Manuel Malaver*
No hay que llamarse a engaño: la campaña electoral que en sus primeros tres días se ha mantenido casi a punto de congelación, se irá calentando a medida que pasen las horas, días y semanas, y presumo que ya para la mitad de la contienda, al final de las dos primeras, habrá pasado con creces los 100 puntos de ebullición.
O sea, que el país hervirá por los cuatro costados, en otro de esos crescendos tan característicos del chavezato, en que no por manipuladas, interferidas y adulteradas, las elecciones dejan de ser la oportunidad en que la oposición democrática venezolana procura aplicarle más y más golpes al chavismo.
Y el chavismo de contragolpear, quizá no tanto tratando de ganar por KO, como de salir con esos conteos favorables que llaman legitimidad que le han permisado tantas ilegalidades.
En cuanto a la oposición, también han finteado con estilo y punch, y no solo revelando que la vocación democrática de un poco menos, o un poco más, de la mitad de los electores venezolanos se mantiene sin treguas ni dudas, sino obligando también al chavismo a sacar a flote las peores de sus lacras populistas, autoritarias, excluyentes y autocràticas: intolerancia, decisión de reconocer los resultados solo si los favorecen e ignorarlos cuando les son adversos, ventajismo electoral de toda laya, triquiñuelas, marramucias y barajos a la carta y contar con un poder electoral militantemente chavista y militarista que no pocas veces ha confesado “que revolución no se cuenta”.
Y como resumen de todo ello: la emergencia de nuevas tácticas y estrategias para la toma del poder de parte de la izquierda marxista, stalinista, castrista y comunista de siempre, que ya no recurre a la vía armada (guerra de guerrillas, insurrecciones populares, golpes estado) para lograr sus objetivos, sino a la participación en elecciones democráticas donde embaucan a las mayorías de electores para que los elijan y permitan un acceso relativamente fácil y pacífico a la jefatura del estado y del gobierno y una vez ahí, con las riendas en las manos, no soltarlas, mientras se desmantelan la democracia y sus instituciones y se inicia el proceso de instaurar una dictadura colectivista, personalista, excluyente, de pensamiento y partido únicos y totalitaria.
O sea, que el camino es largo, sinuoso, escabroso, y no exento de riesgos, pues mientras se terminan de colapsar la democracia y sus instituciones -aun más, mientras se trata de extirpar del espíritu, la cultura y la ética de un pueblo y de una sociedad- las miserias del socialismo, de la dictadura, del personalismo, el caudillismo y totalitarismo ruedan día y noche ante los ojos de los ciudadanos que aun tienen tiempo de sacar sus propias conclusiones.
Claro, siempre y cuando queden instituciones, o restos de instituciones, digamos partidos, medios independientes, religiones, sindicatos y universidades libres que sean algo así como los últimos bastiones donde se ganan o pierden los derechos humanos, la democracia y la libertad.
En el caso venezolano, ese desiderátum con las miserias que amenazan al conjunto de la sociedad venezolana, no solo gesticulan, gritan, sino que son como una alarma permanente como para que nadie se escabulla de su compromiso, de su responsabilidad.
Basta, al efecto, detenerse, aunque sean minutos, en algunas de la peroratas que dispara Chávez a diario en sus cadenas y programas de radio y televisión, y donde, solo se oyen los bramidos del odio, de la guerra, la violencia y la no reconciliación y la promesa que, de salir triunfante en sus batallas electorales, más de la mitad de los venezolanos tendrá que abandonar el país “porque, sencillamente, no caben al lado de los ‘otros’”, de los de él.
Todo de acuerdo al recetario e ideología que promueve y dice practicar, y que no es otra que la seudofilosofìa marxista, stalinista y castrista, que, como se sabe, convierte a los países en cárceles donde se practica el experimento del bien, la justicia y la felicidad absolutas, pero con penas de prisión, lavados de cerebro y exilio a cualquiera que dude que estos dogmas, que vienen como verdades reveladas en “clásicos” como Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao y Castro son inviables y contrarios a la naturaleza humana.
Pero inaptos para ocultar la destrucción progresiva de la democracia y las libertades y las lacras ínsitas al socialismo, el personalismo, y el modelo de partido y pensamiento únicos, como son la incompetencia, la corrupción, el militarismo, el abandono y quiebra de los servicios públicos, el colapso de la infraestructura física, y una ola de delincuencia e inseguridad personal sin precedentes en el país, Amèrica y el mundo.
Estado de caos, postración, disolución, inoperancia, improductividad, y fragmentación como sin duda no se había conocido en ningún otro período de nuestra historia republicana y del cual es muy responsable la actual Asamblea Nacional, una mayoría de hombres y mujeres electos con apenas el 7 por ciento de los votantes ( en las circunstancias en que la oposición se abstuvo en las elecciones de diciembre del 2005) y desde entonces inició y llevó a cabo un proceso de absoluto adscripción y filiación a las tesis del poder ejecutivo que preside Chávez, con el cual ha contribuido, como ningún otro poder, a que Venezuela sea hoy día una simple factoría del gobierno de Cuba.
Cuesta reseñarlo, porque creo que es un caso único de entrega, mimetización y doblez de un poder que aun en dictaduras como las Guzmán Blanco, Juan Vicente Gòmez y Pèrez Jimènez, encontrò algunas voces que protestaron, que se alzaron, pero que, en cuanto a la actual, no solo el silencio, sino la sumisión marca su estilo, naturaleza y temperamento.
Es cierto, que hay tres facciones disidentes que sobreviven después de haber hecho parte de la Asamblea General original oficialista, pero a modo de parias, de quienes no solo se hace mofa de su representación, sino que se le niega toda clase de recursos.
El caso es que denuncias como la pérdida de 300 mil kilos de alimentos que se pudrieron por la corrupción e incompetencia del gobierno no existe para el poder legislativo, mientras se mantiene lanza en ristre para atacar al cardenal Urosa, a los medios de comunicación, y al Grupo Polar.
La gran pregunta es: ¿No ha llegado la hora para que las mayorías nacionales, ya sea chavistas y antichavistas, la Venezuela decente, rescate la Asamblea Nacional?
¿Para que no continùe siendo una herramienta de la destrucción nacional, dócil para que se nos imponga una dictadura vitalicia y dinástica y en poco tiempo Venezuela no tenga nada que envidiarle a la Cuba en ruina y en desintegración que deja el comunismo?
Yo pienso que si, y por eso estoy apostando a los 163 candidatos a diputados que la oposición pondrá en juego para las elecciones del 26 de septiembre próximo y que estoy seguro ganarán en una proporción importante, una que no le dejará tiempo ni espacio al chavismo para sobrevivir y aspirar, sino a una muerte digna, por lo menos silenciosa…o no tan ruidosa.
*La Razón / ND Agosto 29, 2010
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