Adolfo Blanco R.
Desde
siempre me han llamado la atención los documentales de la II Guerra
Mundial donde se muestran las interminables filas de judíos avanzando
como zombis hacia los trenes que los trasladarían hacia los campos de
concentración y, posteriormente, hacia la muerte. En dichos documentales
es impresionante constatar la total sumisión que muestran ante sus
verdugos por lo que, a través de los años, he estado buscando la
respuesta del porqué de tal actitud sin conseguir ningún argumento que
me convenciera. Recientemente, por recomendación de un buen amigo, y
basado en un comentario que me hizo de que existe una fuerte analogía
entre su contenido y -salvando las distancias- la situación que se está
viviendo en Venezuela, leí el libro titulado Eichmann en Jerusalén (Sexta
edición en DeBOLSILLO, noviembre 2011, España), escrito
por Hannah Arendt –filósofa alemana de origen judío cuya obra ha
marcado el pensamiento social y político de la segunda mitad del siglo
veinte- donde se relata el juicio al que fue sometido Adolph Eichmann
después de haber sido capturado por los servicios secretos israelíes en
Argentina y trasladado a Israel. Al leerlo creo haber encontrado la
respuesta a la actitud de los judíos antes comentada, e, incluso,
también la que explica lo qué está sucediendo hoy día con el venezolano
de a pie a quien se le critica su actitud de dejadez, de zombi, y se le
hace responsable de la delicada situación política que está viviendo el
país. Así describe Hannah Arendt lo comentado al principio:
El
contraste entre el heroísmo de Israel y la abyecta obediencia con que
los judíos iban a la muerte -llegaban puntualmente a los puntos de
embarque, por su propio pie, iban a los lugares en que debían ser
ejecutados, cavaban sus propias tumbas, se desnudaban y dejaban
ordenadamente apiladas sus ropas, y se tendían en el suelo uno al lado
del otro para ser fusilados- parecía un excelente argumento , y el
fiscal le sacó todo el partido posible, al formular a los testigos, uno
tras otro, preguntas como “¿Por qué no protestó?”, “¿Por qué subió a
aquel tren?”, “Allí había quince mil hombres y sólo unos centenares de
guardianes, ¿por qué no les arrollaron?”. Pero la triste verdad es que
el argumento carecía de base, debido a que, en aquellas circunstancias,
cualquier grupo de seres humanos, judíos o no, se hubiera
comportado tal como estos se comportaron. (p.26)
Los
hombres de la SS sabían que el sistema que logra destruir a su víctima
antes de que suba al patíbulo es el mejor, desde todos los puntos de
vista, para mantener a un pueblo en la esclavitud, en
total sumisión. Nada hay más terrible que aquellas procesiones avanzando
como muñecos hacia la muerte. (p.26)
A
la luz de estos hechos cabe preguntarse el porqué de estos escenarios
criminales donde todo parecía fluir sin ningún contratiempo ni de parte
de las victimas ni de los victimarios. Ahondando en la desgracia de este
holocausto, la autora consigue la respuesta al identificar cuál era la
organización que dentro de la Alemania nazi lo hacía posible y lo
ejecutaba, realidad difícil de digerir por lo increíble debido a que
entra en juego la traición personificada en el colaboracionismo de su
propia gente:
El
papel que desempeñaron los dirigentes judíos en la destrucción de su
propio pueblo constituye, sin duda alguna, uno de los más tenebrosos
capítulos de la tenebrosa historia de los padecimientos de los judíos en
Europa. (p.173)
En
Amsterdan al igual que en Varsovia, en Berlín al igual que en Budapest,
los representantes del pueblo judío formaban listas de individuos de su
pueblo, con expresión de los bienes que poseían; obtenían dinero de los
deportados a fin de pagar los gastos de su deportación y exterminio;
llevaban un registro de las viviendas que quedaban libres;
proporcionaban fuerzas de policía judía para que colaboraran en la
detención de otros judíos y los embarcaran en los trenes que debían
conducirles a la muerte; e incluso, como un último gesto de
colaboración, entregaban las cuentas del activo de los judíos, en
perfecto orden, para facilitar a los nazis su confiscación. (p.174)
A
pesar del horror que supone este colaboracionismo de índole
administrativo y logístico de parte de la misma comunidad judía, el
relato profundiza en el horror al desvelar la autora que también eran
judíos quienes se encargaban de liquidar físicamente a los de su misma
raza y religión:
El
hecho, harto conocido, de que el trabajo material de matar, en los
centros de exterminio, estuviera a cargo de comandos judíos quedó limpia
y claramente establecido por los testigos de la acusación, quienes
explicaron que estos comandos trabajaban en las cámaras de gas y en los
crematorios, que arrancaban los dientes de oro y cortaban el cabello a
los cadáveres, que cavaron las tumbas, y, luego, las volvieron a abrir
para no dejar rastro de los asesinatos masivos, que fueron técnicos
judíos quienes construyeron las cámaras de gas en Theresienstadt, centro
este en el que la “autonomía” judía había alcanzado tal desarrollo que
incluso el verdugo al servicio de la horca era judío. (p.181)
Allí
donde había judíos había asimismo dirigentes judíos, y estos
dirigentes, casi sin excepción, colaboraron con los nazis, de un modo u
otro, por una u otra razón. (p.184)
Los
venezolanos de a pie, desde hace ya unos cuantos años, nos hemos ido
incorporando a esas largas procesiones de zombis que, día a día, nos
conducen hacia los campos de exterminio de nuestras libertades e,
incluso, de nuestra esencia venezolanista; y lo hacemos sin chistar, sin
rebelarnos contra nuestros opresores, como corderos prestos al
matadero. Y no es nuestra forma de ser la causa principal de este
derrotero, sino, más bien, el hecho de que no solamente hemos carecido
de dirigentes con arrestos suficientes para sacarnos del agujero en que
estamos metidos, sino que algunos de ellos han jugado –y siguen jugando-
al papel de colaboracionistas del régimen; antes, desde la tristemente
famosa Coordinadora Democrática, y, ahora, desde la Mesa de la Unidad
Democrática, que ha quedado reducida a actuar como una simple instancia
de
coordinación electoral. Es difícil encontrar una explicación diferente a
la pasividad que muestra esa dirigencia, que no se atreve a ir más allá
de comentar con cierta acritud las acciones del régimen sin aportar
nada nuevo que clausure de una vez por todas el escenario de
incertidumbres que estamos padeciendo.
Es
por eso que, parafraseando a Hannah Arendt, podemos afirmar que
recurrir al argumento de la forma de ser de los venezolanos de a pie
para justificar la tragedia que estamos viviendo, carece de base debido a
que, en estas circunstancias, cualquier grupo de seres humanos, venezolanos o no, se estaría comportando como ellos cuando sus dirigentes -casi sin excepción-
en lugar de enfrentar con respuestas constitucionales efectivas las
violaciones anticonstitucionales del régimen, siguen colaborando con él de un modo u otro, por una u otra razón. Por su parte, la otra dirigencia -la cubana-, la que gobierna hoy día a Venezuela, sabe muy bien que
el sistema que logra destruir a su víctima antes de que suba al
patíbulo es el mejor, desde todos los puntos de vista, para mantener a
un pueblo en la esclavitud, en total
sumisión.
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