Libertad!

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domingo, 22 de febrero de 2015

ESPERANZA SIN RESPUESTA


Robert Gilles Redondo
Foto de perfil de Robert Gilles Redondo

Conversaba con una señora cuya mirada castaña se clavó en mi rostro para pronunciar una frase que motiva mi reflexión: “Ay hijo, ojala entendieras que estamos atrapados. Lo que nos queda es irnos de Venezuela y no volver a ella”, afirmación exacta, aunque quizá temeraria que fue para mí una voz teñida desesperanza, de escándalo, de frustración. Recordé a Olavarría cuando afirmó una vez que nuestra historia ha sido una secuencia de frustraciones pero no de fracasos ni de errores; y es que en la realidad no podemos resignarnos ni mucho menos desfallecer en la lucha de recuperar nuestra patria de las garras de un régimen totalitario, parricida, prevaricador, opresivo y narco que nos condujo a un Estado fallido y forajido. Siempre en mis reflexiones he insistido que debemos llamar las cosas por sus nombres, sobre todo ahora que en Venezuela no vivimos en democracia y quien piense que aún queda algo de ella está muy equivocado. Igual se aplica para quienes sólo tienen la respuesta electoral frente a la ingente crisis que vive la agonizante República, la salida no puede reducirse a los lapsos electorales, debemos seguir allanando el camino para la transición porque si algo debemos tener muy claro es que al final de dieciséis años socialistas el modelo colapso y el sueño chavista ya no tiene viabilidad ni adeptos.

Situación sin duda paradójica la que se plantea a los venezolanos de hoy: no somos felices. Es cierto y tenemos derecho a sentir a Venezuela lejana y ajena porque, entre demagogos utopistas que confabulan diariamente golpes de estados en las redes sociales y líderes políticos obtusos, continuamos atrapados en esta amarga tragedia nacional. Habrá que recordar a los portadores de la confianza social, llamados líderes, que el sentido de la responsabilidad histórica está en este momento por encima de los intereses mezquinos que determinada cuota de poder les consagra. En este punto, quien siga secundando por omisión o porque le conviene al régimen condena al país a retroceder en una secuencia sinfín.

A pesar de todo, hay que apostar alto y claro por el futuro de Venezuela. Despleguemos pues todas las banderas de las esperanzas. Si bien la desesperanza planea sobre el futuro común e individual de cada venezolano y sobre el destino de nuestra República, construida desde hace dos siglos con mucho sacrificio y no menos fatiga heroica, tenemos que hacer un esfuerzo para creer no sé si “otra vez” o por primera vez en nosotros mismos como ciudadanos, que no merecemos seguir en esta pesadilla.

Mi generación no se resigna ni se rinde por la razón más poderosa que le puede asistir: está en juego perder o ganar el futuro. Aunque la patria se desangre todos los días en los aeropuertos llenos de jóvenes con miradas perdidas porque deben irse. Venezuela tiene que significar democracia, modernidad, prosperidad, alegría y paz. Por eso ala juventud nos duele más que a nadie el proyecto todavía inconcluso de salvar a Venezuela de este régimen.

No es un empeño demente, desquiciado o sinsentido el querer y necesitar defenestrar al régimen de Nicolás Maduro. Aquí, como tantas otras veces, conviene escuchar a Baltazar Gracián: antes de decidir, “hay que enterarse de los asuntos”. Enterémonos de qué es Venezuela en este momento, en sus madrugadas, en sus mediodías, en sus tardes soleadas y en las noches desoladas, donde los ciudadanos pierden la vida en todos los sentidos. La Venezuela que se hace a cada instante en la calle es lo único que tenemos y semejante suerte no puede seguir dirigiendo el derrotero de nuestro destino nacional. La Venezuela que sobrevive pese al mortal corrosivo ideológico de un régimen comunista cuyo objetivo ha sido disolver los valores y el sistema de creencias que durante dos siglos hemos ido construyendo. Es a esta Venezuela a la que le debemos hablar para que el ondear de la bandera de la esperanza conmueva los ánimos para que nadie desfallezca.

El anacrónico modelo castro-comunista que asaltó el poder con Hugo Chávez en 1998, por medio de una democracia sentenciada a muerte por la generación anterior, ha colapsado. Y con él el país. Es el momento de actuar antes que sea demasiado tarde y se cierren de manera definitiva las puertas del horizonte.

Una vez más debo gritar mi paráfrasis a William Faulkner: ME NIEGO A DEJAR DE CREER EN VENEZUELA. Me niego a que los venezolanos no podamos abrazarnos en libertad para decirnos a los ojos “nunca más”.

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