JESÚS ALFARO GARANTÓN
El concepto de Piedra Filosofal, proviene de la Edad Media,
cuando en medio del oscurantismo se movían sigilosamente los alquimistas,
quienes uniendo superchería con lo que luego llamaron Química, buscaban sin
descanso la fórmula mágica de convertir cualquier materia en oro. La eterna
quimera del hombre en confundir la riqueza con felicidad. No es que “ser rico,
es malo” como lo dijo nuestro pitoniso
destructor galáctico, sino que la felicidad está en muchas pequeñas cosas que
nos hacen sonreír. Las cosas más sencillas, las cosas más frágiles, dan el
soporte a la verdadera felicidad. No es que rechacemos un Mercedes Benz y un
milloncito de dólares como una ayudadita, pero tampoco hay que hacer de nuestra
vida, una eterna lucha por el dinero.
La Piedra Filosofal, tan deseada y buscada, tendría además
la propiedad de proporcionar la inmortalidad, siempre y cuando se dejara
reposar sumergida en agua durante una noche, ese líquido adquiría la propiedad
de otorgar la vida eterna al afortunado bañista que se la echara encima. Otra
quimera equivocada, en un mundo precario donde todo faltaba y donde la brevedad
de la vida era predominante. En esos tiempos la expectativa de vida de un
recién nacido difícilmente llegaba a la treintena de años, la mortalidad
infantil era enorme y las parejas llegaban a tener hasta una docena de hijos,
llegando apenas dos de ellos a la edad adulta. Era lógico que los grandes
pensadores buscaran ansiosamente la prolongación de la vida, la ansiada fórmula
de la vida eterna y hasta el día de hoy ni siquiera la inmortalidad del
cangrejo está asegurada.
En la búsqueda
frustrada de la Piedra Filosofal, pasaron su vida miles de desocupados
alquimistas de la Edad Media y solo quedó el nombre, para ser usado por la
fantástica serie de libros de la escritora J. K Rowling y que fue llevada a la
pantalla grande bajo el nombre de “Harry Potter y la búsqueda de la Piedra
Filosofal”.
¿Y a qué viene todo este alboroto de piedras encantadas?
Pues que en mi casa siempre existió una Piedra Filosofal y que cumplió sus funciones en el lugar de
preparación de las maravillas culinarias que mi santa madre preparó en toda su
existencia. En un rincón no muy escondido del lar familiar, reposaba tranquila
una piedra de canto rodado de color indefinible, que despedía destellos rojizos
cuando la acercaban a la llamas del fogón hogareño. Era una piedra del tamaño
de un mango grande y que bien podía pesar 3/4 de kilo. La recuerdo desde
siempre en manos de mamá o de alguna de las cocineras que pasaron por mi casa,
sirviendo para todos los oficios que sean necesarios en una cocina. Esa piedra
machacaba ajos, cebollas pimentones y cualquier otro ingrediente de los guisos
del yantar del día a día. No había mejor artilugio para convertir las ruedas de
plátanos verdes en deliciosos tostones que unos golpecitos machacantes de la
famosa piedra. Su eficacia se hacía sentir al volver polvo los grandes conos
del sabroso papelón en la preparación de los postres caseros. Cuando había que
romper un coco, la piedra era usada como mazo sobre el dorso de un cuchillo y
se abría el blanquecino vientre de la fruta tropical y si el problema era la
carne dura convertía como por arte de magia cualquier corte de rebelde muchacho
cuadrado, difícil de masticar, en el mejor de los filetes de delicioso y blando
lomito, la solución estaba en unos cuantos golpes con la dura piedra y el
milagro se hacía presente. Mamá, experta en el manejo de la piedra filosofal y quien
era una verdadera hada madrina a la hora de convertir comida regular en delicias
culinarias nos crio a todos a punta de “lomito a la piedra”.
Recuerdo esa piedra en la cocina familiar desde los primeros
conocimientos de mi niñez y nos acompañó por más de 70 años. Inclusive esa piedra viajó
con la familia por los periplos suramericanos, que nos tocó vivir. A tanto
llegó la importancia de esa piedra en la formación de mi familia, que mi
hermano Beltrán, eterno fabulador, bautizó a la susodicha como LA PIEDRA
FILOSOFAL DE LOS ALFARO.
Con los años a la cocina de mi casa también le llegó la
modernidad e irrumpieron ayudantes de cocina Electrolux y Food Makers Cuisinart
y KitchenAid, pero mi madre se mantuvo siempre fiel a su piedra ayudante de
cocina
La semana pasada conocí a una profesional universitaria muy
reconocida, quien me confesó que había cambiado de profesión decepcionada por
los bajos ingresos que percibía y utilizando sus excelentes virtudes frente a
los fogones se atrevió a abrir un restaurante de comida criolla de calidad, con
un resultado muy provechoso. Ella insiste en hacerse llamar “cocinera”, no chef
y experimenta con los sabores de nuestro país tropical. Cuando le conté lo de
mi Piedra Filosofal, quedó encantada y me dijo que incorporaría una piedra de
canto rodado a su arsenal gastronómico. Me gusta esta nueva tendencia en la
cocina criolla de hacerla sencilla y fácil de preparar, ya basta de cuisine
nouveau, suficiente de chuletas de cochino al arándano pintón y nada de “riz al
exotique mangó ecrasée” en vez del popular arroz con mango. Desde estas líneas hago un llamado a las
personas que se dedican a la gastronomía local a devolverle su sitial a las
eternas piedras de cocina que adornan todavía a muchos de los hogares
venezolanos de la actualidad.
Hace poco volví a
tener a nuestra piedra en mis manos y fue un encuentro tierno, me invadió una
cascada de recuerdos familiares, cuantos almuerzos, cuantas cenas nos unieron,
una lágrima rodó por mi mejilla y cayó rompiéndose en centenares de goticas
que humedecieron la dura superficie rojiza y la sentí latir entre mis dedos y
me di cuenta que también las piedras tienen su corazoncito.
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