Ya estamos llegando a otro año, el 2013. Y uno no haya ya como despedirlo. Desde lo íntimo, hay un fastidio que ya pasa a la impotencia, un fastidio sazonado con todos los ingredientes peligrosos que significan estos amalgamados sentimientos revueltos que han ido agregándose desde hace casi quince años en este caldo espeso de nuestro destino.
¿Puede ser éste un año feliz cuando va a encontrar a Venezuela, a mi país que amo, donde nací y he entregado mis sueños, mi esfuerzo, hasta ver crecer a mis hijos y disfrutar a mis nietos y biznietos abandonado porque ellos han escogido irse buscando tranquilidad y trabajos sólidos para criar a sus hijos en mejores condiciones para su integridad humana y sus propias vidas?
¿Cómo puedo desear felicidades a mis compañeros de lucha que han visto como yo morir amigos y familiares, que se han horrorizado también por las largas sombrías filas de ellos esperando mansamente reconocer en pirámides humanas silenciosas apiñadas en la morgue los restos de sus seres queridos?
¿Cómo puedo desearles a mis compañeros de lucha felicidades si ya no tienen sus casas que tanto les costaron tener, o su trabajo para dar respuestas a las necesidades primarias de sus familia?
¿Cómo desear felicidades a mis amigos que están fuera de esta Venezuela que ayudaron a construir y llenaron de ilusiones y sufren la lejana despiadada del exilio, descalificados por canallas, despotizados por las calumnias y los insultos?
¿Cómo desear felicidades si el engaño, la manipulación, los principios destruidos y los valores mutilados de raíz son hoy lo que se impone en Venezuela?
¿Cómo desearle felicidad a mi país si está en manos de delincuentes que incitando odios y consintiendo la ignorancia mandan sobre la inteligencia con una sobrada mediocridad y y sobre nuestra voluntad con cinismo y corrupción?
¿Cómo felicitar a alguno si no es con la intención amarga de reclamar una cobardía, un pacto escondido, un convenio maldito que ensucia y condena?
A estas alturas del 2012 la felicidad es una pequeña cosa, es dar gracias a Dios porque el hijo que no llegaba llegó, porque el hospital recibió a la madre anciana sin ruletearla, porque la balacera de la esquina no mató a ninguno, porque robaron la moto pero no mataron al nieto, porque tu casa no es obsesión de alguno en el gobierno, porque la fiestica en el barrio no fue atacada por alguno cobrando una deuda y matando a diez, o doce, en fín, eso que sucede cada día.
Se lleva en el alma, apretado en la garganta, un nudo que hace difícil hasta decir para si mismo: “¿felicidades?”
Un país que depende de la enfermedad de un hombre… millones guindando de un hilo mientras otros no se atreven a ser malos deseando que termine esta burla, porque somos todavía un pueblo bueno y un grupito esperando el botín atorados con el poder viciado y voraz.
No.
Por eso yo deseo “claridad, unir voluntades y fuerzas para lograr lo que esperamos. Lo siento más sincero.
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