Libertad!

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domingo, 5 de julio de 2009

Golpe Pendejo

Juan Pueblito

Interesante artículo enviado por un conciudadano democrático.

“El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”. Artículo 350 de la Constitución Bolivariana de Venezuela.

Los hondureños hicieron lo que los venezolanos no han podido: hacer valer la Constitución por encima de cualquier gobernante que pretenda violentarla. La pequeña nación centroamericana demostró que dejó de ser un república bananera para convertirse en un país que toma las riendas de su destino democrático. Aclaro esto, para que no me tilden de golpista: en Honduras no hubo golpe, no hubo militares tomando el poder, no hay juntas militares, no se disolvieron los poderes sino que al contrario, estos demostraron su imperio e independencia tomando las decisiones ajustadas a la ley. Los poderes actuaron a favor del estado de derecho y no en su contra.
Lo que indudablemente enturbia el escenario es la actuación militar, que un par de horas antes del amanecer, saca al Presidente Zelaya de su cama y lo embarca para Costa Rica, sin aviso y sin protesto. Esto fue realmente lo que asustó a presidentes y organismos internacionales: el peligroso precedente de que Presidentes constitucionalmente electos amanezcan de repente en pijamas y pantuflas, derrocados y en otro país. La condena internacional es un acto inmediato cuando se eyecta a un Presidente constitucional de su cargo, sea bajo las circunstancias que sean. Ejemplo clarísimo es el de Venezuela, cuando en el año 2002, un Presidente ante una gigantesca manifestación envía tropas a enfrentar ciudadanos armados de pitos y banderas, tumba las señales de televisión para que el país no vea esa matanza de civiles y luego sale del poder por voluntad propia, según reconoció el General en Jefe que se la aceptó. Los confusos acontecimientos posteriores y el cruce de ordenes entre militares y civiles, coronado por una inconstitucional disolución de poderes, tildó de “golpe de estado” a lo que nunca fue planeado por nadie como tal.
A José Miguel Zelaya le quedaban 6 meses en la Presidencia, pero la influencia chavista ya era demasiado para la paciencia hondureña. Y como que vieron el ejemplo de Venezuela, a la que le pasó el tren de largo en el año 2002 y ya tiene 10 años soportando la pesadilla revolucionaria. Su salida podría parecer un golpe “pendejo” pero vistas las posteriores actuaciones de la OEA ante la crisis hondureña, a Chávez no le falta razón cuando tilda al secretario general Insulza de pendejo.
Venezuela tomó caminos incorrectos para resolver el grave problema que ahora se expande como un cáncer por toda América Latina: gobernantes electos por el voto popular que desconocen su origen democrático, convocando a dudosas elecciones que cambian las leyes a su antojo para lograr 1) la disolución de los poderes para sustituirlos por otros totalmente sumisos; 2) prostituir a las Fuerzas Armadas para minimizar el riesgo de un movimiento ético como el de Honduras; 3) la imposición de leyes centralistas y totalitarias que concentren todo el poder en el Presidente y permitan su reelección. Y todo esto con un solo fin: lograr eternizarse en el poder hasta convertirse en cadáveres insepultos a imagen y semejanza de Fidel Castro.
Esta receta, nacida en Venezuela con la revolución izquierdista de Chávez ha funcionado bien en Bolivia y Ecuador. Nicaragua tiene una debilidad institucional que le permite a Daniel Ortega masacrar las leyes a su antojo. Pero la receta chavista envenenó a Honduras y fue demasiado para este país tradicionalmente de derecha.
Honduras dijo No
José Manuel Zelaya llegó a la Presidencia de Honduras en el 2006, aupado por partidos de centro derecha. En un país de siete millones y medio de habitantes, cuyo ingreso proviene de las remesas que envían a sus familiares los hondureños en el exterior y de su producción agrícola (lo cual le valió en el pasado el apelativo de “país bananero”), Honduras es un país pobre que hace de la maquila y el comercio a través de los excelentes puertos que dejaron las compañías transnacionales, su gran negocio. Por eso cuando José Manuel Zelaya se afilió a Petrocaribe, el acto fue visto como ventajoso ya que suministraba en condiciones de gallina flaca el indispensable combustible para el progreso.
Pero una cosa fue la asociación comercial a Petrocaribe y otra la asociación a un proyecto netamente político de izquierda como el Alba. Hugo Chávez mareó a Zelaya con ofrecimientos epulónicos y éste, haciendo caso omiso a los factores de poder hondureños, a su partido e incluso a sus ministros, se asoció al Alba. La caída de Zelaya comenzó en el mismo acto de ingreso, cuando el discurso de Hugo Chávez afrentó sectores productivos del país, a la oposición e incluso al pueblo de Honduras. Entre otras cosas, la filípica antiimperialista de Chávez afirmó lindezas como ésta: “Yo no me puedo explicar cómo un hondureño puede estar en contra del ingreso de Honduras al ALBA, al camino del desarrollo, de la integración, para mí el hondureño que se oponga es un vende patria o es un ignorante, no tengo otra forma de calificarlo”.
De seguidas, Chávez aplicó la petrochequera: desde 2008 Venezuela ha donado, prestado o dado en crédito 624 millones de dólares, lo cual para un país con un ingreso anual de alrededor de 3.000 millones de dólares, es una enormidad. Venezuela le vende petróleo financiando el 50% de la factura, le ha comprado melones, ha dado créditos agrícolas, para compras de viviendas y para el sector informal, le regaló 4 millones de bombillos ahorradores, envió tractores iraníes, donó el Hospital Municipal del Alba y toneladas de semillas para la agricultura. Hasta allí muy bien, pero los hondureños también veían instalarse las llamadas casas del Alba, aviones militares venezolanos, asesores políticos de camisa roja. Y las medidas de Zelaya cada vez se hacían más discutibles.
El inocente discurso del expulsado Zelaya ante las Naciones Unidas justificando sus acciones sociales, no es tal: el Presidente está acusado de desviar fondos de programas institucionales a donaciones similares a las misiones venezolanas, con un clarísimo contenido populistaÖy chantajista, por que el mandatario hondureño ya tenía la mosca de la Asamblea Constituyente y posterior reelección metida en la cabeza.
Violaciones constitucionales
Desde comienzos del mes de junio, Zelaya envió a funcionarios y seguidores a las calles, para conseguir las firmas que avalaran la “encuesta” que se realizaría el domingo 28 de junio. Para conseguir las firmas, al mas puro estilo chavista, ofrecían ayudas, casas, cupos en hospitales, beneficios. El Tribunal Electoral y el Congreso prohibieron la “encuesta”, pero Zelaya ordenó a las Fuerzas Armadas que apoyaran este referendo. Al negarse, el general Vazquez Velásquez fue destituido y seguidamente restituido por la Corte Suprema de Justicia, que consideró que el Presidente estaba violando la Constitución e improbó su actuación.
El pueblo de Honduras está manifestando públicamente su desacuerdo con el Presidente y su apoyo a la sucesión constitucional que ha colocado al Presidente del Congreso como Presidente interino hasta que se celebren las elecciones el 29 de noviembre. El Fiscal de Honduras acusa a Zelaya de 20 delitos, entre ellos el de traición a la Patria, corrupción, asociación con factores externos que violentan la soberanía (¿de quién hablarán?) y violación continua de una constitución que en su artículo 374 prohíbe reformar “los artículos constitucionales que se refieren a la forma de gobierno, al territorio nacional, al período presidencial, a la prohibición para ser nuevamente Presidente de la República el ciudadano que lo haya desempeñado bajo cualquier títuloÖ”. Al igual que la Constitución venezolana, la hondureña otorga el derecho a cualquier ciudadano de desconocer a quienes la violenten.
Entrometidos
La furiosa reacción de Hugo Chávez ante la salida de Zelaya es la misma del militar que pierde a uno de sus batallones. Activó todos sus acólitos, los mandó a buscar en aviones venezolanos, pidió reuniones de la OEA, del ALBA, del grupo de Río, de los mandatarios centroamericanos. Pagó todas esas movilizaciones, amenazó con derrocar al nuevo gobierno hondureño, puso a Fidel Castro a comandar las operaciones. Hasta dejó de decir que Insulza es un pendejo desde que éste, en una insólita actitud unilateral y personalista, se ofreció a llevar de regreso a Zelaya a Honduras.
José Miguel Insulza busca su reelección en la OEA y para ello necesita de su parte a Hugo Chávez, que con su petrochequera controla un buen grupo de inviables paisitos. Mientras la OEA condena el “golpe” contra Zelaya, interviene abiertamente en los asuntos internos de un país, se coloca como parte activa en el conflicto, al mismo tiempo se hace la ciega y sordomuda ante el cerro de pruebas aportadas por los venezolanos sobre la destrucción sistemática de las libertades democráticas en Venezuela. A la OEA le importa Zelaya pero no los hondureños; le importa Chávez pero no los venezolanos; le importa Fidel pero no los cubanos que han soportado durante 50 años a un sanguinario dictador al cual ahora el organismo tiende alfombra roja para que regrese.
Conteniendo las náuseas vimos a Raúl Castro usando un foro internacional para dar clases de democracia, él, un “Presidente” no elegido por nadie. La confusión ideológica que reina en estos organismos solo puede ser atribuida al hambre de poder y de petróleo, ante lo cual se arrodillan todos sin examinar el sufrimiento de pueblos que tienen la desgracia de ser presididos por electos que han desviado el camino de la democracia. Hugo Chávez viola la Carta Democrática Interamericana desconociendo un referendo que le prohibió reformar la Constitución, desconociendo a mandatarios regionales legítimamente electos, aplastando a la oposición, restringiendo las libertades. Pero sobre todo, Venezuela no tendría derecho a estar en la OEA porque viola el principio democrático de la separación de poderes.
El escenario de Honduras, donde la voluntad de un pueblo que se acoge a la Constitución se enfrenta a un Presidente que quiere, al igual que Chávez, estar por encima de las leyes, va a ser ejemplificante para muchos países que viven la ingerencia descarada de una revolución chavista importada que perturba la paz y la convivencia con su carga de odio, segregación y con el vil chantaje petrolero. Hugo Chávez está abiertamente amenazando a un país, actuando como si fuese el amo de Latinoamérica. Su lenguaje bélico no ayuda en nada a Zelaya. Y ojala que quede en palabras, porque Centroamérica no necesita una nueva guerra. En los años 80 casi un millón de centroamericanos perdieron la vida en guerrillas, invasiones y golpes. Hugo Chávez debe tener mucho cuidado de entrometerse en ese territorio minado y custodiado por ciudadanos que sólo quieren vivir en paz.
Nadie tiene derecho a intervenir en las decisiones que tomen los hondureños sobre su destino. Con la misma cautela, casi indiferente, conque los organismos mundiales han visto la tragedia de los venezolanos, que luchan solos frente a un gobierno cuyo talante poco democrático es ampliamente conocido por la comunidad internacional, así mismo deben comportarse con Honduras. Total, estos organismos internacionales solo sirven para saludos a la bandera y les quedaría muy mal que actuasen contra Honduras mientras el resto del subcontinente se hunde bajo la bota chavista.

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