Ana Teresa Torres
"Dame tu corona, Cristo, dámela, que yo sangro, dame tu cruz, cien cruces, pero dame vida, porque todavía me quedan cosas por hacer por este pueblo y por esta patria, no me lleves todavía, dame tu cruz, dame tus espinas, dame tu sable que yo estoy dispuesto a llevarlas, pero con vida, Cristo, mi señor."
"Dame tu corona, Cristo, dámela, que yo sangro, dame tu cruz, cien cruces, pero dame vida, porque todavía me quedan cosas por hacer por este pueblo y por esta patria, no me lleves todavía, dame tu cruz, dame tus espinas, dame tu sable que yo estoy dispuesto a llevarlas, pero con vida, Cristo, mi señor."
Estas palabras fueron pronunciadas por Hugo Chávez en una misa de acción
de gracias en Barinas, a su regreso de Cuba en abril de 2012, a donde
había viajado para continuar su tratamiento. Cristo aparece en este
discurso con un sable, lo que tampoco corresponde al cristianismo
típico. Es un Cristo guerrero. El sable simbólicamente pertenece a
Bolívar, y de ese modo se mezclan ambas figuras en un solo conjunto de
significados. El líder se presenta entonces en identificación con el
Cristo sufriente, el Cristo redentor que asumió el sacrificio y tormento
para salvar a los hombres, pero que al mismo tiempo es un guerrero, que
inspira la lucha por el pueblo. De la misma manera en que el socialismo
real fue ateo, el Cristo del cristianismo no es guerrero, pero estas
contradicciones son obviadas en el discurso, que de algún modo contiene
reminiscencias tergiversadas del movimiento de la teología de la
liberación.
Hay una división de opiniones acerca de si el liderazgo de Hugo Chávez
es político, carismático o religioso. No veo oposiciones infranqueables
entre ellas. Es todo a la vez. Un liderazgo mantenido por catorce años
invita a preguntarnos de qué fuentes surge el poder del líder para
sostener la fidelidad de la masa durante tanto tiempo y a pesar de la
precaria gestión de gobierno. Hay dos fuentes que saltan a primera vista
y en las que no me voy a detener porque son las que constantemente son
citadas y referenciadas por todo tipo de opinadores: el poder económico y
el poder político. No hay mucho que agregar sobre esto porque es obvio.
Si partimos de la definición de que las masas siguen a Hugo Chávez
porque les brinda (o promete brindar) apoyo directo a sus necesidades
básicas, que son prioritarias en sectores pobres o pobrísimos de la
sociedad, y continuamos con la definición de que esas masas están
controladas por un poder político sin barreras ni cortapisas, estaremos,
sin duda, diciendo algo cierto y evidente. Pero si eso es lo único que
mantiene la fidelidad al líder, entonces tendríamos que pensar que
estamos definiendo a esas masas como un conjunto de cuerpos vacíos que
solamente responden a la inmediata necesidad y al control intimidatorio
de los mecanismos del poder. Debemos recordar que estamos hablando de
personas (de muchas, por cierto) y no de máquinas a las que se les
suministra combustible o se programa para actuar; y en términos
religiosos –que es precisamente el tema que nos convoca–, bien
pudiéramos decir que son cuerpos con alma. En ese movedizo terreno de la subjetividad se ancla la tercera fuente de poder del líder: el poder simbólico.
¿En qué se asienta este poder? ¿Cómo se expresa? Los efectos son
intangibles, pero su vehículo es perfectamente visible y asible: en el
discurso. En las palabras. En los instrumentos simbólicos que disponemos
para construir nuestra identidad. Los seres humanos nos construimos y
definimos en la palabra del otro, eso, al menos, piensa un
psicoanalista. El lenguaje nos afecta y es el instrumento fundamental
que nos constituye en personas. Entonces estamos obligados a pensar en
la consistencia y naturaleza de ese discurso constituyente que ha
logrado en tres lustros convertir a las masas, que durante cuatro
décadas suponíamos democráticas, en fieles seguidores de una ideología
no democrática, autoritaria, y encaminada día a día hacia el
totalitarismo a la venezolana. Es tarea de los politólogos definir las
características de esa ideología, de esa construcción política que ha
creado Hugo Chávez, y que tiene cualidades muy particulares que no se
dejan fácilmente asimilar a las ideologías estándar estudiadas por las
teorías políticas. No soy politóloga, así que les invito a pensar en el
fenómeno desde otros canales. ¿De qué está hecho el discurso de Hugo
Chávez? Si corremos a definirlo como una sarta de palabrería sin
sentido, una habladera de pistoladas, como se dice en criollo, no
podemos continuar. El prejuicio nos impide comprender. Les invito a
desprenderse de ese prejuicio según el cual el discurso de Chávez es
pura cháchara. O en todo caso, a admitir que es necesario tratar de
comprender mejor esa cháchara. No es una retórica hueca destinada a
marear a los escuchas, tiene sentido y puede ser comprendida.
Si levantamos la hojarasca de su verbo encendido podemos distinguir que
el discurso tiene dos vértices básicos: por un lado es un discurso histórico-nacionalista- bolivariano, y por el otro un discurso redentorista- cristiano-socialista.
Hay que hacer una salvedad, y es que en ninguno de los casos el
discurso corresponde palabra por palabra a la base teórica de la que
proviene. Es un discurso compuesto de apropiaciones y reapropiaciones de
discursos “mayores”, hasta cierto punto universales, pero crea un nuevo
producto, único y solo parecido a sí mismo. Este discurso ha construido
una versión histórica de Venezuela, que no hace falta que avalen los
historiadores; la veracidad histórica no tiene importancia a los fines
de la retórica política. Es la historia de Venezuela, tal como el líder
la entiende y como la recibe la masa. Tiene efecto simbólico en tanto es
un gran relato nacional cuyo protagonista es el pueblo oprimido y
engañado por las elites durante cinco siglos que finalmente encuentra su
liberación. Simple, poco veraz, pero efectivo. Otro tanto puede decirse
de lo bolivariano que habla del Libertador, tal como el líder lo ha
construido –imagen en 3D incluida–; y digan lo que digan los
historiadores, ese Bolívar, tergiversado o inventado, es el que recibe
la masa. Un nuevo Bolívar cristiano y socialista, que opera como la
bisagra que une los dos vértices, el histórico-nacionalista y el
redentorista; a lo que hay que agregar que Bolívar ya recibía cualidades
religiosas antes de Chávez, de modo que aquí el líder se apropia de un
discurso prefabricado. Quien es chavista es también bolivariano,
socialista y cristiano. O al revés. Los conceptos se intercambian y se
hacen sinónimos, a pesar de las contradicciones que puedan contener. Es
un conjunto de significantes que flota en el discurso y que cada
receptor capta de acuerdo a su propia subjetividad.
Con el discurso cristiano ocurre lo mismo que con el discurso histórico.
No es el discurso de un teólogo jesuita, es la apropiación de lo que
Michaelle Ascencio ha estudiado como “catolicismo popular”, y no
corresponde por completo a la religión católica de los dogmas y
practicas religiosas, al punto que incluye fácilmente creencias y
prácticas mágicas provenientes de otras creencias, y tampoco establece
una diferencia taxativa con las religiones cristianas protestantes, que
en América Latina son conocidas como evangélicas. Es un discurso
religioso lo suficientemente amplio para que cualquiera puede
encontrarse cómodo dentro de sus referencias. Un ejemplo: “Estoy seguro
de que lo vamos a lograr. Hemos sido bañados por el agua bendita del
cordonazo de San Francisco. Hoy es día de San Francisco, aquel que era
rico y entregó toda su riqueza a los pobres y se volvió santo”. Estas
afirmaciones dichas en el cierre de la campaña electoral pasada unen la
tradición caraqueña del culto a San Francisco con el milagro y el éxito
político.
En cuanto al discurso socialista, derivado del marxismo, que el líder
comenzó a hacer explícito hacia la mitad de su mandato, ocurre lo mismo.
Un teórico marxista o neomarxista no quedaría suficientemente
convencido. Es un marxismo reapropiado. Por poner un ejemplo, si bien el
estado comunal, y la propia idea de la comuna, se inspiran en los
soviets y en los kolhos de la Unión Soviética, no se propone un estado
soviético tal cual fue. Es una versión venezolana, más asequible a
nuestra mentalidad que la que impusieron los rusos tiempo atrás, pero al
fin y al cabo es una invocación del marxismo que puede contentar a los
sectores de la izquierda, y al mismo tiempo ofrece la redención de los
desposeídos, que puede animar a las masas. Todo, en conjunto, va creando
una construcción barroca en la cual diferentes discursos universales
confluyen para generar un discurso culturalmente nuevo, y que
probablemente solo funciona en Venezuela porque adopta las
características culturales nacionales. Es por eso que si el líder baila
joropo o entona coplas llaneras en medio de un discurso, las masas no
ven eso como ridículo o fuera de lugar; ni tampoco que cuente anécdotas
interminables o chistes perdidos, porque recrea así la manera popular
del habla venezolana.
El discurso histórico es también redentorista en tanto la historia se ha
planteado como el relato de la dominación de unas clases sobre otras
(lo que tiene una reminiscencia marxista, sin duda), pero dentro de la
redención no esta solamente la material, que fue la propia del marxismo,
sino la cristiana. Cristo es por antonomasia el redentor, y de acuerdo
con el líder, el redentor de los pobres porque fue socialista. Cristo es
una fuerza espiritual y también guerrera:
Dame tu corona, Cristo, dámela, que yo sangro, dame tu cruz, cien
cruces, pero dame vida, porque todavía me quedan cosas por hacer por
este pueblo y por esta patria, no me lleves todavía, dame tu cruz, dame
tus espinas, dame tu sable que yo estoy dispuesto a llevarlas, pero con
vida, Cristo, mi señor.
Estas palabras fueron pronunciadas por Hugo Chávez en una misa de acción
de gracias en Barinas, a su regreso de Cuba en abril de 2012, a donde
había viajado para continuar su tratamiento. Cristo aparece en este
discurso con un sable, lo que tampoco corresponde al cristianismo
típico. Es un Cristo guerrero. El sable simbólicamente pertenece a
Bolívar, y de ese modo se mezclan ambas figuras en un solo conjunto de
significados. El líder se presenta entonces en identificación con el
Cristo sufriente, el Cristo redentor que asumió el sacrificio y tormento
para salvar a los hombres, pero que al mismo tiempo es un guerrero, que
inspira la lucha por el pueblo. De la misma manera en que el socialismo
real fue ateo, el Cristo del cristianismo no es guerrero, pero estas
contradicciones son obviadas en el discurso, que de algún modo contiene
reminiscencias tergiversadas del movimiento de la teología de la
liberación.
El líder propone a Cristo como su modelo de identificación, y al mismo
tiempo se propone a sí mismo como modelo para sus seguidores. Esa
identificación, además, no es estática, genera modificaciones en la
propia masa. Como decía en unas recientes declaraciones Moisés Naím (El
Universal, 4/11/2012): “Hay muchas características de la ideología, de
la personalidad y de las preferencias de Chávez que hoy se reflejan en
la nación”.
En tanto los venezolanos son los hijos e hijas de Bolívar, quedan unidos
en un doble vínculo sagrado: la unión a través de Cristo y a través de
Bolívar. Y más aún, la identidad del pueblo es definida a través de la
identidad del líder:
Chávez no soy yo, Chávez son ustedes, somos todos. Ya no soy yo. En verdad Chávez es un pueblo, es un concepto: el chavismo.
Estas palabras corresponden a una concentración en Cumaná en la pasada
campaña electoral, pero con mínimas variantes han sido repetidas
numerosas veces. Por cierto que la repetición abusiva de su retórica ha
sido considerada como un “fastidio”, o como propia de quien no tiene
nada que decir. Veámoslo también como la consistencia que el oyente
encuentra en el discurso, la seguridad de que su líder no cambia y es
fiel a lo que dice; y también como la repetición propia de las retóricas
religiosas en las prácticas, ritos y plegarias.
Si observamos con detalle en este discurso el significado principal no
es que las masas sean militantes de un partido político (el partido
tiene, por supuesto, su propia vida y fines), sino que formen parte de
un cuerpo de la patria de la que el líder es órgano vital (“Chávez,
corazón de la patria”). Y por otro lado, las promesas que se ofrecen no
se expresan en el lenguaje de las políticas públicas, laicas y
ciudadanas, sino como “misiones”, que es un término que engloba lo
cristiano y lo militar, y que aluden metafóricamente al amor del líder
por el pueblo. No se ofrece, por ejemplo, un “programa de atención
médico social dirigido a las mujeres con embarazo precoz y a los
adolescentes en situaciones de riesgo e incapacidad”, sino la Misión
Hijos de Venezuela. O, en vez de “programas de atención integral para
las personas de tercera edad de los sectores de bajos recursos” aparece
la Misión en Amor Mayor. Los nombres concedidos a las misiones, sin
excepción, convocan a los sentimientos, al amor, y a la protección del
líder.
Como dije al principio, no hay ninguna duda de que estamos hablando de
beneficios materiales concedidos por el gobierno a los sectores de
pobreza, y que consiguientemente eso genera una condición de obediencia y
sometimiento ante quien los concede. Pero es mucho más que eso. Es la
creación de una suerte de iglesia-patria, en la que los fieles conviven
unidos por los lazos que los vinculan al padre-líder, y a
Cristo-Bolívar, por el amor que les dispensa a todos y a cada uno de
ellos por igual (con excepción, por supuesto, de aquellos “infieles” que
no forman parte de esa comunidad, y por ello son “antipatriotas”).
Todos los fieles forman parte de esa gran comunidad, que es la patria,
que es el cuerpo de Chávez, que es el cuerpo de Bolívar (literalmente
expuesto), y “Cristo, mi señor” es el único por encima del líder, y a
su vez lo ama y cuida para que su vida alcance a cumplir la misión que
le ha sido encomendada en la tierra.
Esos lazos de amor producen una fuerte identificación entre la masa y el
líder, que es quien representa el conjunto de valores e ideales que dan
sentido a todo. Ciertamente ese conjunto es bastante indefinido, pero
por ello mismo permite que todos puedan interpretarlo y comprenderlo
desde su propia subjetividad. Si se propusiera, por ejemplo, la
dictadura del proletariado, elemento esencial del marxismo tradicional, o
se invocara a Marx, como genio iluminador, pocos se verían reflejados;
en cambio en la felicidad de la “patria nueva y bonita” cualquiera puede
colocar sus propias esperanzas. Y pareciera que así ocurre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario