilio dura, llena
de penurias. Y un par de años después nació el primogénito. Ese primogénito es
el que en esta dolorosa mañana les habla.
Fueron años complicados, de persistente
escasez económica, de dificultades de todo tipo. Después de mí vinieron mis dos
hermanos menores. Y como no había familia, porque no teníamos tíos ni tías ni
abuelos, la inmensa comunidad de adecos y comunistas exilados pasó a ser
nuestra familia. Así comenzó la sana costumbre de pedirle la bendición a la
periodista Ana Luisa Llovera, como si fuera nuestra abuela, o a la poeta Lucila
Velásquez, como si fuera nuestra tía.
Así crecí, en mucha modestia. Y me llamaba
mucho la atención que la conversación recurrente en esa casa, llena de exilados
políticos, era siempre Venezuela Venezuela Venezuela Venezuela. Venezuela hasta
el cansancio, Venezuela siempre.
En la casa había un cuarto de huéspedes. Pero
en el exilio no hay huéspedes sino compañeros que son como hermanos. Y en ese
cuarto de huéspedes dormía Justo Camargo, otro exilado venezolano. En la noche
del 23 de Enero de 1958, el niño que alguna vez yo fui tuvo miedo. No sé, miedo
a la oscuridad, miedo a tantas cosas. Y como tantos niños asustados decidí ir a
dormir con mis papás. Me acosté en medio de los dos. De repente la puerta del
cuarto empieza a retumbar. Un estruendo de golpes. Sobresaltados se despiertan
mi papá y mi mamá y el niño que yo era también. Y cuando abren la puerta
aparece Justo Camargo despeinado, como alumbrado por dentro y grita: ¡Cayó
Pérez Jiménez! En ese instante pasó una cosa extraordinaria. Esos tres adultos
empezaron a brincar en la cama, agarrados, como si hicieran una rueda infantil.
Gritaban felices, lloraban de alegría. ¡Cayó la dictadura! ¡Cayó Pérez Jiménez!
Yo, muy asustado, los veía desde abajo. Desde ese día entendí que la libertad
es una fiesta.
Pronto, en el primer vuelo que salió a
Caracas, vinimos mi papá mi mamá y mis dos hermanos. Al llegar a Maiquetía un
sol inmenso me encandiló, y conocí entonces por fin a mis tíos verdaderos, a mi
familia verdadera.
Mi papá fue electo diputado y un día me llevó
a conocer el Congreso Nacional. Era yo muy pequeñito y me mostró los jardines
del palacio. Sus palabras jamás se me olvidaron: “Hijo este es el Congreso,
aquí manda el pueblo. Esto es la democracia y eso tienes que entenderlo y
tienes que respetarlo. Y algo muy importante, más nunca nos vamos de
Venezuela”.
Desde ese día entendí que había que querer la
democracia, respetarla y defenderla. Defender el país, defender sus
instituciones, defenderlo todo. Como en mi infancia, siempre la misma palabra:
Venezuela Venezuela Venezuela Venezuela.
Lamento mucho tener que contar esta historia.
Y lo lamento porque en estos tiempos absurdos, crueles, oscuros, injustos,
terribles y miserables que vivimos hay que aclarar lo que está claro. Yo soy
venezolano por nacimiento. Lo garantizan la Constitución Bolivariana de
Venezuela y mi vida misma.
Como diría César Vallejo, perdonen la
tristeza.
1 comentario:
Hoy, mas de 30 dias, tuve la oportunidad de leer este canto de historia venezolana y no pude resistir la tentación de publicarlo en el Blog del cual soy editor. Carlos Padilla
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