Por:
Carlos Maldonado-Bourgoin
Aquellas naciones que no dicen y menos presumen de ser socialistas son
las que más felicidad ofrecen, en seguridad social, transporte, educación y
otros servicios. Canadá, Inglaterra, Suecia, Dinamarca, España, Francia… son
ejemplos magníficos del esfuerzo serio y real por resolver muchos de estos
aspectos de sus ciudadanos.
Las experiencias exitosas y funcionales
pueden ser medidas por el menor tamaño de sus colas. Cuando un servicio colapsa,
aumenta la demora en satisfacer a los usuarios. El ingeniero danés Agner Krarup
Erlang a principios del siglo XX creó la «teoría
de las colas», que estudia matemáticamente las líneas de espera. Las
sociedades que hacen muchas colas expresan su fracaso y su poca eficacia.
Viví en la antigua URSS como diplomático y recuerdo, en esa potencia
militar, que el hombre de a pie destinaba parte de su día a hacer colas. En la
calle a la intemperie o en un almacén habían colas para esperar a que abrieran,
colas para curiosear y adquirir lo que cayera, colas para pagar, y, colas para
intercambiar productos porque lo que se había comprado no era lo requerido en
cuanto a talla, color... Había la inmarcesible cartilla de racionamiento y el
innombrable mercado negro, manejado por funcionarios corruptos del partido.
La gente vivía allí y aún vive en ese tipo de regímenes totalitarios con
crispación por temor a ser fichada. Este es y no otro el comunismo-real,
denunciado por tantas figuras del pensamiento del siglo veinte. Mítica fue esa
Chile de Allende donde había cartilla de racionamiento controlada por agentes
de la Europa
central, y donde diariamente eran asesinados carabineros y soldados por
milicias armadas.
Decía Cicerón: «De hombres es
equivocarse, de locos es persistir en el error». Aterra insistir en estos
modelos, en hacer «bis» a tales ignominias (afrentas públicas que se hace a las
personas con causa o sin ella), en tener como ejemplos la Cuba castro-comunista o la Corea del Norte de Kim Il
Sung y su vástago. Basta comparar tales ensayos con las prósperas realidades
vecinas.
En país desarrollado como Canadá, el «Cirque du Soleil» es la real
expresión de un espectáculo artístico, fino, imaginativo, multidimensional,
rico visual y físicamente. Creador del Circo del Sol, el canadiense Guy
Laliberté apareció hace días en primera página internacional por estar en la
misión Soyuz que viajó al cosmos.
Por el contrario, Iberoamérica enrumba su nave al inframundo. Imagen y
comparación entre la esfera de la abundancia, la creatividad y la libertad,
frente al mundo de la escasez, la represión y la limitación. «El socialismo de países desarrollados es al
Cirque du Soleil (Circo del Sol), lo que el socialismo del siglo XXI es al
Circo de los Hermanos Chávez». No hay cosa más penosa que los circos
marginales, con bailarinas remendadas, animales famélicos, envueltos en un
penetrante vaho de olor a aserrín, entremezclado con sobaquina física y moral.
Correo del Caroní, Puerto Ordaz, 2 de noviembre
del 2009, Opinión.
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