Libertad!

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lunes, 23 de abril de 2012

LAS CAUSAS DE LA MUERTE DEL LIBERTADOR

Carlos Alarico Gómez
Resumen
En este artículo se analiza el problema surgido sobre la causa de muerte del Libertador, incluyendo su posible asesinato, así como también lo referente a si son o no suyos los restos que se encuentran en el Panteón Nacional. El autor ha encontrado una larga evidencia documental que le permite analizar los hechos, dejando claramente establecido su propio criterio. Su acercamiento a este tema se fundamenta en considerar a Bolívar como un personaje histórico ligado profundamente al pueblo venezolano. Es el hombre de Estado de mayor trascendencia del país y así se le ha reconocido universalmente, pero su labor ha sido innecesariamente distorsionada por algunos escritores y políticos, hasta el punto de crear una especie de religión en torno a su figura, lo que ha convertido en Judas a cualquier político de su época que por cualquier razón haya diferido de sus puntos de vista o de alguno de sus proyectos, lo que es contrario al espíritu y razón de cualquier régimen que se considere democrático. Todo el trabajo le permite al lector transitar por las circunstancias que condujeron al final del héroe y a su posterior mitificación. Es un artículo que intenta ser profundamente crítico y reflexivo.

Palabras clave: Libertador, Asesinato; Restos
Abstract

In this article the author analyzes the problem about the true causes of the Liberator's death, including the possibility of murder, and also considers the situation of his remains, explaining whether those buried in the Pantheon are his or not. The author has found several documents that leads him into several conclusions, both affirmatives and negatives, adding his own criteria around this point. His approach into the personality of this hero laid in his conviction that Bolivar is the most important character of all times in Venezuela, and believes that this conviction is shared by the whole people. Nevertheless, he points out that some influential writers and politicians have been deforming his image, making most people believe that Bolívar is beyond a human been, considering traitor to any politician of his times that had had even a small difference of criteria with him. Of course, this is contrary to democracy as a system, and this is the importance of the article, which make readers reflect deeply into this particular problem of the venezuelan society.
Key words: Liberator, murder, remains.

Introducción
Simón Bolívar es el personaje histórico que más profundamente ha llegado a los venezolanos y la razón es absolutamente lógica, ya que su obra no tiene parangón entre los nativos de este territorio que se han dedicado a la política y a la carrera de las armas. Es el hombre de Estado de mayor trascendencia del país y así se le ha reconocido universalmente, pero su labor ha sido innecesariamente distorsionada por algunos escritores y políticos, hasta el punto de crear una especie de religión en torno a su figura, lo que ha convertido en Judas a cualquier político de su época que por cualquier razón haya diferido de sus puntos de vista o de alguno de sus proyectos, lo que es contrario al espíritu y razón de cualquier régimen que se considere democrático.
Ese problema, que podemos calificar de distorsión de la imagen pública del Libertador, se ha agravado últimamente con la duda surgida sobre su causa de muerte, lo que ha creado una atmósfera de suspicacia en torno a su posible asesinato e, incluso, en lo referente a si son o no suyos los restos que se encuentran en el Panteón Nacional.
En este artículo se analiza el problema, sustentado en documentos que intentan demostrar cada aseveración o negación que se va formulando sobre el tema, dejando establecido los argumentos que se basan en el criterio del investigador.
En efecto, el autor ha encontrado una extensa evidencia que le permite aseverar que escritores de gran credibilidad han analizado los hechos sin ninguna base documental o crítica, movidos en muchos casos por su excesiva admiración hacia la figura del Padre de la Patria, lo que los ubica en la categoría de actores de buena fe; pero al mismo tiempo ha percibido la presencia de otros que con propósitos interesados y egoístas, han manipulado la realidad para alcanzar objetivos inmediatos de carácter político, trabajando la figura del héroe en forma pragmática con el fin de afianzar su proyecto político en el colectivo nacional.
La sumatoria de ambas tendencias ha logrado influir en la opinión pública de tal forma que ha deshumanizado a Bolívar, hasta llegar a convertirlo en una especie de héroe mitológico, lo que ha influido negativamente en la capacidad crítica del pueblo venezolano. Es difícil, por tanto, que el venezolano del común esté en capacidad de analizar objetivamente la personalidad del líder de la gesta independentista, así como el proceso de liberación de Venezuela. Este problema se ha venido hipertrofiando debido a que tales opiniones, vertidas sin base científica alguna, han sido incorporadas al pensum de estudios de la escuela primaria y, por tanto, han deformado la imagen pública de Bolívar.
En consecuencia, es necesario que se comience a difundir de manera objetiva y profesional el pensamiento político del grande hombre, así como los sucesos en que se vio envuelto durante su compleja e intensa existencia, especialmente en el lapso 1828-1830, tal como haN venido proponiendo los historiadores Germán Carrera Damas (El Culto a Bolívar, 1973) y Elías Pino Iturrieta (El Divino Bolívar, 2008), con el fin de que se pueda lograr la captación de los valores que hicieron posible la independencia, incluyendo los errores en que incurrió el líder.

LA APOTEOSIS DE BOLÍVAR
El iniciador de este problema fue sin duda Antonio Guzmán Blanco, de acuerdo a los trabajos de investigación que sobre el particular han adelantado historiadores de gran seriedad, tales como la escritora María Elena González Deluca (2007: 114) y Díaz Sánchez (1968, 5ta edic.: 115), en la que demuestran que el estadista venezolano, posiblemente motivado por el vínculo de parentesco que tenía con Bolívar, adelantó una intensa actividad destinada a enaltecer la figura del héroe, más allá de la realidad humana, en lo que dio en llamar “las glorias de Bolívar”.
La apoteosis comenzó durante el centenario del natalicio de Bolívar, circunstancia que fue aprovechada con gran habilidad por el Ilustre Americano, como le gustaba hacerse llamar, quien creó por decreto la Junta respectiva, la cual estuvo presidida por Antonio Leocadio Guzmán, quien la coordinó, e integrada por Fernando Bolívar, sobrino del Libertador, así como por los intelectuales Arístides Rojas, Agustín Aveledo, Pablo Clemente, Andrés Level de Goda y Manuel Vicente Díaz, quienes cumplieron a cabalidad la misión asignada. Como se sabe, Antonio Leocadio era el padre de Guzmán Blanco y su progenitora fue Carlota Blanco de Jérez y Aresteiguieta, pariente cercana de Bolívar.
La conmemoración, si bien ampliamente merecida por el Padre de la Patria, fue llevada a extremos tales como el de crear una moneda con la efigie de Bolívar y Guzmán, con el claro propósito de magnificar la figura del jefe del Quinquenio, como fue denominado este segundo período de Guzmán Blanco. La suerte vino en su ayuda y el escritor Eduardo Blanco contribuyó a la efemérides con un libro titulado Venezuela Heroica (1881), en cuyas páginas se observa la gran influencia de Homero en su obra, en la que despliega una literatura épica en capítulos llenos de exagerado fervor, al estilo de La Odisea, en los que convierte en titanes a los generales de la Independencia y a Bolívar en el mismísimo Zeus. Llega incluso a inventar algunos episodios, como el de la dramática despedida de Pedro Camejo cuando, herido de gravedad en el Campo de Carabobo, galopa moribundo para despedirse del general José Antonio Páez y, al estar frente a él, descubriéndose el pecho, le expresa balbuciente: “Mi general, vengo a decirle adiós porque estoy muerto”. El hecho nunca ocurrió, como se puede verificar en la Autobiografía escrita por Páez en Nueva York, durante el año 1869, donde narra con detalles lo acontecido durante la batalla de Carabobo (1971: 338).
Guzmán Blanco fue sólo el comienzo. Gobiernos posteriores contribuyeron a aumentar la apoteosis, tal como ocurrió con los dictadores andinos, culminando con un partido político bolivariano creado por Eleazar López Contreras, que tuvo como propósito garantizar la permanencia de los hombres de la Causa Andina en el poder y su propio regreso a la Presidencia. Para lograr su cometido, utilizó los servicios de un asesor colombiano de nombre Franco Quijano, quien demostró sus amplias habilidades en el manejo de las actas electorales, lo que le permitió a la Agrupación Cívica Bolivariana (ACB) y luego al Partido Democrático Venezolano (PDV) el control de la maquinaria de poder andina, según ha quedado demostrado en las múltiples investigaciones hechas sobre esa etapa, en particular la obra Origen del Estado Democrático en Venezuela (Gómez, 2004: pp 5, 22, 38).
El resultado es que se ha convertido a Bolívar en un fantasma viviente que no es más que una caricatura de lo que él realmente fue, lo que ha generado líderes que se sienten elegidos por la providencia para vindicar las afrentas reales o supuestas que le infligieron al Libertador. Esta actitud se ha repetido en varias oportunidades. Castro y Gómez fueron grandes bolivarianos. López Contreras y Chávez Frías crearon partidos políticos bolivarianos, olvidando incluso lo referido por el propio Bolívar en la Proclama que dictó el 9 de diciembre de 1830, cuando se sintió morir, para despedirse de sus compatriotas: “Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión…”. La referencia fue tomada del mencionado documento, citado por Liévano Aguirre en su obra Bolívar (1974: 515).
Esta situación de adoración perpetua, como diría la prensa de la época guzmancista, se ha convertido en un problema en nuestro país, contraviniendo lo establecido en la Ley sobre el uso del nombre, la efigie y los títulos de Simón Bolívar (1968), e incentivando la utilización de la figura del Libertador con propósitos políticos.
La verdad ha sido distorsionada, de buena o mala fe, hasta el punto de poner en tela de juicio el protocolo de la autopsia que practicó y firmó Alejandro Próspero Reverend, el médico francés que atendió a Bolívar en los momentos finales de su existencia. Tanto es así que el 17 de diciembre de 2007 el propio Presidente de la República de Venezuela, ahora Bolivariana por su impuesta voluntad, utilizó la tribuna de oradores en el Panteón Nacional, apartándose de la tradición, para desarrollar la hipótesis de que Bolívar fue asesinado en Santa Marta y sembrar dudas sobre la autenticidad de los restos que desde 1930 fueron colocados en la urna de bronce que fue diseñada por el escultor Chicharro Gamo, donde hoy se encuentran.
Uno de los propósitos de este artículo es analizar si al Presidente le asiste la razón o si se trata de alguna estrategia, para lo cual el autor buscó los antecedentes documentales de lo que ocurrió con nuestro máximo héroe, antes y después de su muerte.

LA MUERTE DE BOLÍVAR

El 17 de diciembre de 1830 el sol amaneció radiante en Santa Marta. No obstante, ninguno de sus moradores notó el pronto despuntar del día, ni la belleza que irradiaban los intensos rayos solares sobre los jardines de la Quinta San Pedro Alejandrino. La razón no era atribuible a la indiferencia de la gente que allí se encontraba, sino más bien a los estertores de la muerte que se escuchaban inclementes en la residencia del coronel Joaquín de Mier. El enfermo era el hombre que creó a Colombia en 1819 y que había dirigido sus destinos hasta marzo de ese mismo año. Por lo tanto, no había habido tiempo ni lugar para fijarse en la bella mañana de aquel luctuoso viernes 17.
El médico francés Alejandro Próspero Reverend entraba y salía presuroso del cuarto donde se encontraba el paciente, a cuyo cuidado había estado desde el 1 de diciembre, fecha en la que Bolívar desembarcó del navío Manuel, que lo condujo desde Barranquilla hasta Santa Marta. Su experiencia médica le hacía ver que era inminente un desenlace fatal. Reverend había actuado muy profesionalmente desde que Bolívar fue confiado a su cuidado, a pesar de los pocos recursos médicos de que disponía y de lo limitado de sus conocimientos. Cuando supo que había hecho escala en el puerto de Santa Marta la goleta de guerra Grampus, de bandera norteamericana, en la cual se encontraba el médico cirujano M. Night, decidió hablar con él para consultarle sobre el caso de su paciente. El médico norteño lo escuchó con interés, lo ayudó en su diagnóstico y, como consecuencia de esta conversación, se decidió no postergar más tiempo el traslado de Bolívar a la Quinta San Pedro Alejandrino y el 6 de diciembre fue llevado a ese lugar. La información aparece en el Boletín N° 2 de Reverend, emitido el 2 de diciembre de 1830 e insertado en el folleto titulado La última enfermedad, los últimos momentos y los funerales de Simón Bolívar, escrito por Alejandro Próspero Reverend, editado en París en 1866, el cual aparece publicado en la compilación de Ildefonso Leal (1980:68). Pocos días después también ancló en el puerto de Santa Marta el navío británico Blanche que portaba al Dr. Miguel Claire, enviado por el Gobernador de Jamaica para atender al Libertador, pero lamentablemente llegó cuando ya era demasiado tarde.
Consciente de lo delicada en que se hallaba su salud, Bolívar se confesó con el Obispo de Santa Marta, monseñor José María Estévez, y recibió la extrema unción de manos del padre Hermenegildo Barranco, párroco de la población de Mamatoco, la más cercana a San Pedro. También firmó su testamento el día 10, en el cual hizo un dramático llamado a la unión de los pueblos para preservar la paz.
Una semana después, Briceño Méndez y Fernando Bolívar se encontraban conversando en el frente de la residencia, junto a un frondoso tamarindo y, al poco tiempo, se les unieron José Laurencio Silva para considerar la gravedad de su ilustre pariente. Era el mediodía cuando observaron a Reverend que caminaba cabizbajo y ceñudo hacia donde ellos se encontraban. Los tres hombres presumieron la noticia que estaban a punto de recibir. Cuando el médico estuvo al lado de ellos les expresó en alta voz, para que escucharan los que se encontraban más lejos: "Señores, si queréis presenciar los últimos momentos y postrer aliento del Libertador, ya es tiempo" (Mijares, 1983: 382).
Todos los presentes fueron penetrando en la alcoba donde se encontraba el Padre de la Patria y, una vez allí, presenciaron la agonía y muerte del Libertador en un silencio sepulcral sólo interrumpido por los constantes sollozos de José Palacios. Estuvieron presentes en el momento del trance los generales Mariano Montilla, José Laurencio Silva, Pedro Briceño Méndez, Julián Infante, José Trinidad Portocarrero y José María Carreño; los coroneles Belford Hinton Wilson, José de la Cruz Paredes y Joaquín de Mier; el comandante Juan Glen; los capitanes Andrés Ibarra y Lucas Meléndez; los tenientes José María Molina y Fernando Bolívar Tinoco; los doctores Manuel Pérez Recuero y Alejandro Próspero Reverend; y su mayordomo José Palacios. Todos ellos fueron fieles al Libertador durante su vida y después de su muerte.
El deceso de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios se produjo a la una de la tarde. Reverend lo informó al mundo a través de su reporte médico número 33 y, de inmediato, expresó que era necesario hacer una autopsia. Una vez que estuvieron todos de acuerdo, le correspondió al general Montilla transmitirle la conformidad de los deudos.

LA POSIBILIDAD DE UN CRIMEN
Las personas que acompañaron a Bolívar durante su enfermedad fueron todas de su más absoluta confianza, cercanía y probada lealtad. La vida de todos ellos se conoce al detalle y no hay la más mínima posibilidad de que alguno haya incurrido en un crimen contra la figura de aquel hombre por el que sentían devoción y aceptaban como su máximo líder. Varios de ellos tenían un lazo sanguíneo o colateral con el Libertador, tal como era el caso de Fernando Bolívar, hijo de Juan Vicente, su hermano mayor, al que consideraba su hijo; el general José Laurencio Silva, casado con Felicia Bolívar Tinoco, hija de Juan Vicente; el general Pedro Briceño Méndez, casado con Benigna Palacios Bolívar, hija de su hermana Juana. La cocinera que preparaba la comida era Fernanda, enviada por Manuela Sáenz para atender la dieta y cuidar la vida de su amante. El que le servía la comida y le daba masajes era José Palacios, su mayordomo, quien era tratado como si fuera miembro de la familia Bolívar.
Sólo hay un aspecto extraño que debe ser incorporado a la investigación que anunció el actual Presidente de Venezuela. Ocurrió que el día 12 llegó a San Pedro el coronel Luis Perú de Lacroix con una carta de Manuela para el Libertador, pero no se la pudo entregar dada la situación en que éste se encontraba. Su llegada coincidió con una misiva que recibió Mariano Montilla, en la que le denunciaban que en la casa del Obispo Estévez se encontraba hospedado el Dr. Ezequiel Rojas, uno de los hombres que participó en el intento de magnicidio contra Bolívar el 25 de septiembre de 1828. Tan pronto lo supo, Montilla se presentó en la casa del prelado, procedió a detener a Rojas y lo envió preso a Bogotá bajo la custodia de Perú de Lacroix.
No obstante, la posibilidad de que Rojas haya podido tener acceso a San Pedro Alejandrino para envenenar al Libertador es altamente dudosa y peregrina. Cualquier intento suyo para entrar en la residencia le habría costado la vida, dado que allí se encontraba el general de división Mariano Montilla, Comandante General del Magdalena, región en donde estaba ubicada Santa Marta, quien disponía de una guardia que custodiaba el área. Además, el Presidente de la República de Colombia era el general en jefe Rafael Urdaneta, amigo incondicional del Libertador, quien había asumido la primera magistratura después del golpe de Estado que perpetró el 3 de septiembre de 1830, deponiendo a Joaquín Mosquera, quien había sido electo por el Congreso Admirable en comicios ganados por los enemigos de Bolívar.
Sin embargo, ante el hecho consumado de que ya ha sido designada una Comisión Presidencial para investigar el supuesto crimen, es imprescindible indagar los pasos de Ezequiel Rojas mientras permaneció en Santa Marta e incluso la relación que tenía con el Obispo de Santa Marta, en cuya casa estaba hospedado en condición de amigo, según expresión del propio prelado. Sin embargo, como en la Comisión Presidencial no existe un solo científico, debe contemplarse la inclusión de representantes de las Academias de la Historia de Colombia y Venezuela, además de expertos en criminalística que conozcan la técnica del ADN. En este sentido, debe ser considerada la contratación de los científicos que determinaron la autenticidad de los restos de Colón, lo cual resultaría una estupenda coincidencia ya que, como se sabe, el nombre de Colombia lo concibieron Miranda y Bolívar para honrar la memoria del gran Almirante, por el que sentían una justificada admiración basada en la odisea que dirigió en un viaje pleno de peligros, que lo condujo a nuestro continente sin conocer siquiera su existencia.

ANTES DE SU MUERTE
La documentación sobre la salud de Bolívar es abundante y no deja duda alguna sobre el pésimo estado físico en que se hallaba el Padre de la Patria. Se puede notar que su enfermedad se había comenzado a agravar desde su último viaje a Guayaquil, el año anterior a su muerte, cuando tuvo que permanecer inactivo debido a su debilidad extrema, según lo comprobado y expuesto por el médico Oscar Beaujon en su ponencia titulada El Libertador enfermo, la cual fue presentada en la Mesa Redonda La enfermedad causal de la muerte del Libertador, organizada por la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina, celebrada en Caracas el 27 de junio de 1963. Beaujon dice textualmente (Leal, 1980: 471) que “A principios de agosto de 1829 el Libertador se encontraba en Guayaquil, donde sufrió… de un fuerte ataque de nervios y fiebre, cuya sintomatología puede concretarse en: ataque de nervios, cólera morbo y fuete calentura”.
Quizá la evidencia más exacta de su estado de postración la revela el artista José María Espinosa en el retrato que le hizo al Libertador en Bogotá entre enero y marzo de 1830, donde se ve claramente a un anciano enfermo y no a un hombre de cuarenta y seis años de edad. Luego, en las cartas que dejó antes y después de su renuncia a la Presidencia hay claros indicios de lo mal que se sentía, hasta el punto de que al llegar a Santa Marta tuvo que ser bajado del barco en los brazos de sus amigos, porque no era capaz de caminar. Esto lo obligó a permanecer en esa ciudad hasta el día seis, fecha en la que fue trasladado en una berlina hasta su destino final.

