Teódulo López Meléndez
El presidente podrá venir o no venir el
10 de enero a tomar posesión de su nuevo mandato. Es algo que no podemos saber
ni tiene ya relevancia política. Con un lápiz corrector blanco han eliminado esa
fecha del almanaque, aunque veremos la puesta en escena.
Diosdado Cabello ha resultado un
político de esos que le callan la boca a sus detractores haciendo uso de una
habilidad nata. Lanzó una tesis que más que interpretación constitucional
parecía de entrada una “boutade” o un juego peligroso que podría aislarlo o una
simple ratificación de lealtad por encima de todo, pero que llevó a ejecución
con grandes conversaciones con la oposición y poniendo a Nicolás Maduro ante la
disyuntiva de aparecer como un ambicioso que por encima de todo pensaba en la
conveniencia de cumplir con la Constitución que llevaría a nuevas
elecciones.
La tesis –absolutamente válida- de que
al PSUV convenía la pronta realización de elecciones presidenciales para
aprovechar el impacto de las regionales fue desmontada hacia el interior del
partido de gobierno, pero no hacia la oposición. Esta última sabía perfectamente
que esa eventual elección la llevaría a otra derrota y vio la mano de Diosdado
casi con la religiosidad de ese dedo de Dios que se admira en la Capilla
Sixtina.
Una elección inmediata conllevaba a la
inevitable candidatura de Nicolás Maduro, con muy buenas posibilidades de
victoria. Había que ganar tiempo y el tiempo había que ganarlo haciendo uso de
un lápiz corrector blanco, uno milagroso de alteración del calendario, más que
de la Constitución, para esperar lo
que todos consideran inevitable. Había que ganar tiempo y en ello los intereses
de Diosdado y de la MUD coincidían a la perfección.
Por su parte, Maduro quedó atrapado en
las redes. Mostrarse como un cerrado y ortodoxo intérprete constitucional lo
hubiese comprobado como un apresurado, como un deleznable ambicioso que quería
elecciones ya para hacerse de la presidencia. Por lo demás, Maduro no ha
mostrado una especial habilidad política y fue incapaz de encontrar el tridente
de Neptuno para romper la red que le caía encima. Lentamente todos fueron
entrando en ella, una de manifestación de solidaridad absoluta con el
comandante-presidente que seguía siendo ambas cosas, uno reelecto para el cual
el cumplimiento del mandato constitucional del 10 de enero no era más que un
mero trámite que bien podría obviarse.
He aquí el milagro del Espíritu de la
Navidad. Como un vaporoso manto una especie de unidad nacional impensable ha
venido a sustituir la polarización encarnizada y el odio irredento. Los
intereses comunes han privado. Lo que se diga en la Asamblea Nacional el 10 de
enero carece de importancia. Sea cual sea la vía que aprueben, hablen de lo que
hablen (ausencia temporal, juramentación ante TSJ o la tesis de porqué las ranas
no echan pelo) el Derecho es absolutamente irrelevante frente al gran acuerdo
político.
Habrá disidencias ese día. Alguno de la
oposición puede que se rasgue las vestiduras o que toda en ella en conjunto lo
haga, por aquello de guardar las apariencias o de hacer lo políticamente
correcto. Puede también manifestarse alguna disidencia seria. Ya carece de
importancia porque el resultado está escrito. Lo que no está escrito es lo que
se hará con el tiempo ganado.
Estamos ante un hecho impreciso: la
salud del presidente Chávez. No somos médicos en busca de fama o “periodistas
estrellas” para especular al respecto y cuando la imprecisión es la norma no es
mucho lo que se pueda determinar de antemano para un comportamiento estratégico
y táctico planificado. Para la MUD será un mero aplazamiento, no más. Las
mediciones son de Diosdado, pero ya hemos visto es un político habilidoso. A
quién más le conviene que el comandante-presidente haga su entrada el 10 de
enero en el recinto de la Asamblea Nacional y se juramente hasta su fin es a
Nicolás, pues estaría protegido en el lapso. En el mientras tanto Nicolás sigue
con el brazo torcido y a punto de no poder lanzar en el play off del beisbol
venezolano.
En el lapso, Diosdado seguirá explicando
a sus interlocutores de la oposición las ventajas que han podido ver de colocar
al país en la calma y en la paz. No voy a usar la expresión de Izarrita “eso es
lo que hay”. Prefiero recordar a ese personaje llamado Óscar Yánez y asegurar
con él “así son las cosas”.
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