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El poder detrás del trono es una obra basada en la dura
realidad de la tradición política de América Latina, donde con mucha frecuencia
surgen gobiernos autocráticos regidos por la espada de caudillos militares o de
civiles con vocación de dictadores. El caso venezolano es sin duda el más
impactante. En dos siglos de vida republicana ha tenido el récord poco
envidiable de ver triunfar catorce revoluciones, cuyos máximos líderes –tan
pronto llegaron al poder- se ocuparon de hacer elaborar una nueva Constitución.
En algunos casos, como en las dictaduras de Guzmán Blanco, Cipriano Castro y
Juan Vicente Gómez, los mandatarios las hicieron cambiar cada vez que lo
consideraron conveniente a sus intereses particulares.
Una característica en el discurso de los gobernantes autócratas es la constante mención del nombre de Bolívar, que utilizan con el deliberado propósito de aprovechar su positivo posicionamiento en el inconsciente colectivo del pueblo, a fin de garantizar su permanencia en el poder, pero sin practicar la recomendación que hizo de crear un gobierno que proveyera a los ciudadanos de felicidad, seguridad social y estabilidad política. Es decir, olvidan respetar el estado de derecho para mantenerse en la Presidencia a cualquier costo.
Esta obra se ocupa de analizar ese problema, tomando como ejemplo los métodos de seguridad usados en las dictaduras andinas, en cuyos regímenes surgió un personaje de nombre Pedro Estrada, quien muy pronto se convirtió en el jefe policial más controversial que haya tenido la sociedad venezolana. Su carrera se inició como comandante de la Policía de Maracay en el régimen de Juan Vicente Gómez, para luego crear el servicio de inteligencia y dirigir la Cárcel Modelo en Caracas. Después de la caída de la Hegemonía Andina aceptó la propuesta que le hizo el general Eleazar López Contreras para dirigir una red clandestina destinada a derrocar el Gobierno de Rómulo Betancourt, en lo que no tuvo éxito, pero cuando se produjo el golpe de Estado que puso fin al experimento democrático de Rómulo Gallegos, fue nombrado jefe de los Servicios de Seguridad en el Exterior, los cuales funcionaban desde la Embajada de Venezuela en Washington, posición en la que desarrolló una amplia actividad de contraespionaje, que culminó al ser llamado por la Junta Militar al producirse el magnicidio del presidente Carlos Delgado-Chalbaud. Regresó entonces a Caracas para encargarse de la Dirección de la Seguridad Nacional, cargo en el que actuó con tanta severidad que el pueblo venezolano terminó apodándolo “El Chacal de Güiria”.
Al final de la dictadura de Pérez Jiménez el todopoderoso jefe policial salió al exilio, pero no regresó jamás al país. Se radicó en París donde continuó su vida policial como asesor de la Sureté francesa y de la CIA norteamericana, con las cuales estableció un fuerte vínculo desde los inicios de la Guerra Fría.
En esta obra aparecen hechos de extrema crudeza, que parecieran ser de ficción, pero que lamentablemente ocurrieron. Esa realidad motivó al autor a utilizar un estilo histórico-literario destinado a facilitar la lectura de estas páginas, en las cuales se narra el complejo drama que se desarrolló en América Latina durante el tiempo analizado, esperando que de su análisis se concluya que el mejor sistema de gobierno es el democrático, ya que es el único que permite la coexistencia pacífica de las diferentes corrientes ideológicas.
Una característica en el discurso de los gobernantes autócratas es la constante mención del nombre de Bolívar, que utilizan con el deliberado propósito de aprovechar su positivo posicionamiento en el inconsciente colectivo del pueblo, a fin de garantizar su permanencia en el poder, pero sin practicar la recomendación que hizo de crear un gobierno que proveyera a los ciudadanos de felicidad, seguridad social y estabilidad política. Es decir, olvidan respetar el estado de derecho para mantenerse en la Presidencia a cualquier costo.
Esta obra se ocupa de analizar ese problema, tomando como ejemplo los métodos de seguridad usados en las dictaduras andinas, en cuyos regímenes surgió un personaje de nombre Pedro Estrada, quien muy pronto se convirtió en el jefe policial más controversial que haya tenido la sociedad venezolana. Su carrera se inició como comandante de la Policía de Maracay en el régimen de Juan Vicente Gómez, para luego crear el servicio de inteligencia y dirigir la Cárcel Modelo en Caracas. Después de la caída de la Hegemonía Andina aceptó la propuesta que le hizo el general Eleazar López Contreras para dirigir una red clandestina destinada a derrocar el Gobierno de Rómulo Betancourt, en lo que no tuvo éxito, pero cuando se produjo el golpe de Estado que puso fin al experimento democrático de Rómulo Gallegos, fue nombrado jefe de los Servicios de Seguridad en el Exterior, los cuales funcionaban desde la Embajada de Venezuela en Washington, posición en la que desarrolló una amplia actividad de contraespionaje, que culminó al ser llamado por la Junta Militar al producirse el magnicidio del presidente Carlos Delgado-Chalbaud. Regresó entonces a Caracas para encargarse de la Dirección de la Seguridad Nacional, cargo en el que actuó con tanta severidad que el pueblo venezolano terminó apodándolo “El Chacal de Güiria”.
Al final de la dictadura de Pérez Jiménez el todopoderoso jefe policial salió al exilio, pero no regresó jamás al país. Se radicó en París donde continuó su vida policial como asesor de la Sureté francesa y de la CIA norteamericana, con las cuales estableció un fuerte vínculo desde los inicios de la Guerra Fría.
En esta obra aparecen hechos de extrema crudeza, que parecieran ser de ficción, pero que lamentablemente ocurrieron. Esa realidad motivó al autor a utilizar un estilo histórico-literario destinado a facilitar la lectura de estas páginas, en las cuales se narra el complejo drama que se desarrolló en América Latina durante el tiempo analizado, esperando que de su análisis se concluya que el mejor sistema de gobierno es el democrático, ya que es el único que permite la coexistencia pacífica de las diferentes corrientes ideológicas.
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