Libertad!

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lunes, 22 de septiembre de 2014

LA PIEDRA FILOSOFAL

JESÚS ALFARO GARANTÓN 
El concepto de Piedra Filosofal, proviene de la Edad Media, cuando en medio del oscurantismo se movían sigilosamente los alquimistas, quienes uniendo superchería con lo que luego llamaron Química, buscaban sin descanso la fórmula mágica de convertir cualquier materia en oro. La eterna quimera del hombre en confundir la riqueza con felicidad. No es que “ser rico, es malo”  como lo dijo nuestro pitoniso destructor galáctico, sino que la felicidad está en muchas pequeñas cosas que nos hacen sonreír. Las cosas más sencillas, las cosas más frágiles, dan el soporte a la verdadera felicidad. No es que rechacemos un Mercedes Benz y un milloncito de dólares como una ayudadita, pero tampoco hay que hacer de nuestra vida, una eterna lucha por el dinero.

La Piedra Filosofal, tan deseada y buscada, tendría además la propiedad de proporcionar la inmortalidad, siempre y cuando se dejara reposar sumergida en agua durante una noche, ese líquido adquiría la propiedad de otorgar la vida eterna al afortunado bañista que se la echara encima. Otra quimera equivocada, en un mundo precario donde todo faltaba y donde la brevedad de la vida era predominante. En esos tiempos la expectativa de vida de un recién nacido difícilmente llegaba a la treintena de años, la mortalidad infantil era enorme y las parejas llegaban a tener hasta una docena de hijos, llegando apenas dos de ellos a la edad adulta. Era lógico que los grandes pensadores buscaran ansiosamente la prolongación de la vida, la ansiada fórmula de la vida eterna y hasta el día de hoy ni siquiera la inmortalidad del cangrejo está asegurada.

En la  búsqueda frustrada de la Piedra Filosofal, pasaron su vida miles de desocupados alquimistas de la Edad Media y solo quedó el nombre, para ser usado por la fantástica serie de libros de la escritora J. K Rowling y que fue llevada a la pantalla grande bajo el nombre de “Harry Potter y la búsqueda de la Piedra Filosofal”.

¿Y a qué viene todo este alboroto de piedras encantadas? Pues que en mi casa siempre existió una Piedra Filosofal y  que cumplió sus funciones en el lugar de preparación de las maravillas culinarias que mi santa madre preparó en toda su existencia. En un rincón no muy escondido del lar familiar, reposaba tranquila una piedra de canto rodado de color indefinible, que despedía destellos rojizos cuando la acercaban a la llamas del fogón hogareño. Era una piedra del tamaño de un mango grande y que bien podía pesar 3/4 de kilo. La recuerdo desde siempre en manos de mamá o de alguna de las cocineras que pasaron por mi casa, sirviendo para todos los oficios que sean necesarios en una cocina. Esa piedra machacaba ajos, cebollas pimentones y cualquier otro ingrediente de los guisos del yantar del día a día. No había mejor artilugio para convertir las ruedas de plátanos verdes en deliciosos tostones que unos golpecitos machacantes de la famosa piedra. Su eficacia se hacía sentir al volver polvo los grandes conos del sabroso papelón en la preparación de los postres caseros. Cuando había que romper un coco, la piedra era usada como mazo sobre el dorso de un cuchillo y se abría el blanquecino vientre de la fruta tropical y si el problema era la carne dura convertía como por arte de magia cualquier corte de rebelde muchacho cuadrado, difícil de masticar, en el mejor de los filetes de delicioso y blando lomito, la solución estaba en unos cuantos golpes con la dura piedra y el milagro se hacía presente. Mamá, experta en el manejo de la piedra filosofal y quien era una verdadera hada madrina a la hora de convertir comida regular en delicias culinarias nos crio a todos a punta de “lomito a la piedra”.   

Recuerdo esa piedra en la cocina familiar desde los primeros conocimientos de mi niñez y nos acompañó  por más de 70 años. Inclusive esa piedra viajó con la familia por los periplos suramericanos, que nos tocó vivir. A tanto llegó la importancia de esa piedra en la formación de mi familia, que mi hermano Beltrán, eterno fabulador, bautizó a la susodicha como LA PIEDRA FILOSOFAL DE LOS ALFARO.

Con los años a la cocina de mi casa también le llegó la modernidad e irrumpieron ayudantes de cocina Electrolux y Food Makers Cuisinart y KitchenAid, pero mi madre se mantuvo siempre fiel a su piedra ayudante de cocina

La semana pasada conocí a una profesional universitaria muy reconocida, quien me confesó que había cambiado de profesión decepcionada por los bajos ingresos que percibía y utilizando sus excelentes virtudes frente a los fogones se atrevió a abrir un restaurante de comida criolla de calidad, con un resultado muy provechoso. Ella insiste en hacerse llamar “cocinera”, no chef y experimenta con los sabores de nuestro país tropical. Cuando le conté lo de mi Piedra Filosofal, quedó encantada y me dijo que incorporaría una piedra de canto rodado a su arsenal gastronómico. Me gusta esta nueva tendencia en la cocina criolla de hacerla sencilla y fácil de preparar, ya basta de cuisine nouveau, suficiente de chuletas de cochino al arándano pintón y nada de “riz al exotique mangó ecrasée” en vez del popular arroz con mango.  Desde estas líneas hago un llamado a las personas que se dedican a la gastronomía local a devolverle su sitial a las eternas piedras de cocina que adornan todavía a muchos de los hogares venezolanos de la actualidad.

Hace poco volví  a tener a nuestra piedra en mis manos y fue un encuentro tierno, me invadió una cascada de recuerdos familiares, cuantos almuerzos, cuantas cenas nos unieron, una lágrima rodó por mi mejilla y cayó rompiéndose en centenares de goticas que humedecieron la dura superficie rojiza y la sentí latir entre mis dedos y me di cuenta que también las piedras tienen su corazoncito.

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