La próxima vez que alguien le diga que la candidatura Capriles “no levanta”, pregúntele cómo lo sabe. Puede ser una buena idea.
Igual conviene preguntar(se) por qué quienes, desde el propio terreno
de la oposición “unitaria”, le tienen ojeriza, invariablemente se
refieren a Capriles como “ese muchacho”, dicho esto último con un
benévolo y displicente cabeceo que quiere pasar por sabiduría política.
Me refiero al tipo de sabiduría que en la literatura clásica se atribuye
a los consejos de ancianos. Es sugestivo que estos demócratas
vilpendian la juventud de Capriles con el mismo ánimo descalificatorio
con que lo hacen los voceros del chavismo. Y esto, quizá no
paradójicamente, en un país puer aeternusque desde siempre ha practicado un culto demagógico a la Juventud.
Tengo para mí que es a los nostálgicos del país que nos dio al
longevo, empecinado y errático Rafael Caldera y a un fósil llamado
Alfaro Ucero, a quienes más impacienta el calmo y sistemático desempeño
del “muchacho”.
. Una variante semántica de “la candidatura Capriles no levanta” es
afirmar que Capriles “no es suficientemente duro con Chávez”. De nuevo,
preguntar “¿qué te lo hace pensar?” es lo mejor que puede uno hacer
para identificar, no sólo un adversario de Capriles, sino muy
probablemente a eso que una insuperable expresión yanqui define como un
“perdedor”.
“Perder es cuestión de método”, ha dicho Santiago Gamboa, el
extraordinario escritor colombiano, y estos inopinados detractores de
Capriles son, en mi modesto parecer, maestros del método. Para irnos
entendiendo, imparto de una vez un retrato hablado de una, dos, quizá
tres secciones del Coro de Perdedores Perpetuos que la tienen tomada
con Capriles. Son muchas más, pero con unas pocas bastará para que el
lector mire en la dirección que mi dedo de mugrientas uñas indica.
2.-
Me bastó escuchar los nombes de algunos de los más cejijuntos
analistas de la presuntamente pésima campaña de Capriles para echarme a
reir. Son, para decirlo de alguna manera, jubilados supernumerarios de
decenas de campañas perdidas durante la llamada IV República, adscritos a
lo que con un gran esfuerzo de imaginación podrìa llamarse el bloque
socialdemócrata de la coalición opositora.Hay entre ellos más de un
Willy Brandt de patio de bolas. O bien caballeros que alguna vez
formaron parte de las comisiones de propaganda del MAS y que nunca
ganaron una campaña electoral, ni siquiera al interior de aquel
legendario pequeño partido. O factores del firmamento adeco – la Gran
Maquinaria que arrasaría en las primarias de febrero, ¿recuerdan? -,
algunos de ellos reciclados en Un Nuevo Tiempo. O asteroides del Big
Bang copeyano. O insidiosos editores de prosa punzopenetrante,
proverbialmente tenidos por zahoríes, que en el aciago 1998 llegaron a
proponernos ¡ a Alfaro Ucero! como diques de contención del tsunami
Chávez.
¿Cuál es su argumento estelar? ¡Las encuestas! Una paráfrasis de la
recordada, estupenda telenovela de Leonardo Padrón nos daría a
Venezuela como el País de las Encuestas. Permítanme incurrir en mi
atropello favorito: hacer irrisiòn de ese sujeto infaltable en la
Pinacoteca de los Genios venezolanos del siglo XXI: el encuestador, o
por mejor decir, el “demoscopa”, caballero de fortuna que ausculta los
pareceres del público y suele infligirnos agudezas tales como: “ Chávez
podría ganar, pero tambièn podría perder” ; o bien “ esta medición es
sólo una fotografía: lo que importa en la tendencia”, et cétera.
Hay de todo en el gremio, desde luego. Gente de mucha probidad cuyas
observaciones infunden respeto. Pero, ¡ay!, es minoría: lo que abunda es
el encuestador, que “cientìficamente”, con alarde de varianzas,
desviaciones estándar, campanas de gauss y modelos estocásticos, llega a
la conclusión chamánica de que lo que pasa es que Chávez tiene una
“conexiòn emocional” con el electorado y Capriles, ¡qué vaina con el
muchacho!, no la tiene. Se habla de un enceustador que cambió sus
resultados en 180º justo después que el gobierno le engavetase un
crédito del Banco Industrial.
Tales encuestadores salen del ámbito de la Ciencia, del método
inductivo experimental y los modelos matemáticos para penetrar en la
bruma de lo mágico-religioso con la facilidad de quien atraviesa la
puerta giratoria de un hotel. Decir “es que Chávez tiene un vínculo
emocional con los desdentados”, sin caracterizar ni describir el
funcionamiento ese tal vínculo, equivale para mí a correr al burladero
de la palabrería hueca y declararse miembro de la Asociaciòn Mundial de
Charlatanes.
3.-
¿Qué procura este “revival” del ya rancio tema de la conexión
memtempsicótica de Bolívar y su pueblo a través de Chávez? La nuez de
la artera campaña es infundir en el electorado opositor la idea de que
Capriles no tiene “carisma”, que no le pega duro a Chávez, que no va
p’al baile. Y hacer así más fácil la demencial sugerencia de cambiar de
caballo en mitad del río.
Tres millones de electores se manifestaron hace apenas 90 dias a
favor del candidato más moderado. Yo, que, dicho sea de paso, voté por
María Corina Machado, me niego a creer que esa disposición a votar por
Capriles en octubre se haya desvanecido a favor del candidato que
ofrecía a llevar Chávez esposado a la Corte Internacional de La Haya. Al
contrario, si atendemos a que la mejor encuesta es una elección, la
oposición, y con ellas Capriles, las viene ganando todas,
consistentemente, desde hace cuatro años.
Tan buen arranque como el de las primarias precedió los actuales
días, quizá los más negros del Chávez candidato en toda su carrera
pública: gravemente enfermo y disminuído, rodeado de “incondicionales”
que ya no lo son tanto, absortos como están en vertiginosas sumas y
restas mentales acerca del futuro personal de cada quien. Y con el
tiempo conspirando en contra. ¿Es este el momento de dudar del
abanderado?
La mejor prueba de que Capriles lo está haciendo razonablemente bien
con su estrategia de “fuerza tranquila”, para usar el famoso lema
electoral de François Mitterand, es que tiene protervos enemigos en su
propio bando. Yo no le tendría el menor respeto como político de no ser
así.
Para finalizar, menciono una de sus armas sceretas, tan inasible y
mágica pero tan potente como el fulano carisma de Chávez: la buena
suerte. El muchacho es suertudo y eso vale tanto o más que el carisma
del paciente habanero.
Dejémonos de vainas, ¿sí? Aquí el único que está en problemas – verdaderos problemas, algo mas que electorales- es Chávez.
Ibsen Martínez está en @ibsenM
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