DESPUÉS DE SU MUERTE
La autopsia determinó que la causa de la muerte fue una tuberculosis diseminada de tipo fibroulcerocavernoso y, una vez completada, se procedió a preparar y vestir los restos con ayuda de Palacios, quien utilizó una camisa de José Laurencio Silva, pues la que sacaron de uno de los baúles del Bolívar estaba rota. Una vez cumplidos los honores que le fueron rendidos como Libertador, ex-jefe del Estado y general en jefe, Bolívar fue colocado en una cripta ubicada en la nave derecha de la Catedral de Santa Marta, al pie del altar de San José, que era propiedad de la familia Díaz Granados. Los gastos del sepelio fueron pagados gracias a una colecta pública entre los amigos presentes, la cual alcanzó la cantidad de doscientos cincuenta y tres pesos.
Tres años después, el presidente José Antonio Páez solicitó al Congreso de Venezuela que ordenara la repatriación de sus restos y, en virtud de que su solicitud no fue oportunamente atendida, el presidente Carlos Soublette renovó la misma en enero de 1838, a pedimento de María Antonia, hermana del Libertador, pero de nuevo este requerimiento fue pospuesto. No obstante, Páez fue más enfático durante su segundo gobierno y motivado por una carta que le enviaron las hermanas y el sobrino de Bolívar, se dirigió al Congreso el 9 de enero de 1842 exigiendo se aprobara la solicitud formulada por él en su primer mandato, debido a "...los grandes servicios hechos por el Libertador Simón Bolívar a su patria y a la América del Sur...".
Esta vez el Congreso decretó el traslado de los restos el 29 de abril de ese año y Páez le colocó el ejecútese al recibir el documento del Poder Legislativo, procediendo de inmediato a designar una Comisión integrada por los generales Mariano Montilla, Francisco Rodríguez del Toro y el doctor José María Vargas. Sin embargo, por asuntos de distinto orden los designados no aceptaron el honor y en su lugar fueron nombrados José Tadeo Monagas, Francisco Parejo, Ramón Ayala y Bartolomé Salom, pero éstos también declinaron conformar la Comisión, excusándose por diferentes razones.
Finalmente, la Comisión que fue a Santa Marta estuvo presidida por José María Vargas e integrada por José María Carreño y Mariano Ustáriz, quienes viajaron acompañados por el presbítero Manuel Cipriano Sánchez en el buque Constitución, propiedad de la Armada venezolana, bajo el mando del comandante Sebastián Boguier. Al llegar a Santa Marta fueron atendidos por la Comisión designada al efecto por el gobierno de la Nueva Granada, presidido entonces por el general Pedro Alcántara Herrán, quien ordenó la entrega de los restos el día 4 de agosto del citado año. La Comisión estuvo integrada por el general Joaquín Posada Gutiérrez, gobernador de Santa Marta; monseñor Luis José Serrano, obispo de la Diócesis; el general Joaquín Barriga, Juan Francisco de Martín y Joaquín de Mier. El doctor Alejandro Próspero Reverend fue el encargado de abrir la cripta y preparar el informe de la entrega de los restos, excepto el corazón de Bolívar que permaneció en un cofre guardado en la citada Catedral, con el visto bueno de la representación de Venezuela.
La exhumación tuvo lugar el 20 de noviembre de 1842 a las 5 de la tarde. El informe del doctor Reverend no deja lugar a dudas de que los restos que se estaban entregando eran en efecto los del Libertador, y así se dejó constancia en acta. Se debe hacer notar que en 1838, debido al mal estado que se encontraba la cripta después del terremoto de 1834, los restos fueron trasladados temporalmente a la casa de don Manuel de Ujueta y restituidos cuando se realizaron las refacciones correspondientes. Luego, en 1839, el general Joaquín Anastasio Márquez financió la construcción de un sepulcro más apropiado para la dignidad del fallecido y se le reubicó en la nave central, frente al presbiterio.
Una vez comprobada la autenticidad de los restos por Pablo Clemente y Simón Camacho, quienes asistieron al acto en representación de la familia Bolívar, la Comisión salió rumbo a La Guaira el 22 de noviembre y llegó a su destino el 12 de diciembre de 1842, según el recuento que a tal efecto hace Camacho, reproducida en la obra Ha Muerto el Libertador, editado por la UCV (Leal, 1980: 127). Los gobiernos de Francia, Inglaterra, Holanda, Dinamarca y los Estados Unidos enviaron naves de guerra para escoltar los restos del héroe en La Guaira, que fueron desembarcados y llevados en caravana a Caracas el 16, de acuerdo a la descripción que redactó el artista Ferdinand Bellerman, quien se encontraba en La Guaira durante la llegada de los restos del Libertador, documento que aparece insertado en la obra A los 150 años del traslado de los restos del Libertador (De Sola, 1992: 75). Desde que el ataúd entró en la ciudad natal de Bolívar, las demostraciones de afecto expresadas por sus compatriotas fueron inmensas y en forma multitudinaria. Sin distingos de clase, todos acompañaron la caravana funeraria hasta la Iglesia de la Santísima Trinidad, hoy Panteón Nacional.
