Libertad!

Libertad!

lunes, 22 de junio de 2009

Por qué caímos

Roberto Cortés Conde Para LA NACION
La incapacidad de sostener el crecimiento por períodos prolongados y la pérdida de la importancia relativa de la Argentina en el mundo y en América latina conducen a preguntarse por las causas de su larga declinación. La explicación debe buscarse en una pluralidad de circunstancias que se fueron dando en el siglo XX. La sociedad argentina había llegado hacia los años 30 a un alto grado de modernidad, con una temprana transición demográfica, alto porcentaje de población urbana, elevado nivel de alfabetización y niveles de ingreso per cápita de los países desarrollados.
A partir de entonces se produjeron cambios en el país que coincidieron con un nuevo clima de reacciones antimodernas en el mundo, cuestionadoras de la democracia representativa y que fueron acompañadas por expresiones antiextranjeras y anticapitalistas. Esas corrientes se encauzaron en procesos de articulación política distintos de los del régimen representativo, que cuando no se expresaron en movimientos totalitarios lo hicieron como fenómenos populistas con mecanismos de articulación basados en una relación directa entre el líder o el jefe, y la masa. Esto llevó a degradar el régimen político y generó una larga crisis de representatividad.
En la Argentina, la reacción antimoderna apareció entre los años 30 y el fin de la Segunda Guerra Mundial, en un marco de importantes cambios sociales y demográficos, con movimientos migratorios internos producidos por medidas gubernamentales que castigaron a los sectores rurales. En esos años, más de medio millón de personas se desplazaron hacia el área metropolitana de Buenos Aires, por lo que formaron los nuevos cordones de población suburbana, con trabajadores en actividades industriales bastante precarias. Estos migrantes formaron la clientela de los políticos populistas.
La irrupción de una cultura populista en una sociedad moderna generó conflictos que perduraron durante décadas. Ello se debió a que las áreas en las que el clientelismo se difundió coexistieron con las de avanzada modernización.
La aparición del populismo se asocia en la Argentina con la llegada del peronismo, que no sólo trajo cambios económicos (un esquema autárquico proteccionista) y sociales (de pleno empleo y elevados salarios reales de los trabajadores), sino que fue cultural y políticamente una reacción antimoderna, que se manifestó en la relación paternalista que se construyó entre el jefe y la masa. El líder, desde el poder, brindaba protección contra los intereses asociados al mal y la antipatria, los capitales extranjeros y sus aliados locales, que robaban la riqueza del país.
Dentro de esa visión de la política, las instituciones eran intrascendentes y los partidos políticos, cadenas de la transmisión de las órdenes del jefe hacia abajo. Papel similar tenían las organizaciones corporativas, sindicatos, centrales empresariales, etc. Con los adelantos tecnológicos, la relación jefe-masa ya no se expresa hoy en actos multitudinarios, sino en el monólogo del jefe dirigido al televidente anónimo. El jefe no necesariamente debe tener una personalidad carismática, ya que ésta puede ser sustituida por lo que De Felice denominó "el carisma del éxito". Aunque el poder se concentra en el jefe, hay también estructura jerárquica con jefes subordinados que, en las áreas más aisladas y atrasadas, dispensan favores en su representación.
El populismo no produjo cambios significativos en la estructura de la propiedad, salvo algunos menores, con la ley de arrendamientos rurales. Habían sido mayores los del Código Civil de Vélez Sarsfield. Es cierto que los sectores vinculados con el agro, desde la década conservadora de 1930, sufrieron una notable caída de sus ganancias, pero los grupos de altos ingresos siempre tuvieron un espectro de inversiones diversificado. En cambio, hubo modificaciones en las posiciones relativas de los distintos niveles de los estratos medios. Los que habían transitado por una movilidad ascendente gracias a su esfuerzo y educación perdieron posiciones respecto a las ocupaciones no calificadas y las de trabajadores en ramas en las que existían sindicatos muy fuertes. Un ejemplo dramático fue el de la pérdida relativa de ingresos de los maestros respecto a los obreros metalúrgicos entre la primera y la segunda mitad del siglo XX.
La pérdida de incentivos afectó a una sociedad que había tenido una experiencia meritocrática temprana y se tradujo en una desvalorización del esfuerzo y la educación. Esto pareció corroborado por el pobre resultado que tuvo el proceso de ampliación masiva de la educación secundaria y superior.
Existió en la inmediata posguerra una explosión de la participación masiva en la educación secundaria y, más adelante, en la universitaria, reflejada en el enorme aumento del número de enrolados, a quienes no se les exigió pagar aranceles ni rendir exámenes de admisión. Ello se hizo sin que se asignaran los recursos correspondientes, y se produjo una caída notable de la calidad. Una de las manifestaciones perversas del fenómeno de abrir a los sectores populares el acceso gratuito a un servicio costoso es que, en la práctica, no se lo hizo.
En términos de la política, existió una disociación entre la percepción de los costos y beneficios de los bienes públicos. Si los beneficios dependen del jefe protector, no se puede conseguir una cultura de contribuyentes responsables que, al demandar bienes públicos, saben que tienen que pagarlos con impuestos votados por sus representantes. En la concepción populista, se disfrazan los costos, ya que se supone que es el jefe el que recupera para el pueblo, sin ningún costo, la riqueza de que fue despojado.
Todas esas tradiciones difícilmente conviven con un sistema republicano y representativo, lo que es muy grave, porque algunas de ellas se han hecho parte de nuestra cultura.
El autor es profesor emérito de la Universidad de San Andrés.

No hay comentarios: