Libertad!

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sábado, 27 de junio de 2009

Antonio Cova Maduro // Amanecer en Teherán

El fraude escandaloso que produjo resultados inaceptables sacó la gente a la calle
Es muy posible que cuando Max Weber estaba trabajando en el fascinante asunto del "gobierno de los sacerdotes" (que él bautizó como hierocracia) en su obra cumbre, Economía y Sociedad, ni siquiera imaginara que, más de cincuenta años después, un país petrolero, cuando ya esa energía reinaría en el mundo, tendría un gobierno de esa naturaleza: una dictadura ideológica en medio de la concentrada riqueza, digna de los cuentos de Simbad, y de la más expandida pobreza, toda ella justificada en una religión que debería imponerse a todos.

Lo que muy posiblemente pocos pudieron imaginar era que esa dictadura tendría que sobrevivir en una sociedad con una fenomenal explosión demográfica, que le impone que un poco más del 70% de sus habitantes tenga menos de 30 años ¿Una dictadura teocrática imponiéndose sobre un océano de jóvenes de estos tiempos? Un total contrasentido que ya parece haber iniciado su derrumbe.

Lo que aún nos asombra es que ese extraño fenómeno se desarrollase en una sociedad chiíta, de hombres y mujeres indomables, como bien nos explicara el periodista polaco Kapuscinski, "el chiíta es, antes que nada, un opositor implacable& en quien el talento natural no se manifiesta en el trabajo sino en la lucha& donde siempre se encontrará en terreno conocido" (El Sha o la desmesura del poder, Editorial Anagrama, Barcelona, 1987, p. 92 y sigs).

Allí, hace treinta años, luego de derrotar al poderoso Sha y su ejército, en una sangrienta lucha callejera de semanas y semanas, y de apartar bruscamente a los partidarios de una república secular, los clérigos chiítas, dirigidos por el Imam Jomeini, lograron imponer su dictadura sin resquicio. Serían, desde entonces, una República Islámica, guiada en exclusiva por los clérigos y sus criterios.

Mientras, la inmensa riqueza petrolera ponía a su disposición todas las muestras posibles de una regalada vida tecnológica: autos, computadoras y todo tipo de beneficios. Que ello haría muy chocante la opresión ideológica, por más que ella estuviese respaldada por un fenomenal aparato represivo, ¿alguien lo duda?

Para hacerlo evidente se requería un gobierno que lo hiciese patente. Ello le tocó realizarlo a Majmud Ajmadineyad, un oscuro ingeniero que, después de su pasantía por la Guardia Revolucionaria (suerte de milicia armada de los clérigos), y de obtener el nombramiento, a dedo, de alcalde de Teherán, logró el triunfo en las elecciones presidenciales de 2005, contra todo pronóstico y gracias a una masiva abstención entre los jóvenes de Teherán y las otras ciudades.

En esos cuatro años, mientras repartía dinero entre sus seguidores y sus medidas populistas le garantizaban apoyo entre los más pobres, consolidaba una férrea oposición en las ciudades, donde habita el 80% de la población. El respaldo de la policía y las milicias -los Basiji- afianzó el frente que le aupó para presentarse a la reelección. Irán se dividió como nunca antes se había visto y las posibilidades de que perdiese el poder este personaje eran realmente grandes. A ello contribuía el que, de los candidatos de la "oposición", rápido se desprendió Mir Musavi, quien había sido primer ministro de un gobierno anterior, para aparecer como la única opción con chance de derrotar a Ajmadineyad y sus secuaces.

El fraude escandaloso que produjo unos resultados inaceptables sacó la gente a la calle en demanda de una profunda revisión de los escrutinios. El régimen contestó con una negativa rotunda en medio de una masiva convocatoria de los suyos. Faltaba todavía la chispa que encendería la seca pradera donde hoy reina esa anacrónica teocracia.

Y esa chispa se encendió el pasado viernes por la mañana: el guía supremo de la dictadura teocrática, Alí Jamenei, no sólo respaldó los resultados electorales, sino que condenó contundentemente la reacción de la oposición. Por lo que se ve, calculó mal al poner todo el peso de su autoridad teocrática al lado del régimen.

Y fue un pelón clave porque igual de contundente ha sido la reacción en todas las grandes ciudades: mientras los oficialistas se inhibían, cientos de miles de jóvenes no han abandonado las calles desde entonces, solicitando el fin del sistema, aun con riesgo de sus vidas. Se está repitiendo el mismo patrón que condujo a la caída del Sha en 1979.

De paso, los jóvenes iraníes que hoy enfrentan a un vasto aparato represivo están demostrando que, cuando a un régimen le llegó su hora, todas sus acciones sólo logran acelerar su caída. ¿Captan el mensaje que desde Teherán nos llega?

antave38@yahoo.com

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