El ataúd fue trasladado a la Iglesia de San Francisco el 17 de diciembre a primera hora. Era el mismo lugar donde recibió el título de Libertador en 1813 y la fecha era cabalística, pues fue la misma en la que el Congreso reunido en Angostura puso el ejecútese a la creación de Colombia en 1819, a la vez que se cumplía el duodécimo aniversario de su muerte. Allí permaneció hasta el 23 en la mañana, cuando se le trasladó a la Catedral de Caracas, donde recibió cristiana sepultura en la capilla de la familia Bolívar. Juana y Fernando, hermana y sobrino de Bolívar, asistieron a los actos fúnebres.
Los restos fueron examinados cuidadosamente por el Dr. José María Vargas y luego colocados en una urna al lado de sus padres, de su esposa y de su hermana María Antonia, según consta en la documentación que existe al respecto. Allí permanecieron hasta el 28 de octubre de 1876, día de San Simón, ocasión en que fueron conducidos al Panteón Nacional, por disposición del presidente Antonio Guzmán Blanco.
Por lo tanto, cuando en 1947 se presentó un escándalo debido a la denuncia que formuló el Dr. José (Pepe) Izquierdo en torno al hecho de haber encontrado una calavera trepanada que sin dudar un momento dijo ser la de Bolívar. La calavera estaba en la cripta de la familia Bolívar en la Catedral, en el suelo, abandonada. Al trascender la noticia por los medios de comunicación social, la opinión pública reaccionó un tanto angustiada debido a que la gente se preguntaba de quién eran los restos que fueron trasladados al Panteón.
Como era de esperarse, las autoridades actuaron con prudencia y suspicacia, especialmente el Congreso de la República, entonces presidido por el Dr. Andrés Eloy Blanco, debido a que el famoso galeno era muy conocido por su carácter impulsivo y apasionado. El Congreso ordenó una investigación y designó una Comisión que investigó el caso y procedió incluso a abrir el sarcófago de Bolívar, el cual fue cuidadosamente inspeccionado, llegándose a la conclusión de que los restos que allí estaban se correspondían con los que colocó Vargas en la cripta de los Bolívar.
La incredulidad de legos y expertos tenía una base lógica, pues era muy difícil que alguien pudiera haber entrado a la Catedral de Caracas para profanar unos restos que no tenían ningún beneficio pecuniario que ofrecer. Además, en esa época la Catedral tenía el Seminario a su lado (luego Escuela Superior y más tarde sede del diario La Religión) y a pocos metros la Casa Amarilla, que era el lugar donde funcionaba el despacho del Presidente de la República, hasta ser trasladada a Miraflores en 1900. Por lo tanto, cualquiera que hubiese intentado entrar en la capilla con propósitos insanos habría corrido el gravísimo riesgo de ser inmediatamente detenido y sometido a prisión.
Otro aspecto a considerar es que existe un informe médico-social de los doctores Cristóbal Mendoza, Ambrosio Perera, Vicente Lecuna y M. Cruxent, en el que se deja constancia de que la calavera encontrada por Izquierdo corresponde a la de Josefa Tinoco, mujer de Juan Vicente, hermano del Libertador, cuyo cadáver fue autopsiado con trepanación de cráneo, de acuerdo a lo señalado en la investigación que efectuó al respecto el Dr César Planchart, publicada en el diario El Universal (2008: 1-10). Sobre el mismo tema se pronunció la Academia de la Historia en un opúsculo titulado Integridad de los restos del Libertador (1947), en el que se concuerda que los restos corresponden a los que se indican en el informe del Dr. José María Vargas sobre la preparación del cadáver del Libertador efectuada por él en 1843.
Por último, es necesario precisar el destino de la famosa calavera. ¿A dónde fue a parar? La calavera que encontró Izquierdo y que creyó fuera la del Libertador permaneció en sus manos y, como suele ocurrir en Venezuela, al poco tiempo ocurrieron sucesos de tan gran magnitud en la política venezolana que ya nadie más se preocupó por saber su paradero. Es posible que el galeno la haya llevado a la Escuela de Medicina de la UCV y que allí se encuentre todavía; pudiera haber sido recolocada en la capilla de la familia Bolívar; también es factible que haya sido ubicada en la tumba del Dr. Izquierdo; o que permanezca en posesión de los descendientes del controversial médico. El autor estima que se le debe dar más peso a la primera hipótesis, debido a que el recientemente fallecido Dr. Francisco Plaza Izquierdo, sobrino de Pepe Izquierdo, dijo en muchas oportunidades que la había tenido en sus manos y que permanecía en la UCV.
No obstante, el actual Presidente de Venezuela ha creado una duda colectiva que requiere ser dilucidada. Tal como él se comprometió ante el país y ante la comunidad internacional, es necesario hacer una investigación, pero es importante que los integrantes de la Comisión designada no dejen ninguna duda cuando se produzca el resultado. Un asunto tan delicado no puede ser manejado con criterio político, sino científico. Por lo tanto, la ciencia histórica y la ciencia médica deben ahora determinar cuál es la verdad.

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